Vientos de Cambio Justo

martes, 10 de septiembre de 2024

Presentación

28 de febrero de 2018 

El modelo neoliberal se ha instalado dando la impresión de que es la única forma posible para que el mundo prospere. Nos intenta convencer que la economía tiene unas reglas a las que hay que someterse. Que lo natural es dejar que las cosas se arreglen solas. Que los mercados ya se autorregulan y por lo tanto hay que limitar el papel de los Estados en su papel de regular, recoger impuestos, crear marcos de convivencia, poner en marcha sistemas públicos de salud o de educación. Nos intentan convencer de que las cosas se arreglan dejando que los mercados decidan quién gana y quién pierde. Nos intentan convencer, en definitiva, de que no hay que hacer nada, porque basta con la apertura al comercio internacional, la eliminación de trabas para la libre circulación de los capitales, la eliminación de rigideces y regulaciones en el mercado laboral, la incentivación a que cada individuo emprenda la búsqueda de su propia aventura empresarial, etc. Nos intentan convencer de que la devaluación de los salarios es la única forma de competir en un mundo global. Nos intentan convencer de que ya hemos salido de la crisis y que así lo demuestran los indicadores macroeconómicos. Nos intentan convencer de que las políticas de austeridad son las únicas posibles si queremos mantenernos como un país desarrollado.

LOS ALGORITMOS DE IA NO SON RESPONSABLES


Miguel Toro

10 de septiembre de 2024

Este artículo fue publicado originalmente en elDiario.es el pasado 5 de septiembre

Los algoritmos en general y los de inteligencia artificial (IA) en particular están transformando la forma en que vivimos y trabajamos. Estas tecnologías prometen mejorar la eficiencia, la precisión y la toma de decisiones en una variedad de sectores. Sin embargo, a medida que la IA se vuelve más omnipresente, surge la cuestión de la responsabilidad. ¿quién es responsable cuando un algoritmo toma una decisión incorrecta o perjudicial?

Como ya sabemos los algoritmos son secuencias de instrucciones lógicas utilizadas por las computadoras para procesar datos y tomar decisiones. Y en particular “los algoritmos inteligentes”, la IA, son aquellos con capacidad para imitar la inteligencia humana y realizar tareas que normalmente requerirían la intervención de una persona. Y aquí viene la pregunta: ¿Son inteligentes los algoritmos de IA?

Y si es afirmativa la respuesta a la pregunta anterior ¿está cercana, como afirman algunos, una supuesta superinteligencia artificial que decida controlar el mundo?.

Son preguntas que usan conceptos muy relacionados: inteligencia, responsabilidad, control del mundo con un objetivo determinado.

En fechas cercanas a la Segunda Guerra Mundial se pensaba que la mente humana es en esencia un ordenador muy sofisticado y que el desarrollo de los ordenadores daría lugar a algoritmos que podrían reproducir las capacidades humanas. Es decir que no podríamos distinguir las tareas realizadas por un algoritmo a las llevadas a cabo por una persona. En muchos campos específicos estos algoritmos ya existen y pueden desarrollar tareas mejor que los humanos. Los algoritmos que juegan al ajedrez son una prueba de ello. El reciente ChatGpt y sus variantes otra. Esta situación ha llevado a llamar a estos “algoritmos inteligentes" y concluir, demasiado rápidamente, que pueden razonar y que las decisiones que toman serán mejores que las que toman los humanos.

Pero hay algo que falta en los actuales algoritmos de IA: el razonamiento de sentido común. La ausencia de conocimientos de sentido común imposibilita que un sistema de inteligencia artificial pueda tener una comprensión profunda del lenguaje. Lo que hacen, según el término usado por Ramon Lopez de Mantaras, es mucho mas cercano a recitar en base a "aproximaciones" que razonar. Pueden generar texto combinando probabilísticamente complejos patrones lingüísticos previamente aprendidos, sin comprender su contenido.

Los actuales sistemas de IA generativa no son inteligencia sino “habilidades sin comprensión”. Es decir, sistemas que pueden llegar a ser muy hábiles llevando a cabo tareas, como por ejemplo generar imágenes o textos plausibles y persuasivos, pero sin comprender absolutamente nada sobre la naturaleza de lo que genera.

Las estrategias estadísticas que se utilizan para reconocer y predecir patrones son inadecuadas para captar la esencia de muchas habilidades humanas. Para empezar, estos métodos tendrán serias dificultades con la naturaleza contextual de la inteligencia porque es difícil definir y codificar la situación exacta en la que se encuentran.

Crear tecnología que imite a los humanos, haciéndose pasar por algo humano, requiere que tengamos muy claro que significa ser humano y uno de los aspectos fundamentales del ser humano es que es responsable de sus actos.

Fabricar dinero falsificado es un delito y falsificar personas debería ser un delito ya que a las “personas” falsificadas no se les puede exigir responsabilidades y eso las convierte en actores amorales con gran capacidad para generar multitud de falsedades, es decir con gran capacidad de desinformar. Los responsables son los creadores de estas tecnologías, los creadores de los algoritmos.

De hecho, cuanto mas sofisticados sean los sistemas de IA, mas responsabilidades deberíamos exigir a sus diseñadores y programadores de forma que se asegure que cumplan principios legales y éticos estrictos. Las inteligencias artificiales no tienen, ni tendrán nunca, al menos en un horizonte cercano, intencionalidad ni objetivos propios; su desarrollo involucra a personas en todas las fases, desde la concepción y diseño del algoritmo, hasta su implementación, entrenamiento y despliegue. Los agentes morales somos nosotros y no las maquinas. Si algo sale mal, el responsable no es el algoritmo, somos nosotros:

El peligro de la IA no es, como afirman algunos, una supuestamente cercana superinteligencia artificial que decida controlar el mundo. Posiblemente los discursos apocalípticos sobre los peligros existenciales a largo plazo de la IA se han puesto encima de la mesa de forma interesada como una cortina de humo para distraernos e intentar esconder los verdaderos problemas actuales de la IA: la falsificación de personas, la violación de la privacidad, la facilidad para generar textos, imágenes y videos falsos para manipular y polarizar, la vigilancia y control masivo de la ciudadanía, la autonomía de los sistemas (en particular las armas letales autónomas), etc.

Además debemos tener en cuenta que diferentes decisiones tecnológicas —por ejemplo, sobre algoritmos que se usan para contratar, para gestionar productos financieros— tienen consecuencias políticas y económicas distintas. Los algoritmos no son neutrales. Suelen tener sesgos porque reproducen, y en muchos casos amplifican, los sesgos de la sociedad. Todo el mundo debería poder expresar su opinión sobre si son deseables o incluso aceptables

Cuando una empresa decide desarrollar una tecnología para ofrecer publicidad personalizada, para llevar a cabo reconocimiento facial para pueda encontrar una cara en medio de la multitud, o garantizar que la gente participa o no en una protesta, sus ingenieros son los mejor posicionados para decidir cómo diseñar el software. La orientación y la forma de utilizar una tecnología en particular siempre se entrecruza con la visión y los intereses de los individuos que ostentan el poder. Pero debería ser el conjunto de la sociedad quién decidiera si esa clase de software debería diseñarse y desplegarse. Escuchar a voces distintas obliga a aclarar cuáles son esas consecuencias y permite que las personas no expertas puedan hablar sobre lo que quieren ver hecho realidad.

En medio de esta situación, aparece una trampa tecnológica: los gobiernos con dinero y poder que quieren acabar con las disidencias exigen tecnologías IA para controlar a la población. Cuanto mayor es la demanda, más investigadores trabajan en el sector. Y cuanto más se mueve la IA en esta dirección, más atractiva resulta a los gobiernos autoritarios (o a los que les gustaría serlo).

Los discursos de odio, el extremismo y la desinformación generan emociones extremas e incrementan la participación y el tiempo invertido en una plataforma. Eso permite a Facebook, por ejemplo, vender más publicidad digital individualizada. Se usa el término “filtro burbuja” para indicar los filtros algorítmicos que están creando un entorno artificial en el que la gente sólo oye aquellas voces que coinciden con sus opiniones políticas. Los filtros burbuja tienen efectos perniciosos.

La desinformación y las llamadas al odio no se limitan a Facebook. Las decisiones algorítmicas de YouTube y sus esfuerzos por aumentar el tiempo de visionado han tenido una importancia fundamental. Con el fin de incrementar las horas de conexión, la empresa modificó su algoritmo para priorizar los vídeos que parecían enganchar a los espectadores, incluidos algunos de los contenidos extremistas más incendiarios. La inteligencia artificial puede amenazar la democracia.

Si la inteligencia artificial, en muchos casos, sólo conduce a una automatización a medias, ¿por qué tanto entusiasmo por la IA? La respuesta son los ingresos que las empresas dedicadas a recopilar enormes cantidades de datos obtienen con la publicidad individualizada. Los anuncios digitales sólo sirven de algo si la gente les presta atención, por lo que su modelo de negocio obliga a las plataformas a aumentar la interacción de los usuarios con los contenidos en línea. La manera más efectiva de conseguirlo ha resultado ser la promoción de las emociones más extremas, como la indignación y la rabia, pero esto está produciendo muchos daños colaterales.

Podemos salir del actual atolladero si conseguimos reconfigurar la distribución de poder en la sociedad y reorientar el cambio tecnológico. Una transformación de este estilo sólo podrá producirse con procesos democráticos. Hay que avanzar en el camino de identificar a los responsables de los algoritmos, a los responsables de su diseño, a los responsables de sus objetivos implícitos, a los responsables, por tanto, de los efectos colaterales que puedan producir. Esto incluye, entre otros, a los algoritmos que regulan las redes sociales. Debemos abrir los algoritmos y sus usos al debate público para concluir si son aceptables o no y, en su caso, quien es el responsable de las acciones que puedan tomar. La Ley de la Inteligencia Artificial de la UE es un paso, aunque tímido, en esa dirección. De la misma forma que un medicamento debe ser aprobado antes de su uso por la Agencia Europea o Española de medicamentos, un algoritmo debería ser evaluado antes de su uso. Tras los tímidos pasos de la UE ya algunas empresas como Meta, la empresa matriz de Facebook, Instagram, etc., anuncian que no ofrecerán sus nuevos modelos de IA generativa en Europa por su “impredecible entorno regulatorio”. ¿Acaso no quieren someterse a un control democrático?

Se han usado ideas de la conferencia Reflexiones sobre la inteligencia de la Inteligencia Artificial de Ramón López de Mántaras en el Congreso Español de Informática de 2024.


viernes, 6 de septiembre de 2024

ANDALUCÍA, ¿PUENTE O FRONTERA?

 


Rafael Polo Brazo 29/08/2024

El autor nos facilita el presente texto para publicarlo en este blog.

Lo que se produce hoy 6 de septiembre de 2024

La historia de nuestra tierra esconde varias sorpresas que han sido silenciadas y cuya omisión ha cambiado por completo la narrativa acerca de un pasado que es muy diferente al que nos han enseñado.

Andalucía ocupa una posición geoestratégica única que nos marca los límites de las posibles alternativas que se abren ante nosotros. Y tiene una historia apasionante, que ha ido abriendo nuevos caminos a través de los siglos al resto de la Humanidad, que ha tejido una red de alianzas, de conexiones profundas con multitud de pueblos, algunos de los cuales habitan muy lejos de nosotros. Esos puentes, que cruzan océanos, nos han definido históricamente y nos han convertido en referentes para millones de personas que vibran en una frecuencia que resuena con la nuestra.

A lo largo del tiempo hemos ido ejerciendo de manera alternativa las dos funciones que nuestra tierra puede desempeñar en el entorno geopolítico en el que vivimos: la de puente y la de frontera. Por eso es importante sumergirse en la verdadera historia de lo que hemos sido y de lo que somos para poder inferir los posibles caminos de futuro que se abren ante nosotros.

Nuestro papel histórico de guardianes del Estrecho ha determinado buena parte de nuestra historia, ya que ha sido -hasta 1869- la única puerta que comunicaba el Mar Mediterráneo con el Océano Atlántico, lo que ha empujado históricamente hacia nuestra tierra a una gran cantidad de ejércitos que buscaban tomar el control de ese importante paso que, desde la apertura del Canal de Suez -en el otro extremo del Mediterráneo- abre, además, la ruta entre el Atlántico y el Índico, es decir, conecta las costas nororientales de Norteamérica y las occidentales europeas con el sur de Asia.

Este simple dato nos puede ilustrar bastante acerca de la gran cantidad de presiones de todo tipo que se ejercen sobre los habitantes de esta tierra y que están detrás, en última instancia, tanto de la realidad estructural actual como de la imagen que se ha construido para justificarla.

Esto nos convierte, además, en una importante base logística a través de la cual se garantiza el paso de las fuerzas y los suministros de los países occidentales hacia los conflictos del Próximo y del Medio Oriente. También del flujo de mercancías hacia o desde los mercados de Asia Oriental.

Pero la importancia geoestratégica andaluza no se agota en su componente este-oeste, es decir, en el carácter de válvula de control de la comunicación marítima entre el Mediterráneo y el Atlántico. También es fundamental su componente norte-sur, es decir, la conexión terrestre entre los pueblos europeos y norteafricanos, que en los tiempos que estamos viviendo adquiere una relevancia cada vez mayor. Sólo daré un dato que sintetiza la situación: África, en 1960, tenía 283 millones de habitantes, frente a 605 millones de europeos. En la actualidad tiene 1.340 millones, frente a 748 millones de europeos. Sólo los 14 kilómetros de anchura que posee el Estrecho de Gibraltar separa ambos espacios. Sin embargo, hay muy poca consciencia entre la población de lo que esto significa.

Como podrá ver ni podemos, ni debemos ignorar esta multitud de factores de carácter geopolítico que singularizan la tierra en la que nos ha tocado vivir, que ha condicionado históricamente nuestra forma de vida y seguirá haciéndolo en el futuro: somos prisioneros de nuestra geografía. Por tanto, en cualquier análisis, valoración o proyecto político, social o económico que hagamos tendremos que introducir estos factores que marcan límites a nuestra capacidad de maniobra.

La pertenencia histórica de Andalucía al estado español cambia la naturaleza de éste ya que España, sin Andalucía, es un apéndice que le sale a Europa por el suroeste. Con ella es un punto de encuentro de Europa con los mundos exteriores a la europeidad, un puente hacia las Canarias, África e Iberoamérica. Esta realidad factual y estructural será determinante durante las próximas generaciones para la relación que la Unión Europea decida establecer con esa parte del mundo, son regiones que no dejan de ganar peso relativo en el ámbito global, cuya conexión garantizamos pero que, en paralelo, empujarán a ésta a intentar condicionar todos los procesos de toma de decisiones que nos afecten.

Nuestra historia, además, presenta algunas sorpresas que contradicen la narrativa que se ha venido imponiendo durante los últimos siglos y que sólo busca ocultar el verdadero papel que hemos venido desarrollando desde hace milenios. Lo que hoy vemos como la periferia europea ha sido, históricamente, el corazón de la Civilización Hispana, el pegamento de la Hispanidad. Es imposible explicar la construcción del mundo moderno sin esa pieza fundamental que, en su día, fue la clave de bóveda sobre la que se ha edificado la estructura política global en la que hoy vivimos.

El territorio andaluz sufrió un proceso de segregación política con respecto al resto del estado español a partir del siglo XVIII de la que no somos, en absoluto, conscientes y que ayudan a explicar no sólo nuestra posición estructural actual dentro de él sino, también, buena parte de las tensiones territoriales que han ido agudizándose, por toda la Península, a lo largo de los siglos XIX y XX.

La principal consecuencia de todo lo que hemos dicho hasta ahora es que estamos obligados a replantearnos el tipo de relación que queremos mantener con el resto de territorios que forman el Estado español, el papel que desempeñamos como frontera exterior tanto de la Unión Europea como de la OTAN y el rol que queremos desempeñar en la relación que dicha Unión mantenga en el futuro con África y con Iberoamérica. También la estrategia de desarrollo interior que debemos impulsar en nuestra tierra. Si queremos profundizar en el modelo de sol y playas o apostamos de una vez por el despegue de una industria que sepa explotar las ventajas comparativas derivada de la importante posición geográfica en la que nos encontramos. Nuestros puertos están situados en un lugar privilegiado para el tráfico marítimo internacional, presentando así una potente base de sustentación para el desarrollo de un sector secundario que necesita urgentemente fortalecer las conexiones por tierra, fundamentalmente por ferrocarril, con el resto de territorios que nos rodean y que pueden ayudar a situar nuestros productos en muy pocas horas en el corazón de Europa.

Nuestra importante fachada marítima, por otro lado, nos abre la puerta a un importante desarrollo científico y tecnológico relacionado con el mar y con la oceanografía, abriendo un nuevo umbral de descubrimientos y de desarrollos tecnológicos de cara al futuro.

Como vemos el potencial que presenta nuestra tierra es formidable, si sabemos estar en la onda adecuada, aunque lo primero que tenemos que hacer es tomar conciencia de esta apasionante realidad que tenemos ante nosotros.



Son estas consideraciones las que me han llevado a escribir el libro “Andalucía, ¿puente o frontera?”, que acaba de publicar la Editorial Mascarón de Proa y que está ya disponible en librerías, plataformas y en la web de Almazara Libros o la de Mascarón de Proa.

Me gustaría descubriros todo el mundo de posibilidades que se abren ante nosotros. Nos vemos en el futuro.

https://www.facebook.com/100067873044378/videos/465446282892491


martes, 3 de septiembre de 2024

EL PRECIO DEL ACEITE ES UN ELEFANTE

 


Antonio Aguilera Nieves

3 de septiembre de 2024

 

Habíamos recorrido gran parte de la llanura del Serengueti durante toda la jornada. Cuando llegamos a una zona habilitada para acampar, algunos se pusieron a montar las tiendas, otros a buscar rápidamente la ducha al aire libre, habilitada cerca del depósito de agua, para zafarse del polvo que se incrusta en la piel. Yo, seguía mirando pájaros cuando se armó un enorme revuelo. Alguno corría con la toalla como taparrabos. Un gran elefante había acudido al olor del agua, se había metido en medio del campamento y había hecho suya el agua, toda.

Esa es la primera cara de un elefante. Tiene una fuerza natural con la que puede aplastarte, sin pensar siquiera en proponérselo. Sólo por conseguir lo que busca. La subida de los precios de productos básicos tiene el mismo efecto. Se lleva por delante lo que haga falta. Así ha ocurrido con el precio del aceite de oliva. La subida de precio de los últimos meses ha hecho descender el consumo a niveles catastróficos, generando además un cambio de hábitos de consumo de muy difícil corrección.

Lo habitual es ver a los elefantes desde lejos, calmados, paseando, comiendo. Son moles que se mueven despacio, sus movimientos son bastante predecibles. Por eso se hace el símil con las grandes corporaciones, se dicen que son como elefantes, se mueven lentas, tardan en reaccionar. Parecen ir siempre dos pasos por detrás de la innovación.

Ante una primavera del 2024 algo más generosa que anuncia mejoras en la cosecha, el sector del aceite de oliva se aventuró a decir que en unos meses podríamos ver un pequeño descenso del precio. El elefante que se mueve lento, pero que sabe que un apunte de buenas noticias hará mantener el consumo y mientras, se podrán mantener los márgenes comerciales, tirando de las reservas. Pero el consumidor sigue viendo precios elevados en las estanterías, no compra.

El plano más interesante del elefante, la tercera mirada, es cuando lo metemos en una habitación y nadie parece verlo, nadie lo nombra. Eso ocurre con la terrible injusticia de marcar con el mismo precio a todo el aceite de oliva. Obviando que no se están siguiendo los criterios básicos de fijación de precios de producto a partir de una distribución de costes y beneficios a lo largo de toda la cadena de valor que garantice una adecuada renta al productor y un precio asequible y justo al consumidor. La realidad actual es que, con el precio del aceite que manejamos, los productores de intensivo están atesorando beneficios y los pequeños agricultores serranos están cambiando el dinero, o perdiéndolo.

Nadie parece querer reconocer que los costes de producción se cuadriplican en los olivares de montaña respecto a los olivares superintensivos mecanizados de regadío. Que los patrones ambientales son realmente diferentes y habría que contemplarlo en las ayudas públicas, autorizaciones y fiscalización. Que la del olivo es una cultura indisolublemente asociada al devenir de comarcas enteras, al tejido cooperativo y la estructura social.

El precio del aceite de oliva es un elefante que está aplastando a un tejido productivo y social cuya única salida es caer en manos de la agricultura industrial. Es un elefante que está asustando a quien lo mantiene, que son los consumidores. Es un elefante al que se le están volviendo los pies de barro.

La medida anunciada por el gobierno de anular primero, y reducir el IVA del aceite de oliva después, es meramente cosmética, que viene a responder a que exista la impresión de que se está haciendo algo, pero sin que se asuste el elefante. Dejar que pase el tiempo y se vayan ajustando los resortes del mercado en una suerte de liberalismo muy mal entendido, en la medida en que no estamos hablando solo, ni mucho menos, del PVP de otro producto más, sino de un cultivo que, según datos del Ministerio de Agricultura, cuenta con 2,75 millones de hectáreas en España, que producen el 70 % de la UE y el 45 % de la producción mundial. Más de 350.000 agricultores se dedican al olivar, genera 32 millones de jornales y 15.000 empleos en la industria.

El reto de la próxima década es lograr una cadena de valor alimentaria justa, sostenible, saludable. Para ello hay que reconocer que, como aquel gran mito de Jonás, sólo cuando asumamos que vivimos dentro de la ballena, o del elefante, pondremos en marcha las medidas necesarias para romper el sinsentido que hemos creado nosotros mismos.

La fijación del precio del aceite atendiendo a unos mecanismos ajenos a su propia cadena de generación de valor está abocando a la desaparición de un modo de cultivo y de manejo del territorio milenario, que ha permitido la vida en media España y hoy no ofrece rentas dignas a los pequeños agricultores de sierra y de secano, justo los que necesitamos todos para el mantenimiento de la dinámica natural del territorio. Una cadena de valor que está expulsando del mercado a consumidores, que en 2023 han soportado un aumento de los precios del 24 %, a lo que hay que añadir un 6 % de inflación en los alimentos. Unos consumidores a los que se les venía educando durante años en las propiedades saludables y culinarias del aceite de oliva virgen extra, que se están yendo a productos sustitutivos. Esta, es una cadena de valor, por definición económica, social y ambiental, injusta, insolidaria, insostenible, insana.

El caso del aceite es paradigmático y doloroso en Andalucía, en la Península Ibérica y en todo el arco mediterráneo. No es un caso aislado. En realidad, es un modelo que se replica en la mayor parte de los productos alimenticios: escasas rentas a los productores, altos precios a los consumidores, acaparamiento de poder y beneficios en los eslabones intermedios, copados por distribuidores, grandes corporaciones cuyo negocio no es alimentar a la población de manera asequible y saludable sino vender productos.

El sistema alimentario, junto al energético, son los pilares del funcionamiento del mundo. Cuando se pregunta a los científicos sobre qué es lo que más les preocupa del cambio climático, cuál creen que será el factor que haga colapsar el sistema, todos coinciden que es el acceso al agua potable y los alimentos. En los foros de alto nivel existe una sentencia en la que todos coinciden: quien controla el hambre, controla los pueblos.

El elefante nos asusta, nos aplasta. Tenemos que hacer visible el elefante en la habitación del sistema actual de fijación de precios de los alimentos, porque es desequilibrado y artificial. No ofrece rentas dignas a los agricultores y precios justos a los consumidores, como está dicho antes. Pero tampoco está contemplando los costes de contaminación y reposición que generan ciertos sistemas productivos industriales, no se están valorando los costes de oportunidad de utilización de recursos básicos, de bienes públicos que son de todos y están sirviendo para enriquecer a unos pocos. Un sistema que ya está generando alimentos para la población que habrá en 2.060 pero que tratan de hacernos creer que hay que seguir aumentando producción mientras se tira más del 30 % de lo producido. Un modelo al que le interesa que viajen los productos muchos miles de kilómetros, para alimentar al ogro del transporte mundial y el cambio climático. Un sistema que está acabando con el 85 % de la biodiversidad domesticada porque el acceso a las semillas y fertilizantes está copado por un puñado de multinacionales que utilizan a los agricultores y ganaderos como maquila y a las personas como compradores sin rostro.

Mover al elefante no es fácil, pero es el único camino. Tenemos que revisar la estructura y los mecanismos de fijación del precio de los alimentos. Haciendo que afloren las trampas en las que estamos metidos. Poniendo freno a un desequilibrio de poder que sigue aumentando hoy y al que los gobiernos no están sabiendo poner freno. Las normas, las leyes deben ser las reglas de juego que permitan un progreso colectivo, justo, que minore desigualdades, y en estos tiempos, que ayuden al arraigo de las poblaciones a sus territorios, frene el cambio climático y alimente de forma saludable a una población cada vez más ajena a los procesos productivos. La tercera década del siglo XXI nos ofrece una realidad que evidencia la obsolescencia de las reglas del juego que nos pusimos décadas atrás. Que se mueva el elefante, por nuestro bien.