Miguel Campillo Ortiz
25 de
marzo de 2025
“Hijo
mío: Cuando a fines del 74 te anuncié en una breve carta el suceso de Sagunto,
anticipé la idea de que la Restauración inauguraba los tiempos bobos, los tiempos de mi ociosidad y de vuestra laxitud
enfermiza. La sentencia de mi buen amigo Montesquieu, dichoso el pueblo cuya historia es fastidiosa, resulta profunda
sabiduría o necedad de marca mayor, según el pueblo y ocasión a que se aplique.
Reconozco que en los países definitivamente constituidos, la presencia mía es
casi un estorbo, y yo me entrego muy tranquila al descanso que me imponen mis
fatigas seculares. Pero en esta tierra tuya, donde hasta el respirar es todavía
un escabroso problema, en este solar desgraciado en que aún no habéis podido
llevar a las leyes ni siquiera la libertad del pensar y del creer, no me
resigno al tristísimo papel de una sombra vana, sin otra realidad que la de
estar pintada en los techos del Ateneo y de las Academias.
La paz, hijo mío, es don del Cielo, como han dicho muy bien poetas y oradores, cuando significa el reposo de un pueblo que supo robustecer y afianzar su existencia fisiológica y moral, completándola con todos los vínculos y relaciones del vivir colectivo. Pero la paz es un mal si representa la pereza de una raza y su incapacidad para dar práctica solución a los fundamentales empeños del comer y del pensar. Los tiempos bobos que te anuncié has de verlos desarrollarse en años y lustros de atonía, de lenta parálisis que os llevará a la consunción y a la muerte.