Enrique
Cobo
10 de junio de 2025
La derecha actual, la extrema
derecha y alguna izquierda quieren las dictaduras como forma de conseguir sus
objetivos. ¿Quién quiere la soberanía popular, la democracia?
Vemos con angustia cómo
avanzan en el mundo las instituciones gobernadas o condicionadas por la extrema
derecha. En Europa estamos viendo impotentes cómo se consolidan las
alternativas institucionales de las derechas más extremas.
Y en la izquierda estamos…. Pasmados. ¿Es el Estado democrático,
son las instituciones democráticas, son los partidos los cauces adecuados para
institucionalizar la soberanía popular?
Pienso que es hora de que
afirmemos que el Estado, las instituciones democráticas, tienen que llegar a
ser la mejor forma para que se pueda ejercer ahora la soberanía popular; y
también todo lo contrario, pueden ser el instrumento para construir las
dictaduras.
Es necesario expresar
apostando a que la soberanía popular a través de las instituciones elegidas por
sufragio universal libre y secreto es hoy la mejor forma para hacer efectiva la
democracia, el poder popular.
También pueden ser la forma de
ejercer el absolutismo -“todo para el pueblo pero sin el pueblo”- y las más
radicales dictaduras contra los pueblos…, como estamos viendo ahora y como
hemos vivido y sufrido en el próximo pasado.
El camino hacia una democracia, hacia la
soberanía popular en las instituciones que sea expresión fiel de las
aspiraciones de los pueblos, es una cuestión esencial para frenar la terrible
realidad del avance, también electoral, de las derechas extremas en el mundo.
A partir de estas premisas
quiero fijarme en el papel de los
partidos políticos como causa del deterioro democrático, pero también como
instrumentos que pudieran llegar a ser
útiles para el avance de la soberanía popular en las instituciones, si
consiguen ser vehículos esenciales para la expresión institucional de los
deseos de los pueblos, deseos de justicia, e instrumentos que sirvan como
organizaciones para servir a los pueblos de los que nacen y a los que se
someten.
Analizar la situación actual
de las relaciones de los partidos políticos con sus pueblos y la necesidad
ineludible y extraordinariamente urgente de cambiarla tanto en su naturaleza
como en sus formas de relación con la ciudadanía es cuestión principal para
servir y hacer posible la soberanía popular, la democracia.
Paso a analizar rasgos que
considero importantes de la realidad del papel de los partidos políticos, de
algunos de los conceptos en base a los que se forman, en las formas en que se
relacionan los afiliados entre sí, en las formas de relacionarse con sus
pueblos y en el concepto que de sí mismos tienen, como causas del deterioro de
unos instrumentos vitales para el futuro. Básicamente llego a la conclusión de
que parten de equivocar su esencia, porque los
partidos políticos no son
representantes de los pueblos sino sus servidores y porque su
funcionamiento interno no es eficaz para desempeñar la función de ser cauces,
instrumentos de los pueblos para la expresión de su voluntad, ni tampoco para
ayudar a construir eficazmente sus aspiraciones porque desperdician e incluso
desprecian las capacidades de los pueblos para construir su futuro.
Constato que no pasan del 10 % los ciudadanos
que conocen más de sus representantes en los ayuntamientos, las comunidades
autónomas, en el Congreso o en el Senado. Ni los conocían antes de elegirles ni
después de haberles elegido; ni siquiera los afiliados de los partidos que
fueron los que “decidieron” presentarles como candidatos.
Compruebo que en todos los
partidos las responsabilidades en las instituciones de representación son
desempeñadas por las mismas personas que ejercen la dirección de las agrupaciones,
que accedieron primero a las responsabilidades orgánicas y después a ser
candidatos porque es realmente condición imprescindible. La misma persona
acapara las tareas en la organización partidaria y en las instituciones. Y esta
realidad viene condicionada por las formas de relación internas y por la
realidad de las relaciones con los pueblos a los que debieran servir.
Percibo cómo el debate con los
ciudadanos desde los ámbitos más básicos del territorio es lejano y de arriba hacia
abajo. Representarles y dirigirles son las perspectivas en las que se sitúan
las organizaciones partidarias de base. Servirles y respetarles no es la
perspectiva en la que se sitúan. Por el hecho de agruparse en torno a unas
siglas ya les confiere a las agrupaciones el carácter de representantes y
líderes de opinión; la perspectiva de ser simplemente servidores organizados de
su pueblo es una perspectiva que no se tiene en ningún partido.
Escuchar a los
pueblos, tratar de escuchar fielmente los asuntos que les importan, el orden, la
forma en que se ha de enfrentarlos, ya sea en la defensa concreta de problemas
cotidianos y muy próximos como las condiciones en las que se trabaja, o cuando
se trata de la circunstancia concreta, local, de las prestaciones de los
servicios públicos, como de asuntos más a medio plazo como las formas de
acceder a una vivienda, o de la ordenación urbanística de la ciudad, de los
presupuestos municipales y tener en cuenta sus deseos sobre las relaciones de
las instituciones representativas con los representados… Escuchar es esencial y
ponerse a su servicio es imprescindible.
Los partidos son instituciones
que han de ser cabalmente democráticas, pero al constituirse ya se adjudican la
representación del pueblo al que quieren servir y ser la vanguardia que señala
la dirección hacia la que caminar y la manera en que se haya de hacer. Es por
eso que se dedican a definir sin los
ciudadanos sus objetivos, sus prioridades, en cada momento y a medio y
largo plazo, y para ello no es necesario el diálogo atento y directo sino la
interpretación interna, que tampoco es fruto del debate interno libre y
decisorio.
Para encontrar los objetivos, para ver qué
hacer, se prefiere la reflexión interna que casi nunca -alguna vez formalmente,
pocas realmente- es fruto de un debate en la agrupación sino la decisión de la
dirección o de “los cuadros” o, en el peor de los casos, de agentes ajenos a la
organización.
La distancia entre partidos y ciudadanos se
agranda día a día, lo que es causa principal de la desafección mutua.
Para los partidos de la izquierda es un comportamiento
fatal que coadyuva a la deriva hacia la pérdida de las instituciones fruto de
la elección de los ciudadanos, a dejar de ser los canales de comunicación entre
los ciudadanos y las instituciones y, sobre todo, a errar en demasiadas
ocasiones al señalar las prioridades y casi siempre al elegirlas y decidir los
métodos para fijarlas y conseguirlas.
Reflexionando en las causas de
esa distancia terrible entre representantes y representados, entre los partidos
y los ciudadanos he llegado a la conclusión de que las soluciones tienen mucho
que ver con la democracia en los
partidos de izquierda. Considerarse
representantes de los ciudadanos ha de cambiar hacia saberse sus servidores.
La naturaleza de los partidos
y, consecuentemente, su organización y sus relaciones con los ciudadanos han de
cambiar.
Ser cauce para el acceso a la
representación en las instituciones es algo que se les ofrece a los ciudadanos
como un servicio más.
Los partidos no son los que en
cada momento han de decidir sobre las aspiraciones más radicales en virtud de
su ideología -o sus prejuicios- sino que han de ser cauces fieles y eficaces de la voluntad de los pueblos, que por
definición son los que mejor conocen sus aspiraciones, sus necesidades, son los
que saben lo que quieren, aunque no sepan cómo conseguir satisfacer sus
aspiraciones. Solo cabe ser tan radicales como los pueblos y tratar de ser
eficaces en organizarse para conseguir junto a ellos hacer realidad el futuro
que desean, que no puede ser otro que el de la justicia y la libertad.
Para que las relaciones sean
fructíferas y leales con los ciudadanos deben ser internamente democráticas,
inteligentes y generosas. Organizarse
para ser vehículos de participación y cauce para el cumplimiento de los deseos
de los ciudadanos, que siempre son radicales (comida, vivienda, servicios
públicos, justicia en el trabajo…, ”los derechos del hombre y del ciudadano”),
y hacer las cosas de tal manera que tanto en los procesos de debate del qué
hacer como en la decisión de cómo hacerlo, incluso en procesos de elección de
los candidatos como en los procesos de elaboración y control de los objetivos a
conseguir en las instituciones.
Para ello quiero sugerir algunas “técnicas”
para que se vayan acercando a su papel de servidores de los pueblos:
§ Que las responsabilidades de dirección de
las agrupaciones sean incompatibles radicalmente con ser candidatos a
las instituciones públicas.
§ Que el acceso a los trabajos públicos se
haga con técnicas y métodos que incluyan la participación ciudadana en cada uno
de los procesos (evitar la posibilidad de que el acceso al empleo público se
consolide como causa del deterioro de la democracia).
§ Que todos los puestos técnicos de
cualquier nivel sean desempeñados por personal funcionario.
§ Que la prestación de los servicios
públicos en todas las instancias tenga órganos de control y supervisión de los
ciudadanos elegidos (escuelas públicas y privadas, centros de salud, medios de
comunicación públicos, servicios sociales municipales y provinciales,
comisiones de extranjería…).
§ Que decisiones como presupuestos, planes
generales de ordenación urbana -locales y comarcales-, privatización de
servicios públicos locales y comarcales, tengan que ser sometidos
obligatoriamente a referéndum de todos los ciudadanos con derecho a voto en ese
ámbito territorial.
§ Evitar radicalmente los privilegios de los
representantes en las instituciones: limitando el salario a percibir en cada
institución y descartando las ventajas con respecto al resto de los trabajadores
en sueldos, dietas, pensiones…
§ Limitación de mandatos a no más de dos para la misma institución y para cualquier otro nivel institucional.
§ Establecimiento de controles periódicos de
los ciudadanos sobre los representantes electos, y sobre el desarrollo de los
programas electorales.
§ Establecer la incompatibilidad entre responsabilidades de
dirección en los partidos y ser candidato en cualquier proceso electoral.
No son consideraciones morales ni un listado exhaustivo de qué hacer, no son recomendaciones de naturaleza moral sino política, para tratar de conseguir que los partidos de izquierda sean cauce de fortalecimiento de la soberanía popular. El único futuro posible es el que se sustente en la soberanía popular: cualquier otro será de destrucción de la humanidad y/o de la Tierra, quizá por eso incluso en las constituciones más condicionadas, como la nuestra, se establece LA SOBERANIA POPULAR como fuente de todos los poderes. Aunque las constituciones solo lo refieren al poder institucional creo que necesariamente también la soberanía popular tendrá que ser fuente de los poderes económicos, porque ahora son ellos los que compiten con el poder de los pueblos.