Vientos de Cambio Justo

martes, 9 de junio de 2020

RESIDENCIAS DE MAYORES


  • Muchos ancianos no han tenido la atención médica necesaria durante la pandemia
  • La mayoría de las residencias de mayores actuales son privadas
  • Si queremos que nuestros mayores estén bien cuidados y atendidos, hay que cambiar el modelo hacia una mayor intervención y control de lo público.
  • Las residencias de ancianos deben quedar englobadas en el Sistema Nacional de Salud

Juan M. Valencia Rodríguez

9 de junio de 2020

Cuando yo era niño en las casas de mi pueblo había muchas mujeres, que estaban casi siempre en casa. En ese marco de familia extensa las personas mayores estaban en general rodeadas de compañía, cariño y atenciones, tenían con quién hablar, estaban bien cuidadas. Era muy frecuente que alguna de las hijas quedara sin casar; ella entonces se hacía cargo del cuidado de los padres en su vejez y se quedaba con la casa familiar.

Hoy día en la mayor parte de las familias son pequeñas, nucleares: madre, padre y los hijos, pocos casi siempre. La mujer se ha incorporado al trabajo fuera de casa, y está muy bien que sea así, porque es condición indispensable para que tenga la independencia necesaria para decidir por sí misma qué hace con su vida.
Este cambio de situación de la estructura familiar, especialmente acelerado en España, de la familia extensa a la familia nuclear de muy pocos miembros, genera situaciones de dificultad en el cuidado y atención a las personas mayores que ya no pueden valerse por sí mismas. Con todo, en España el papel de la familia es afortunadamente mayor, y la mayoría de los ancianos dependientes sigue viviendo, como es el deseo más frecuente, con algún familiar, con lo que eso supone de un entorno más cálido y cercano.


Pero en bastantes familias no hay medios económicos ni posibilidad personal (en ciertos casos tampoco voluntad) para atender a las personas mayores dependientes, y solo queda la opción de llevarlas a una residencia. El notable envejecimiento de la población española produce además una necesidad creciente de establecimientos geriátricos.

La pandemia del COVID-19 ha situado en el centro de atención las residencias de mayores por la enorme mortandad y las situaciones dramáticas y desastrosas que en ellas se han vivido.

Un lucrativo negocio asaltado por los “fondos buitre” de inversión

El panorama de las residencias de mayores es complejo. El sector sigue caracterizado por un elevado número de entidades de pequeña dimensión, pero en los últimos años el desembarco de poderosos fondos multinacionales de capital riesgo y de grandes capitales españoles, atraídos por la alta rentabilidad de un apetitoso mercado que en 2018 movió unos 4.500 millones de euros, ha producido una concentración empresarial considerable. Los datos esenciales más recientes, referidos al 3 de abril de 2019 son estos:
.    El total de camas en centros geriátricos españoles era de 372.985, lo que supone una ratio de 4,1 por cada 100 personas mayores de 65 años (el 19,3 % de la población), y de 13 camas por cada 100 personas de 80 o más años (6,1 % de la población). Los grandes inversores del sector estiman un déficit actual de 100.000 plazas respecto a la demanda existente.

.    El 73 % de las plazas son de titularidad privada (de ellas un 18 % corresponde a entidades sin ánimo de lucro), y el 27 % de titularidad pública, pero de estas casi la mitad (44 %) se ha cedido a la gestión privada, de manera que casi el 85 % de la gestión final de las plazas están en manos privadas.
.    Sin embargo, la financiación pública llega al 55,7 % de las plazas, sumadas las de centros públicos y las concertadas con residencias privadas.
.    La cuota de mercado de las 10 empresas mayores alcanza el 30,9 %. Entre ellas hay algunos fondos multinacionales, en los que es difícil conocer a los propietarios reales del dinero invertido. Destacan Domus Vi, propiedad del fondo ICG con sede en Londres (138 residencias con 21.988 plazas), la multinacional Orpea, Vitalia, Sanitas, Colisée, la francesa Amavir y las españolas Ballesol y Clece (filial de la ACS de Florentino Pérez). En el llamado “tercer sector” de entidades sociales y sin ánimo de lucro sobresalen Mensajeros de la Paz (110 residencias), Fundación San Rosendo, Gerón y la cooperativa GSR (de la Corporación Mondragón). Las grandes empresas inversoras reconocen márgenes de beneficios del 20 al 25 %, y hay quien llega al 50 %.
.    Los precios de las plazas, tanto públicas como privadas, y la subvención pública a las concertadas, varían bastante de una Comunidad Autónoma a otra, y también la aportación del usuario (en Andalucía suele ser el 75 % de la pensión).
.     Las aportaciones públicas no cubren los costes reales de la asistencia, lo que da lugar a una precariedad de medios y personal que perjudican la calidad asistencial.
.  La mayor parte de los contratos que las administraciones públicas firman con las empresas privadas son de dos tipos: los conciertos, que financian con dinero público plazas en residencias privadas, y las cesiones de la gestión integral de centros públicos al sector privado. La empresa o entidad es elegida bien solo en función del precio, o bien por criterios múltiples.
.     Se exigen pocas mediciones de los resultados y de la calidad de los servicios, y poca justificación de los precios, o gastos/ingresos que se generan.

España es uno de los países de la OCDE con mayor proporción de proveedores privados de servicios sociales para mayores. Se ha producido una “huida del Estado”: los geriátricos de titularidad y gestión públicas son cada vez menos, la tendencia dominante en el sector público ha sido la de privatizar o externalizar la gestión del servicio a entidades privadas.

Sin embargo, la opinión de la ciudadanía casi en su totalidad muestra su preferencia por la gestión y financiación pública de estos y otros servicios sociales. Se teme que la mercantilización de estos servicios públicos haga prevalecer los intereses económicos privados sobre los del bienestar social. Un miedo justificado: las grandes compañías escatiman en plantillas, en limpieza y en todo; reconocen gastar un 50 % de sus ingresos en gastos de personal, cuando las entidades sin ánimo de lucro no bajan del 75 %. En vez de auxiliares de enfermería prefieren contratar auxiliares de geriatría, que cobran menos y por convenio están obligados a realizar tareas de  hostelería. 

El modelo actual de colaboración público-privada favorece a las grandes compañías, no evalúa la calidad de los servicios prestados y rara vez sanciona a los incumplidores. Muchos expertos consideran que la irrupción en el sector de grandes inversores ha deteriorado este servicio.

El desastre de las residencias durante la pandemia

 

La mortandad extraordinaria provocada por la COVID-19 en las residencias de mayores no se ha producido solamente en España. En el Reino Unido del 1 al 24 de abril hubo 5.386 muertes en centros geriátricos. En Nueva York rebasan también los 5.000 hasta ahora. La mitad de los 7.200 fallecidos en Bélgica por la pandemia han muerto en residencias. En España no hay cifras oficiales, pero de los 19.430 fallecidos con síntomas en residencias, se estima que al menos 15.300 lo han sido víctimas de la pandemia.

Que la epidemia se haya cebado en los más mayores ha sido, pues, un fenómeno global, y hasta cierto punto inevitable por razones biológicas. Pero aquí han pasado cosas que no deberían haber ocurrido. Las residencias no son hospitales, no podían afrontar por sí solas una emergencia sanitaria de este calibre; pero una de dos: o debían haber sido medicalizadas, o los residentes enfermos tenían que haber sido trasladados a hospitales. Lo que es inhumano e indigno es que muchos mayores hayan fallecido sin el tratamiento correcto. Y ello pese al esfuerzo increíble desplegado por los profesionales de las residencias, que han cuidado a estas personas sin medios de protección adecuados, pagándolo con un gran número de infectados. La gestión de las directivas de algunos geriátricos, especialmente algunos de las grandes compañías, ha sido nefasta, y absolutamente opaca ante los familiares afectados, que han tenido que interponer cientos de demandas judiciales, civiles y penales.

Pero tampoco algunas Comunidades Autónomas, que son quienes tienen la competencia de las residencias de mayores, han respondido a sus obligaciones. En la Comunidad de Madrid, las autoridades autonómicas del PP ordenaron que no se trasladaran a ancianos afectados por el coronavirus a los hospitales, colapsados. Murieron sin recibir la atención médica que necesitaban. El consejero de Políticas Sociales de la Comunidad, Alberto Reyero (Ciudadanos), advirtió al de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero (PP), en dos correos del 22 de marzo, de que no enviar ancianos a hospitales supondría su muerte en "condiciones indignas", y que podría incurrirse "en una discriminación de graves consecuencias legales". El 26 de marzo, la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz-Ayuso (PP), le quitó las competencias sobre geriátricos para transferírselas al consejero de Sanidad. Este declaró que el protocolo enviado a los centros que negaba la asistencia hospitalaria a los ancianos con Covid-19 era un borrador remitido por “error”. Durante las semanas más duras de la epidemia, la Comunidad de Madrid restringió al mínimo los traslados de los mayores enfermos al hospital, lo que obligó a las residencias a asumir atenciones médicas para las que no estaban preparadas. Al final la Comunidad hubo de intervenir al menos 13 residencias privadas entre marzo y abril.


Hay que cambiar el modelo y fortalecer el control público

A las vista de los hechos parece evidente que el modelo actual hace aguas y perjudica a los mayores, en especial a los que están en situación más vulnerable. El drama que se ha vivido debe abrir un debate social sobre qué queremos para nuestros mayores. Si estamos dispuestos a que su vida dependa del negocio de los intereses mercantiles de grandes inversores, regidos por la búsqueda del máximo beneficio, ahorrando costes de donde sea, o por el contrario deseamos que prevalezca el cuidado de los mayores residentes. 

Las residencias, para que los mayores estén bien cuidados, tienen un alto coste de mantenimiento. No hay por tanto margen para un beneficio empresarial significativo, si no es a costa de tener a los residentes mal atendidos. 

Igual que la pandemia ha hecho del fortalecimiento de la Sanidad Pública una exigencia incuestionable de la sociedad que nuestros gobernantes no pueden eludir, otro tanto puede decirse de la expansión del control público en los servicios sociales destinados a las personas mayores, y en particular en las residencias. Ir a otro modelo pasa necesariamente por ampliar la presencia pública en el sector. Si la Sanidad Pública ha demostrado ser la verdaderamente eficiente en los momentos críticos, otro tanto puede suceder en los servicios sociales para mayores, residencias incluidas. 

Dada la situación existente, con casi un 85 % de plazas bajo gestión privada, sería irreal e inviable a corto y a medio plazo plantear la eliminación del modelo de colaboración público-privada. Pero sí hay otras cosas que pueden hacerse desde ya, como dar prioridad al llamado “tercer sector” (entidades sociales y sin ánimo de lucro), cuya participación está siendo en general positiva, y a las entidades de pequeño tamaño, restringiendo el papel que tienen los grandes grupos de inversión. Las CCAA, que tienen la competencia sobre estas instituciones, deben fortalecer los mecanismos de control y evaluación, multiplicar las inspecciones, reforzar las cláusulas sociales y sancionar a los que incumplan, llegando a la rescisión de los contratos en los casos de quebranto grave de las condiciones estipuladas.

Hay que impulsar fórmulas de gestión lo más parecidas al marco familiar, que respeten la intimidad, personalicen el cuidado, eviten la rotación continua de profesionales. Que propongan a los mayores actividades para una vida con sentido. Eliminar los macrocentros (los preferidos por las grandes compañías privadas). Generalizar las habitaciones individuales.

Apoyamos las propuestas de la Coordinadora Andaluza de Mareas Blancas sobre las residencias de mayores:

·         Efectuar una auditoría de las Residencias de Ancianos de Andalucía.
·   Que la Fiscalía inicie investigaciones de carácter penal en aquellas residencias que pudieran haber incurrido en comportamientos delictivos durante la pandemia.
·    Que las residencias de ancianos y demás servicios sociosanitarios para las personas mayores queden englobados en el Sistema Nacional de Salud, que debe definir los criterios y estándares de calidad exigibles y garantizar el acceso a los mismos en condiciones de igualdad.