Vientos de Cambio Justo

martes, 27 de abril de 2021

EL FRANQUISMO QUE NUNCA SE FUE


Juan M. Valencia Rodríguez 


27 de abril de 2021

 

De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.

[…]

Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia.

 (Jaime Gil de Biedma, 1962)

Asistimos en los últimos meses, quizá con excesiva perplejidad, a todo un recital de agresiones y expresiones fascistas que nos hacen recordar los oscuros, largos, malos tiempos de la dictadura de Franco.

Sin intención de ser exhaustivos, anotemos algunos de estos hechos: durante la primavera y el verano de 2020 la extrema derecha intenta sin éxito un golpe de Estado para derribar al gobierno de coalición progresista. El general Francisco Beca escribe en un chat de altos mandos militares retirados: “no queda más remedio que empezar a fusilar a 26 millones de hijos de puta”, niños incluidos. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, declara: "Cuando te llaman fascista sabes que lo estás haciendo bien y que estás en el lado bueno de la Historia”, y se permite lanzar su zafio y falaz slogan electoral, de resabios franquistas: “Comunismo o Libertad”. En Sevilla el Espacio labarqueta, un centro comunitario de fomento de la cultura y de la economía social, sufre reiteradas agresiones fascistas. Irene Montero, Pablo Iglesias y sus padres, así como el ministro del interior y la Directora General de la Guardia Civil son amenazados de muerte, en forma de cartas que contienen balas de fusil, acción que la candidata de Vox a la presidencia de la Comunidad de Madrid se niega en público a reconocer y condenar. Iglesias y Montero llevan un año sufriendo en su casa el acoso fascista. El 2 de abril la sede de Podemos en Cartagena sufre un atentado con cócteles molotov, el tercer ataque en menos de un año. En mayo de 2020 un vecino de Granada es agredido salvajemente por colgar en su balcón una bandera republicana en honor al fallecido Julio Anguita. Un ex legionario se ejercita disparando a fotos de miembros del Gobierno, sin que le pase nada, mientras se encarcela a titiriteros y raperos por sus creaciones artísticas. Un grupo de ultraderechistas encapuchados y con simbología nazi insultan al diputado de Esquerra, Gabriel Rufián, cuando presentaba un libro suyo en Dénia (Alicante).

Pero hay algo mucho peor: con la permisividad de la derecha ultraconservadora (PP) de la que procede, cuyo discurso extremo genera una crispación permanente, se ha normalizado la presencia en la vida política y en las instituciones democráticas de la extrema derecha fascista (VOX): ha logrado una fuerte presencia en el Congreso de los Diputados, está presente en el Senado y en la mayoría de los parlamentos autonómicos, y con el apoyo de sus votos se forman gobiernos de la derecha (PP y Ciudadanos). Esta normalización ha contado con la colaboración de muchos medios de comunicación, a veces pretextando una supuesta equidistancia que en realidad se constituye como la mejor aliada del fascismo.

También emplean de manera sistemática otros medios, como los bulos a través de las redes sociales. Tratan de apropiarse de palabras como libertad o España, que para ellos en realidad no significan otra cosa que la de tener campo libre para sus negocios a costa de los intereses de la mayoría. Con sus mentiras, repetidas millones de veces, van intoxicando la opinión pública y la mentalidad social.

Los mensajes de esta extrema derecha fascista están cargados de racismo y de odio hacia todo lo que se sale de su cerrado horizonte cerebral. Criminalizan a los menores inmigrantes desprotegidos, niegan la violencia machista y volverían a relegar a las mujeres a la cocina, desean la eliminación total de sus adversarios políticos, de los homosexuales, de todas las libertades y derechos. Reivindican la ominosa dictadura que nos oprimió durante décadas. Les gustaría llevarnos de nuevo a esa “España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía”, en la que solo caben ellos. Eso sí, su patriotismo no les llega al bolsillo: nada de pagar impuestos.

Ciertamente, no se trata de un problema exclusivo de la democracia española: ahí están los casos de Francia, de Alemania, del trumpismo asaltando el Capitolio en EE. UU. Sus causas hay que buscarlas por tanto en las realidades actuales y globales. Entre ellas, cómo las políticas neoliberales se han cebado contra sectores desfavorecidos de la población trabajadora y han provocado su desafección hacia la democracia.

Pero en España se unen causas derivadas de nuestro proceso histórico reciente, determinado en gran medida por el reaccionarismo tradicional del gran capital español. Llueve sobre mojado. España sufrió la dictadura fascista más bárbara, cruel y genocida que ha conocido la Historia humana, después de la de Hitler en la Alemania nazi.

Muchos años después, los brotes fascistas vuelven a asomar por todas partes. Esto sucede, además de las causas globales, porque la transición desde esa dictadura brutal a la democracia se hizo de la manera que más convenía a los herederos de la dictadura. Pese a los esfuerzos de quienes luchábamos por la libertad, la correlación de fuerzas de entonces determinó el triunfo de la reforma diseñada desde dentro del franquismo y no la ruptura democrática que deseábamos. Llegamos a la democracia por la puerta trasera, y eso dejó intactos muchos resortes de poder del franquismo: una Monarquía que no fue sometida a la voluntad popular, una cúpula militar que sigue impregnada de mentalidad franquista, unas cloacas policiales que actúan a su antojo, una judicatura en gran medida reaccionaria, una jerarquía eclesiástica que defiende arcaicos privilegios y saquea impunemente el patrimonio público.

45 años después de la muerte del dictador, las familias de más de 45.500 víctimas andaluzas del franquismo, y más de 110.000 en toda España, siguen buscando sus restos en cunetas y fosas comunes. Por eso existen los movimientos de Memoria Histórica. Para recordar que el fascismo es la barbarie, la inhumanidad en su grado absoluto. Para detener la ignominia de que se siga ensalzando a los verdugos, mientras se ignoran los crímenes del franquismo. Para exigir la Verdad, Justicia y Reparación que merecen las víctimas y sus familiares

No podemos cambiar el pasado, pero sí recordarlo para afrontar de la mejor manera posible los retos del presente. Las fuerzas verdaderamente democráticas, y en especial las de izquierda, deben cerrar filas frente al fascismo, rodearlo de un cerco político impermeable, poner al descubierto sus mentiras. No se discute con quienes pretenden arrebatarnos la libertad conquistada con tantos sacrificios. Y deben defender los intereses de las clases trabajadoras que han de ser el soporte de una democracia real.

No vamos a dejarlos pasar adelante. Vamos a impedir sus propósitos, sin violencia, pacíficamente, pero con la mayor firmeza y valor. La garantía de que la barbarie fascista no se vuelva a repetir está en la movilización antifascista de todos nosotros. Eso fue lo que acabó en Grecia con el grupo neonazi Amanecer Dorado. Sigamos el ejemplo.