Vientos de Cambio Justo

martes, 8 de febrero de 2022

Y ALLÍ ESTAMOS DE NUEVO…

         


                                                                                     Chumy Chúmez

Pedro Moreno Aguilar

8 de febrero de 2022

España ha enviado estas últimas semanas cazabombarderos del Ejército del Aire a Bulgaria y dos buques de guerra al Mar Negro que se han sumado a los cazabombarderos desplegados en la base aérea de Mihail Kogalniceanu, en las proximidades de la localidad de Constanza, en Rumania, y al contingente mecanizado, con 346 militares y vehículos de combate Leopardo y Pizarro, estacionados en la base de Adazi, en Letonia, a tan solo 120 kilómetros de la frontera rusa.

Augusto Zamora, que fue embajador de Nicaragua en España y profesor de Derecho internacional público y Relaciones internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid, se burlaba hace unos días sobre estos envíos de tropas, aviones y pertrechos militares a la frontera rusa:

«Hace poco escuchamos al ministro español de Exteriores, posando como un pavo real al lado del secretario de Estado Blinken, diciendo que España iría a la guerra por Ucrania, je je. España con otra división azul... Pareciera que, en este país pequeño y básico, lo de tomarse fotitos en las Azores para creerse un ratito Superman no era privativo de un polichinela con bigotito a lo Adolph, sino más general.»

Aparte de la burla y el sarcasmo, la comparación que hace Augusto Zamora con la División Azul no es tan descabellada como pudiera parecer a primera vista. España ha enviado en varias ocasiones tropas a las fronteras rusas bajo mando de militares extranjeros de la potencia de turno en los últimos doscientos años: la campaña napoleónica de 1812, la campaña hitleriana de 1941, y la campaña estadounidense de 2022. Y resulta curioso comprobar algunas similitudes del lenguaje utilizado en cada una de estas ocasiones.

Francia había declarado a principios del siglo XIX una guerra comercial a Inglaterra y había pedido a todos los países europeos que cerraran sus puertos al comercio inglés y no permitieran que atracase ningún barco de esta nacionalidad. Es lo que en los libros de texto se denomina «el bloqueo continental», lo que hoy llamaríamos «sanciones unilaterales». Cuando Napoleón decidió en 1812 una expedición de castigo contra Rusia, que seguía con su política de neutralidad, para forzarla a la guerra comercial contra Inglaterra, los primeros en mandar tropas y pertrechos a la «Grande Armée» de nuestro «gran aliado» fueron como era de esperar todos aquellos países previamente ocupados o sometidos, y asustadizos. Participaron, bajo mando francés, soldados belgas, neerlandeses, polacos, austriacos, italianos, bávaros, sajones, prusianos, westfalianos, suizos, daneses, noruegos, croatas, portugueses, y también españoles.

Participamos con un regimiento, formado por cinco batallones y algo más de 4.000 hombres. Quería Napoleón que el regimiento se llamara el «Real Napoleón de España», pero los militares españoles lograron cambiarlo por "Regimiento José Napoleón», que creyeron menos humillante y, por así decirlo, más respetuoso con la “soberanía” española. A fin de cuentas José Napoleón era rey de España.

Nuestras tropas entraron en Moscú con las tropas francesas y presenciaron el incendio de la ciudad. Meses más tarde sólo cuatro oficiales y unas decenas de soldados lograron sobrevivir a la tragedia de la retirada y al paso del Berezina.

En 1941 un nuevo imperio, el tercer Reich, había logrado adueñarse de toda Europa y había decidido apoderarse de los inmensos recursos naturales de Rusia y de camino negociar con Inglaterra desde una posición militar ventajosa. España estaba sumida en una posguerra de hambrunas, terror y fusilamientos. Rusia no nos amenazaba en absoluto ni a nosotros ni a nadie. Era ella la amenazada. Pero Hitler pedía que aportáramos soldados y pertrechos. Y nosotros éramos sus aliados y mandamos un contingente militar de 45.000 hombres. Entramos en guerra con una nación a miles de kilómetros de nuestras fronteras, de la que desconocíamos su geografía, su historia, todo, en la que los expedicionarios escuchaban por primera vez los nombres de los ríos cuando los cruzaban, y los nombres de las ciudades cuando las ocupaban. Participábamos en la invasión de un país absolutamente desconocido para nosotros.

(Conservo en casa una postal alemana enviada por un divisionario a mi padre que empezaba diciendo: «desde las heladas estepas siberianas...» El colmo de la ignorancia. Como sabemos nunca estuvieron en Siberia, ni se acercaron siquiera de lejos a los Urales).

Los pretextos resultan tanto ayer como hoy chocantes aunque sin duda eficaces propagandísticamente: Rusia es culpable... de todo. En la arenga de despedida los expedicionarios pudieron escuchar este argumento histriónico:

«¡Rusia es culpable! Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro fundador. Y de la muerte de tantos camaradas y tantos soldados caídos en aquella guerra por la agresión del comunismo ruso. El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa».

Ya en Alemania y tras escuchar misa los expedicionarios juraron fidelidad a Hitler. Los militares españoles pidieron añadir una frase que suavizara este juramento de obediencia ciega al Führer justificándolo «en la lucha contra el comunismo». El juramento quedó redactado finalmente así:

«¿Juráis ante Dios y por vuestro honor de españoles, absoluta obediencia al jefe de las Fuerzas Armadas alemanas, Adolfo Hitler, en la lucha contra el comunismo, y juráis combatir como valientes soldados, dispuestos a dar vuestra vida en cada instante por cumplir este juramento?»

La hipocresía de Inglaterra es proverbial. Inglaterra nos exigió guardar un poco las formas para no tener que declararnos la guerra, para no tener que considerar a España como país beligerante por ayudar militarmente a los alemanes. Les bastaba tan sólo con que no existiera una declaración oficial de guerra contra la URSS, que los soldados no llevaran uniforme español, y se mencionara en el papel que se trataba de voluntarios y no soldados del ejército español.

De nuevo España participa estos días en una nueva concentración de tropas en las fronteras de un país lejano, que no nos amenaza, bajo mando de militares de una potencia extranjera. Y de nuevo nuestro inefable Albares, nuestro ministro de Exteriores, adopta el tono de sus antecesores afirmando «sin complejos», como se dice ahora, que Rusia es la culpable..., la culpable de todo, que «España no se esconde» y que las sanciones a Rusia se deben a que «no respeta los derechos humanos». Y allí estamos de nuevo, como diría Napoleón, con todos los aliados «belgas, neerlandeses, italianos, bávaros, sajones, prusianos, westfalianos, daneses, noruegos, polacos, húngaros, rumanos, albaneses, kosovares, macedonios, croatas y portugueses» en una nueva y gigantesca «grande armée».

España no debe comprometer de nuevo, como ya hizo en tantas ocasiones de la historia reciente, su independencia y neutralidad en un conflicto promovido por los intereses geoestratégicos de los EEUU. Como se pudo comprobar en Afganistán, Irak, Libia o Siria, éstos degeneraron en guerras de invasión de naturaleza criminal, que no solo no han solucionado ningún problema, sino que han engendrado otros más graves que todavía persisten y cuyas consecuencias padecen millones de personas inocentes. Miles de ellas llegan  nuestras costas buscando refugio huyendo de los teatros de la devastación de las intervenciones militares.

El Gobierno no puede anteponer los objetivos militares de la OTAN a los intereses generales de los españoles, sin tener en cuenta al Parlamento ni la opinión pública de los ciudadanos, que han manifestado históricamente que la Paz está por encima de cualquier otra consideración, que ningún soldado español debe derramar su sangre en tierra extranjera en las guerras neocoloniales y que los recursos públicos no pueden continuar yéndose por el sumidero de un desastre financiero y social, hoy ya permanente, causado por sufragar aventuras bélicas ajenas.