viernes, 11 de julio de 2025

UN ESTADO DEL BIENESTAR AL SERVICIO DE LOS CIUDADANOS

 


Miguel Toro

11 de julio de 2025

Publicado originalmente en elDiario.es el pasado 3 de julio

Estamos en un momento de muchas urgencias nacionales e internacionales que atraen nuestra atención: el avance de la corrupción en España, el genocidio de Gaza, el aumento de los aspectos despóticos del gobierno de EEUU, el cambio climático, la restricción de los derechos de los colectivos LGTBI, etc. Pero también debemos mirar a medio plazo. El Estado del Bienestar, su fortalecimiento o deterioro, es un problema que nos preocupa a muchos.

El Estado del Bienestar surgió en respuesta a las crisis económicas del siglo XX, como la Gran Depresión, se consolidó después de la Segunda Guerra Mundial y se desarrolló como respuesta al atractivo que podía generar en aquellos momentos el bloque soviético. Una revisión de la economía clásica llevó a pensar que el Estado debería asegurar un nivel mínimo de vida para todos sus ciudadanos, a través de políticas públicas y sistemas de protección social. Su objetivo era evitar las flagrantes desigualdades sociales. Hoy, esa política de bloques que dividía al mundo entre capitalismo y socialismo ya no existe, pero sí continúa habiendo conmociones y sacudidas, ya sea en forma de crisis financieras, pandemias o de inflación.

Antes de nada, hay que entender la magnitud del fenómeno. España se encuentra tradicionalmente por debajo de la eurozona en gasto sobre el PIB en todas las partidas tradicionales del Estado del Bienestar, según los datos de la oficina estadística europea, Eurostat. En sanidad, la media de los países que comparten moneda se situó en 2022 en el 7,9 % del PIB, un punto porcentual por encima de España. En educación, la brecha fue algo menor: 4,6 % frente a 4,4 % del PIB. La misma tónica se registró en vivienda, en protección social y en el resto de los servicios generales.

Como vemos el Estado del Bienestar en España ha ido creciendo, pero nunca ha llegado al nivel europeo. Actualmente las generaciones de jubilados ven la situación de forma completamente diferente que sus nietos. La tranquilidad que supone para los jubilados ver cubiertas sus necesidades básicas tras una vida de trabajo convive con la incertidumbre y la esperanza de sus nietos, que temen que el futuro no les ofrezca ese grado de estabilidad. El futuro “pinta feo”, dicen los nietos resignados. A esto se le suma la crisis en la sanidad pública, la falta de inversiones en universidades públicas y enseñanza pública en general, la falta de vivienda pública, la falta de atención a la dependencia, etc. La exigencia de la OTAN de que España aumente el gasto militar hasta un 5 % del PIB hace que el problema sea mucho mayor. Todos estos mimbres ponen el futuro del Estado del Bienestar contra las cuerdas. Hay una frustración creciente entre los jóvenes, que sienten que el Estado del Bienestar no les protege, que no les arropa. Hay entre los jóvenes percepción de abandono.

¿Ha tocado techo el Estado del Bienestar? ¿Puede el sistema seguir sosteniéndose y ofreciendo las mismas garantías o más? ¿Se puede revertir la sensación cada vez mas extendida entre los jóvenes que han perdido la confianza y piensan que no van a tener pensiones, que la sanidad pública no los va a atender, etc.? Si queremos mantener el Estado de Bienestar hay que gastar tanto o más que ahora y si a la vez debemos corregir el déficit no queda otro camino que aumentar los ingresos públicos. La viabilidad del Estado del Bienestar es una cuestión meramente política y se resuelve tomando decisiones políticas: hay que aumentar los ingresos públicos vía aumento de impuestos y hay que justificar ante los ciudadanos que sus impuestos están bien administrados y son usados eficientemente.

Aumentar los ingresos públicos implica aumentar los impuestos a la riqueza y al patrimonio de los ricos. Como sostiene Piketty en Le Monde eso es posible y se ha hecho en el pasado. Aumentar los ingresos públicos supone aumentar los gravámenes sobre los beneficios empresariales extraordinarios o establecer un mínimo global de al menos un 15 % en el impuesto de sociedades. Estas ideas ya se han explicado de forma amplia por otros autores además de Piketty, ahora hay que dar el paso y concretarlas. Hay que empezar aumentando los impuestos a los muy ricos si queremos convencer a las clases medias que sus impuestos son necesarios. Y ese aumento a los muy ricos debe ser explicado. Esta es tarea urgente para las fuerzas políticas progresistas si quieren que su electorado no las abandone.

El segundo aspecto ha sido menos tratado: hay que justificar ante los ciudadanos que sus impuestos están bien administrados y son usados eficientemente. Hay que aumentar la transparencia en el uso de los impuestos y la participación de la ciudadanía en la toma de decisiones en los servicios públicos. Hay que evaluar los resultados de los servicios públicos frente a los objetivos buscados y los ciudadanos deben participar en esa evaluación.

Toda Administración moderna necesita una función pública profesional. De ella depende la calidad en los servicios públicos que recibimos, el cumplimiento de las normas que nos damos o la lucha contra la corrupción. Sin ella, es muy difícil el progreso económico y social de un país a medio y largo plazo. La falta de empleados públicos profesionales y dedicados lastra el desarrollo económico de buena parte de los países del mundo. Para conseguirlo, es necesario que sean elegidos conforme a sus méritos y capacidades. Pero, además, es igualmente imprescindible que su desempeño sea evaluado continuamente. La evaluación es necesaria para dar responsabilidades e incentivos a los más capaces y formar a quienes lo necesiten.

Los funcionarios son completamente necesarios para mantener los servicios públicos, pero en un amplio sector del funcionariado está establecida la idea de que mejorar el Estado del Bienestar es mejorar su salario y sus condiciones laborales. Frente a este sector funcionarial hay un amplio sector de la población que ve a los funcionarios como una capa privilegiada de la sociedad por su estabilidad laboral, sus ingresos superiores a la media y, en muchos casos, una falta de evaluación de sus resultados individuales y de los servicios públicos en general. Esta sensación de una parte de la población puede llevar a que se extienda la idea de que los impuestos no están justificados.

Es tarea de las fuerzas progresistas abordar el problema. Es tarea de las fuerzas progresistas evaluar el resultado de los servicios y funcionarios públicos, premiar a los mejores y obligar a los peores a mejorar su desempeño. Es tarea de las fuerzas progresistas buscar mecanismos para la participación de los ciudadanos en la toma decisiones en los servicios públicos. Ante estas propuestas la mayoría del funcionariado se pone a la defensiva, pero son necesarias para rendir cuentas y para acercar la gestión de los servicios públicos a la ciudadanía que los mantiene con sus impuestos. Son necesarias para poner al ciudadano en el centro de los servicios públicos.

Algunas de estas ideas ya las hemos desarrollado anteriormente en ¿Hay que evaluar a los funcionarios?

Hace poco Óscar López, ministro de Transformación Digital y de la Función Pública, ha anunciado una reforma de la Administración ambiciosa, centrada en los ciudadanos y preparada para el desafío digital. Pero, debemos preguntarnos, ¿es suficiente? Mi impresión es que no. Se sigue pensando que mejorar la administración pública es sólo mejorar las condiciones laborales de los empleados públicos. Pero se piensa poco en la participación del ciudadano en la gestión de esos servicios. Se piensa poco en evaluar el funcionamiento y los resultados de los servicios públicos, para reorientarlos si es necesario. Se piensa poco en evaluar el desempeño de los empleados públicos, para reconocer y premiar a los mejores y obligar a los peores a mejorar su desempeño. Se piensa poco en crear vías de participación de los ciudadanos en la gestión y orientación de los servicios del Estado de Bienestar.

La evaluación de los hospitales públicos, de los médicos del sistema público y de la atención primaria es de gran interés para los ciudadanos: por aumento de las listas de espera, los días de espera para las citas en primaria, etc. Este es claramente un problema de falta de inversión, de falta de recursos públicos dedicados a la sanidad, pero no solo eso. Además, debemos acercar la administración de la sanidad pública a los ciudadanos que son los que pagan los impuestos. Hay que crear vías para que eso sea posible: posiblemente en cada uno de los grandes hospitales y las zonas que atienden deban existir comisiones con participación ciudadana que evalúen los servicios y los profesionales, exijan los recursos económicos necesarios de la administración autonómica y se lo hagan ver al resto de la población.

En el caso de la enseñanza primaria y secundaria deberían crearse órganos comarcales para evaluar las necesidades y los resultados de los centros de esa comarca, para optimizar la distribución del profesorado y evaluar su desempeño. Estos órganos deberían tener competencias que ahora están en las delegaciones provinciales de la Consejería de Educación. Estos órganos deben incluir ciudadanos y no sólo profesionales. La participación de los padres sólo en los Consejos Escolares es insuficiente.

Hay muchos más servicios públicos en los que habría que crear mecanismos de participación: la vivienda pública, la dependencia, el transporte, las universidades, etc. Al caso de la justicia habría que dedicar más tiempo, pero, como servicio público que es, debería ser evaluado y en esta evaluación debe participar la sociedad de alguna manera. La evaluación de los funcionarios del sistema judicial y de los juzgados debe hacerse y no debe dejarse únicamente en las manos de los propios jueces. Evidentemente evaluar la justicia y que en esa evaluación participe la sociedad no es tarea fácil porque los jueces y fiscales creen que en la justicia sólo deciden ellos. La prueba es la huelga ilegal promovida por todas las asociaciones menos las progresistas contra las reformas del gobierno.

En definitiva, debemos poner al ciudadano en el centro de los servicios públicos para que sienta que sus impuestos están siendo bien utilizados. Es tarea de las fuerzas progresistas si quieren que sus votantes no se sientan abandonados.