Leandro
del Moral Ituarte,
Universidad de Sevilla, Fundación Nueva Cultura del Agua.
11 de noviembre de 2025
La
importancia de ser ciudadano del Imperio
Parto de una pequeña
experiencia juvenil que no he dejado de recordar a lo largo de la vida. Fue en
1973, un año antes de la Revolución de los Claveles, cuando tenía 20 años.
Viajaba de Lisboa a Madrid en tren, en el Sud Express que unía París con la
capital de Portugal pasando la de España, en el que conocí a un muchacho
norteamericano, poco mayor que yo, que viajaba solo, con su macuto. Pasamos juntos
un par de días, durante los cuales no fui capaz de convencerle de que las bases
militares de su país en España (y las 750 restantes en todo el planeta) no eran
una generosa aportación del pueblo americano a la paz y a la democracia mundial,
como a él le parecía indiscutible. Pese a que ya por aquellos años había caído
mucho napalm en Vietnam y se habían resquebrajado algunas percepciones, no conseguí
modificar esa creencia profunda, apoyada en el papel de EEU en la guerra contra
el régimen nazi y sus aliados y, luego, contra la ‘amenaza comunista’ durante
la etapa estalinista de la posguerra, incluida la despiadada guerra de Corea (1950-1953).
El caso es que hasta hoy mismo se mantiene la realidad que ese joven expresaba,
de tal manera que con la excepción de algunas personalidades lúcidas (como Howard Zinn, A People’s History of the United States, 1980; Edward
S. Herman Manufacturing Consent, 1988; Cornel West, Democracy
Matters, 2004; o Noam Chomsky, Who Rules the World?, 2016), desde el
interior de EEUU ni se ve ni se entiende lo que desde fuera se percibe
con claridad.
Una encuesta de 2024 del Pew Research Center indica que el 69 % de los estadounidenses considera que una fuerza militar fuerte de los EEUU hace al mundo ‘más seguro’. Los americanos no son conscientes del papel real de su país en el exterior (https://www.pewresearch.org/topic/international-affairs/). Esta inconsciencia la comparten básicamente, aunque en diferente grado, conservadores y liberales, republicanos y demócratas, con tendencia decreciente entre ‘millennials’ y generación Z. Muchos de los norteamericanos más razonables, demócratas, ‘liberales’, no son conscientes del sufrimiento que han causado en el mundo los 75 años de hegemonía mundial EEUU. El pasado ha sido terrible: el propio Stalin y Hitler y ¿antes de Hitler…? Nos podemos remontar a Cesar Augusto, exterminando a los astures por una cuestión, nada banal, de prestigio imperial. Y por medio Hernán Cortes y Pizarro, cuando la corona hispánica era o aspiraba a ser, el ‘Imperio en el que no se ponía el sol’. Lo que ha sido EEUU, con un modelo muy diferente, inicialmente desde el final de la primera guerra mundial y rotundamente desde el final de la segunda.
Leo la literatura actual del
sector liberal del pensamiento jurídico norteamericano y observo que ignoran
los estragos causados por su país en el mundo por la defensa de su posición
hegemónica. No se trata de un juicio moral, aunque esa dimensión sea esencial. No
es un hecho excepcional o extraño: es lo que hizo Francia hasta el final en
Indochina y Argelia; y el pequeño Portugal en Angola y Mozambique; y Holanda en
Indonesia (un millón de muertos, de lo que nos hemos enterado por los informes
mandados hacer por el propio parlamento democrático de los Países Bajos hace
pocos años, quizás el actual ya no haría esa ‘reflexión poscolonial’) Es
difícil ignorar que un Imperio -desde el Romano (el Imperio por excelencia
desde nuestra perspectiva eurocéntrica) hasta el Norteamericano, pasando por las
etapas Genovesa-Hispana-Portuguesa (como la denomina Amin Maalouf, en ese gran ensayo titulado El laberinto de los extraviados. Occidente y
sus adversarios), Holandesa y Británica- no es una empresa filantrópica, sino
una operación de poder e imposición de dominio basado en una fuerza superior,
sin duda y sin excepción, aunque también para que persista, en la seducción y
la atracción, en el, como todos sabemos (menos parece ser Trump), el soft power.
¿Ruptura
o continuidad de trayectoria?
Por eso, en estos momentos,
uno de los ejes del debate es si el gobierno de Trump significa o no una
ruptura esencial respecto del papel y la actuación de EEUU en los últimos 75
años, tres cuartos de siglo. Los profesores de la Escuela de Derecho de Yale,
O. A. Hathaway y S. J. Shapiro en un reciente artículo, representativo de
posiciones críticas frente a su actual gobierno, expresivamente titulado La fuerza no crea derecho. El catastrófico
colapso de las normas contra el uso de la fuerza (Foreign Affairs,
104,4,80-93) denuncian, desde una perspectiva jurídica formal del derecho internacional,
la ruptura del ciclo histórico abierto por la declaración de ilegalidad de las
guerras de agresión y la prohibición de las conquistas territoriales que
significó el Pacto Kellogg-Briand de 1928, reafirmado por la Carta de las
Naciones Unidas de 1945, que prohibió “la amenaza o uso de la fuerza contra la
integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado”. Consideran
que EEUU, con ciertas imperfecciones e hipocresías, no solo ha cumplido ese
ideario sino que ha sido su garante, el gendarme mundial (the world’s policeman) hasta la actualidad. Una perspectiva
jurídica formalista combinada con el desconocimiento de la trayectoria real de
los hechos: reconocen la invasión ilegal de Irak, equiparada a la invasión de Ucrania
por Rusia o a las trasgresiones de derechos humanos de China en Xinjiang-Uyghur,
y desconocen todo lo demás, es decir el papel hegemónico de EEUU y su
intervención en decenas de ocasiones en todo el mundo no solo de manera puntual
sino estructural. Asumen sin ninguna duda que el poder de EEUU se ha aplicado
para hacer cumplir las reglas (“to enforce the rules”). Se asume de manera
incuestionada que el interés de EEUU era el interés de la legalidad y de la
justicia internacional. Dan apoyo intelectual a la ceguera interesada de la
opinión pública, ilustrada o ignorante, respecto del papel de esa especie de ‘oligarquía
y caciquismo internacional’ en el cual Occidente, con EEUU al mando, detenta el
poder, construye la legalidad y maneja las riendas de su interesada aplicación.
De ahí se desprende la interpretación del gobierno Trump como la ruptura de una
trayectoria de respeto y defensa de la primacía del derecho internacional.
Otro ejemplo interesante es
el artículo de Antonio Scurati ¿Dónde están los
guerreros de Europa? (https://elpais.com/opinion/2025-03-21/donde-estan-los-guerreros-de-europa.html), que comienza afirmando que “no cabe
la menor duda: el 47º presidente de los Estados Unidos de América es un traidor
a los valores seculares de su nación". Sin entrar en políticas internas
(empezando por la despiadada colonización, la conquista del Oeste en cuya
epopeya nos hemos criado los niños de varias generaciones), en política
exterior no se aprecia traición alguna a “valores seculares”: napalm, fósforo y
herbicidas en Vietnam, matanza bíblica en Indonesia para deponer a Sukarno,
clave del abortado movimiento de los 'no alineados', dictaduras militares en el Cono Sur,
empezando por el derrocamiento de Allende,
paramilitares o invasión contra cualquier intento de cambios en América
central y Caribe, incluida matanza en Panamá, retroceso de Irak a la ‘edad de piedra’,
y luego, ya con protagonismo de la OTAN o aliados europeos, bombardeo de
Belgrado (incluidos el sistema urbano de agua, la sede de la televisión pública
y la embajada de China), destrucción de Libia, y la imprescindible cobertura
del genocidio de Gaza. Y por medio el mantenimiento de la dictadura de Franco
hasta el final, sin cuyo beneplácito éste no hubiera fallecido ostentando la
jefatura del Estado español, con las importantes bases militares activas hasta
el día de hoy. ¿Agencia o responsabilidad exclusivas de EEUU en estos
acontecimientos históricos? Evidentemente, no: pero sí destacado protagonismo y
papel imprescindible, como corresponde a la potencia imperial hegemónica (the world’s policeman), con
especificidades en cada caso, que son muy diferentes entre sí.
Trump no es una ruptura: es
una continuación con drástica reducción de la retórica, de los discursos
legitimadores del ciclo histórico anterior. ¿Es eso peor? ¿Significa algo la
obligación de justificar la aplicación de la fuerza imperial? En primer lugar, la
realidad es que ya hace tiempo se difuminó la necesidad de esa justificación,
que era la necesidad de defensa o reacción frente a una ‘amenaza comunista’,
debilitada o colapsada, tras el derrumbe de la URSS. Ya desde hace tiempo se
sustituyó el ‘peligro comunista’ por el ‘terrorismo’ en el que cabe todo, desde
el movimiento de liberación de Palestina hasta el ‘narcoterrorismo’. En segundo
lugar, sí, yo creo que, efectivamente, es preferible que exista la necesidad de
justificar el mal frente al cinismo y la crueldad máxima que, como en el estilo
Trump, no requiere explicaciones y directamente reconstruye ‘la diplomacia de las cañoneras’ (gunboat
diplomacy) que resolvía de forma favorable para un determinado país sus objetivos
de política
exterior mediante
demostraciones de fuerza. Entre fines de 1902 y principios de 1903 las marinas de guerra del Imperio británico, el Imperio alemán y
el Reino de Italia bloquearon las
costas y puertos de Venezuela exigiendo el pago inmediato de las deudas
contraídas por el gobierno con las compañías de sus connacionales. El ‘incidente
diplomático’ terminó con el Protocolo de Washington de 13 de
febrero de 1903, en el que Estados Unidos actuó como mediador: Venezuela se
comprometió a pagar con el 30 % de sus derechos de aduanas. Hoy las cañoneras
han sido sustituidas por portaviones.
Aprendiendo
desde el Sur Global y dinámicas estructurales
Según Pankaj Mishra (El
mundo después de Gaza. Una breve historia, 2025), no hay
acontecimiento tan definitorio del siglo XXI como la destrucción de la Franja,
donde se diría que el mundo que hemos conocido está tocando fondo. Al lado de
los otros desastres (Sudán, Congo, Yemen…), “ninguno es comparable con Gaza:
nada nos ha dejado una carga tal de aflicción, perplejidad y mala conciencia”.
Es un “presagio de futuro para un mundo agotado y en bancarrota”, en el que
“cada vez más gente se muestra convencida de que su nación, su raza, comunidad
ética o clase no sobrevivirá si no se toman medidas despiadadas”. En otros textos, la intención de Pankaj
Mishra es abrirnos los ojos a cómo nos ven desde fuera; alertarnos sobre la
decadencia política y, se subraya, moral de Europa como parte subordinada del
bloque occidental, a los ojos del mundo exterior, del sur global, en donde "muchos no entienden los argumentos
para situarse en contra de Putin. Contemplan a la OTAN como una potencia
agresiva y expansiva, y creen que llevar su alcance hasta la misma frontera
rusa es una terrible provocación. Pueden pensar que Putin es un loco
imperialista, pero no creen que haya sido él quien se haya inventado la amenaza
de la OTAN" (https://elpais.com/ideas/2025-03-02/pankaj-mishra-ensayista-trump-y-putin-son-dos-gangsters-poniendose-de-acuerdo-entre-ellos.html).
En Trump yo no aprecio
discontinuidad esencial, sino continuidad sin necesidad de justificaciones del
tipo ‘defensa del mundo libre’, la democracia o los derechos humanos. El
cambio, importante, es de discurso; los que daban por cierto lo del mundo libre
deben o deberían de estar desconcertados. Pero ya que los de ‘OTAN no bases
fuera’ eran, o siguen siendo, tildados de anacrónicos y extemporáneos, ellos tendrían
también que hacer una reflexión sosegada.
Pero no se trata solo de
procesos subjetivos y psicológicos, sino también y principalmente de procesos
estructurales (más aún, sistémicos), de una combinación, no simple mezcla, sino
hibridación de factores físico-naturales, institucionales y discursivos que
generan y son generados por relaciones de poder. Recurriendo de nuevo a las
claras explicaciones de Ricardo Méndez (Tiempos
críticos para el capitalismo global. Una perspectiva geoeconómica, 2023 web_TIEMPOS-CRITICOS-CAPITALISMO-GLOBAL.pdf), hay que recordar que en este primer
cuarto del siglo XXI, la generalización de bajas tasas de crecimiento económico
y acumulación de capital, agravadas por las sucesivas recesiones y las
crecientes incertidumbres sobre el futuro del sistema, amenazan el modelo de
capitalismo global que ha sido hegemónico desde hace décadas, al agudizarse sus
contradicciones y evidenciarse sus límites, tanto internos como externos. Si en
su día ya se detectó el creciente malestar provocado por este modelo de globalización
–un orden económico internacional identificado con un proceso de globalización
de la economía capitalista, regido por principios neoliberales que reducen y
reorientan las funciones del Estado en beneficio del mercado y del poder
ejercido por grandes grupos empresariales con un elevado volumen de activos y,
por tanto, capacidad negociadora- las crisis posteriores han acentuado esa
sensación de final de ciclo que hoy vivimos. A eso se ha añadido la aceleración de la revolución
tecnológica que junto a la metástasis de las lógicas de acumulación financiera
facilitan la pérdida de anclaje territorial de las grandes firmas controladas
por megacorporaciones y fondos de inversión transnacionales, que ejercen un
poder progresivamente más opaco a la vez que tangible. Sin duda estos procesos
tienen más que ver con la quiebra del Pacto Kellogg-Briand que las locuras de
alguna especie de Calígula resucitado, que también cuenta.
