Vientos de Cambio Justo

martes, 2 de julio de 2019

Europa tiene que ser independiente en la guerra tecnológica entre China y Estados Unidos



Miguel Toro

2 de julio de 2019

En uno de los episodios clave del siglo XX, el presidente Kennedy apareció en la televisión estadounidense dando un ultimátum a los rusos. Exigía la retirada de los misiles de Cuba y amenazaba con una nueva invasión de la isla. La anterior fracasó en Bahía de Cochinos. Era el momento más delicado de la guerra fría entre Rusia y Estados Unidos.

Hoy Rusia ha cedido su papel a China. Las dos principales potencias económicas del mundo, Estados Unidos y China, han convertido su guerra comercial en una guerra tecnológica. Es lo que ya se denomina la Guerra Fría Tecnológica. Esta guerra por el liderazgo del mundo se está manifestando de muchas maneras, pero la más evidente está siendo el veto de empresas americanas a los productos de la china Huawei.

La nueva guerra fría se está librando alrededor de varios elementos: la tecnología 5G, los sistemas operativos para los móviles, la denominada Internet de las Cosas (Internet of Things, IoT) y en general la puesta a punto de productos informáticos desarrollados bajo el paradigma de la Inteligencia Artificial. Explicar cada uno de estos conceptos sería largo, pero hagamos una breve introducción.


Ya está claro que las tecnologías informáticas y la automatización están haciendo innecesarios un volumen importante de trabajos y reemplazarán el 40-50% de los trabajos actuales dentro de los próximos 15-20 años. La Inteligencia Artificial es la parte de la informática capaz de construir algoritmos y productos que emulen actividades que hasta ahora han sido hechas por humanos. Ahora se están eliminado tareas repetitivas pero cada vez más la Inteligencia Artificial aportará soluciones a tareas que hasta ahora eran impensables para una máquina. Las políticas tecnológicas en este campo, el liderazgo en los nuevos productos construidos con estas tecnologías, determinarán quien es el líder mundial.

En China la Inteligencia Artificial ha sido tomada en serio por las autoridades. No en vano, el Gobierno de China quiere lograr en 2025 los avances clave para que en 2030 domine estas tecnologías. De ser así, el país podría llevar la absoluta delantera en este crucial campo tecnológico. Uno de los productos clave es la tecnología 5G (ahora los móviles tienen la 4G). Esta tecnología ofrecerá un ancho de banda y una velocidad nunca vistas hasta ahora. Estas posibilidades están relacionadas con el desarrollo del Internet de las Cosas y el uso de vehículos autónomos. La llamada Internet de las Cosas sirve para conectar miles de millones de objetos y máquinas (no personas) difundiendo la información en todos los ámbitos de la vida con extraordinaria rapidez y de forma global. Cada electrodoméstico, cada coche, cada móvil, cada máquina, está siendo dotada de multitud de sensores que pueden ser monitorizados, conectados entre sí, y los datos resultantes analizados para ofrecer soluciones más eficientes. Es el Internet de las Cosas. El universo de los dispositivos de la IoT incluye miles de millones de sistemas electrónicos, como cámaras de video, teléfonos inteligentes y relojes inteligentes, y sistemas de control industrial utilizados en las redes eléctricas. El uso de redes 5G aumentará la capacidad de los dispositivos conectados en red para interactuar a velocidades más rápidas de transferencia de datos. Los estándares de este mundo se están definiendo ahora. Quien los controle controlará el flujo económico mundial. Un tercer elemento son los sistemas operativos para móviles. El más conocido es Android de la empresa americana Google. Tener un sistema operativo independiente es clave para un país que pretenda liderar el mundo.

Todo ese mundo depende de las redes de comunicación, las nuevas tecnologías 5G, y aquí Huawei tiene, según la opinión casi unánime de los expertos, una clara hegemonía que va incrementándose. Y en los nuevos teléfonos inteligentes Huawei, en función de su precio y diseño, es el segundo productor mundial y usa Android, un sistema operativo de Google. Esto ha hecho que Trump intente impedir que Google proporcione ese sistema operativo a Huawei.

Ante ello solo podemos esperar que China redoble los esfuerzos para desplegar un sistema operativo de teléfonos inteligentes propio, diseñar sus propios chips, desarrollar su propia tecnología de semiconductores (incluidas herramientas de diseño y equipos de fabricación), e implementar sus propios estándares de tecnología.

Estados Unidos estaba relativamente tranquilo en su hegemonía porque estaba seguro de su superioridad tecnológica (en gran medida derivada de sus universidades), que se traducía en superioridad económica y militar. La superioridad económica ya ha desaparecido. Y la superioridad tecnológica empieza a desvanecerse en sectores clave, como el 5G. En lo inmediato, Huawei, entre otras empresas chinas, tiene suficiente capacidad tecnológica (invierte en I+D más que cualquier otra empresa) para producir sus propios componentes, incluido un nuevo sistema operativo. Si a ello unimos la política china de construir la nueva ruta de la seda global en infraestructuras de transporte y comunicaciones, cooperando con países de todo el mundo, se entiende el pánico de los que siguen pensando en mantener la supremacía occidental.

El desarrollo de estas tecnologías está teniendo un impacto político importante. En China el gobierno impulsa un sistema de reputación social nacional que usará cámaras, Big Data e Inteligencia Artificial para controlar la conducta de las personas. Parece como si el mundo imaginado de Orwell se hiciera realidad. Aunque no tan explícito muchos gobiernos occidentales utilizan técnicas similares con el supuesto propósito de controlar el terrorismo. China está tratando de dominar el Internet de las Cosas y planea usar el acceso a miles de millones de dispositivos electrónicos en red para fines de recopilación de información y negocios.

En la actualidad, China ya es el segundo país del mundo en inversión en investigación detrás de Estados Unidos, lo que deja a Europa descolgada en la carrera por la innovación, algo que tendrá graves consecuencias para el Viejo Continente a medio plazo.

Europa corre el riesgo (muy serio) de convertirse en una esclava tecnológica de China y Estados Unidos. En esta guerra tecnológica las armas están ya elegidas. Son el Big Data, la Inteligencia Artificial y la Biotecnología. Europa necesita una política común y no intentar negociar país a país con las grandes potencias. Pero no está haciendo nada, Europa se resigna al papel de espectador en la guerra entre las dos grandes superpotencias tecnológicas. Con cada vez menos compañías tecnológicas en la primera línea del escenario global, Europa sigue sin saber que hacer frente a un conflicto en el que tarde o temprano deberá tomar parte. Los europeos deberíamos poner más énfasis en potenciar nuestra capacidad tecnológica para romper la absoluta dependencia de los dos gigantes en guerra. Europa no debe darse por vencida en la guerra tecnológica si quiere mantener en el futuro las libertades conquistadas y el estado del bienestar construido.

En el empeño de potenciar la capacidad tecnológica las universidades europeas deberían tener un objetivo prioritario. Pero no lo tienen. No existe una política tecnológica europea que priorice líneas de investigación que puedan conseguir productos competitivos con los ofertados por las grandes superpotencias China y Estados Unidos. Las universidades chinas y americanas están implicadas en la guerra tecnológica.

Las universidades europeas mayoritariamente están preocupadas en producir ciencia. Es decir, conocimiento del mundo publicado en revistas científicas. Pero están muy atrasadas en la producción de tecnología. Están muy atrasadas en la llamada innovación. Es decir, el diseño de productos competitivos en mercado mundial.

En España la orientación de las universidades es aún más preocupante. No existe en España política tecnológica que pueda orientar la investigación de los grupos de investigación existentes. Ni siquiera existen prioridades de la política científica. La carrera universitaria de los buenos investigadores españoles está orientada a conseguir publicaciones científicas en revistas internacionales. Posiblemente el conocimiento publicado se usará en China o Estados Unidos para hacer productos competitivos. Aquí los investigadores no estamos comprometidos, porque no hay una política diseñada para ello, con el desarrollo tecnológico del país. Nuestros intereses corporativos defienden que ya publicamos mucho. España es el noveno país mundial en publicaciones científicas decimos. Es una excelente posición. Pero eso es insuficiente. En innovación, en patentes, en resolver los problemas de las empresas cercanas, en buscar ideas que se conviertan en productos competitivos estamos muy atrasados. Los universitarios españoles, y una buena parte de los europeos, vivimos en una torre de marfil resolviendo problemas que en muchos casos nos inventamos e ignorando la guerra tecnológica que se está librando en el mundo. Hace falta un gobierno en España que tome conciencia del problema y reoriente la situación. Europa tiene que tomar conciencia de la guerra tecnológica en marcha y tomar medidas para no quedar reducida a la esclavitud tecnológica.