- Pedro Sánchez ha ignorado los deseos expresados por las bases socialistas en favor de un gobierno de izquierdas con Unidas Podemos.
- Un Gobierno de coalición progresista era la opción más favorable para la mayoría social.
- En última instancia, para evitar males mayores, Unidas Podemos debería permitir el gobierno del PSOE en solitario, mediante un pacto programático de legislatura que incluya medidas esenciales para la mayoría trabajadora de la población.
Juan Manuel Valencia Rodríguez
29 de julio de 2019
Pedro
Sánchez no ha logrado sacar adelante su investidura como Presidente del
Gobierno. La responsabilidad principal hay que achacársela a él mismo, pues
como líder del partido más votado en las elecciones del 28 de Abril había
recibido del Jefe del Estado el encargo de gestionar la formación del nuevo Ejecutivo,
y no ha sabido conseguir los apoyos necesarios.
Aunque
la suma de escaños de PSOE y Unidas Podemos no alcanzaba la mayoría absoluta,
la posición inteligente y generosa de Esquerra Republicana de Cataluña de abrir
camino con su abstención a un gobierno progresista daba la posibilidad de
formar un gobierno que pusiera en marcha una política orientada a mejorar la
vida de la mayoría de la población.
Muchos
esperaban que tal gobierno podría impulsar medidas como una nueva subida del
salario mínimo, la derogación de la contrarreforma laboral iniciada por
Zapatero y ampliada con Rajoy, asegurar por ley el sistema público de
pensiones, consolidar los derechos y la protección de las mujeres, establecer
una fiscalidad más justa y progresiva, limitar el precio de los alquileres y
facilitar el acceso a la vivienda, incrementar el gasto social en sanidad y
educación públicas y en Dependencia, trabajar por una solución dialogada en el
conflicto catalán, impulsar la tan abandonada investigación científica y
tecnológica, promover una política migratoria más humanitaria y eficaz, etc.
De
primeras, y durante muchos días, Pedro Sánchez declaró su voluntad de formar un
gabinete monocolor, exclusivamente con miembros de su partido, algo
sorprendente pues contaba solo con una minoría de 123 diputados. Su actitud demuestra
que en el PSOE no han tomado aún conciencia cabal de que el bipartidismo ya no
existe, y de que el nuevo y complejo panorama político obliga a negociar la
formación de gobiernos de coalición. Con tal posición Pedro Sánchez desoía los
deseos expresados por las bases socialistas en favor de un gobierno de
izquierdas con Unidas Podemos.
A
continuación el candidato lanzó mensajes a todos los grupos para que no
bloquearan la formación del “único gobierno posible”, socialista, y efectuó un
llamamiento en ese sentido a las fuerzas conservadoras para que se abstuvieran.
Un objetivo imposible con la cerril derecha española, que ha desestimado incluso
las presiones de los poderes económicos y de poderosos grupos de comunicación
en favor de un gobierno de coalición PSOE-Ciudadanos que cerrase la opción de
un gobierno progresista de izquierdas. De haber tenido éxito esa llamada a las
derechas, ¿qué política hubiera podido esperarse del gobierno resultante de
tales apoyos? Los titubeos de Pedro Sánchez de hacia dónde enfocar sus alianzas
resultan muy significativos. Parecía querer transmitirle a los poderes
fácticos: me veo obligado a negociar con Unidas Podemos porque Casado y Rivera
no me han dejado otra alternativa.
Como
por ese lado no había solución, desde el PSOE se lanzó el eufemismo de
“gobierno de cooperación” cuyo significado real nadie supo explicar. Era un
último intento de evitar un gobierno de coalición progresista, que finalmente
Pedro Sánchez tuvo que contemplar.
Situados
ya como única negociación posible ante un gabinete de coalición PSOE-UNIDAS
PODEMOS, parecía obvio que lo primero a tratar era qué se propondría hacer, es
decir, acordar entre ambas partes un programa de Gobierno, en el que se
precisaran los objetivos y líneas principales de actuación, como un compromiso claro
y público ante la ciudadanía. Que yo sepa y para mi perplejidad, tal discusión
sobre el programa de gobierno no se ha producido.
Naturalmente,
el programa no lo es todo. Hay que asegurarse de su cumplimiento, y en eso tenía
razón Unidas Podemos: la experiencia tras la moción de censura anterior les
llevaba a pensar que únicamente formando parte del Ejecutivo podían asegurar el
cumplimiento del programa pactado; que, pese a sus riesgos, estar en el
Gobierno permite mayor capacidad de producir cambios significativos que solo
con la mera acción parlamentaria. A tal fin, pedían una representación
equiparable a los 3,7 millones de votos obtenidos respecto a los 7,4 millones conseguidos
por el PSOE. Esta negociación sobre el reparto de responsabilidades de gobierno
sí se ha efectuado, con el fracaso que ya conocemos.
Un
gobierno de coalición supone que ambas partes han de llegar a un compromiso
consensuado que después es preciso respetar con lealtad. No se trata de que el
PSOE hiciera más o menos “concesiones”, porque hasta lograr la investidura
Pedro Sánchez no tiene nada que dar, de manera que el requisito imprescindible
para gobernar es ponerse de acuerdo y sumar los apoyos necesarios en la Cámara.
La
discusión sobre el gobierno de coalición tuvo un inicio insólito para lo que se
supone que es una negociación entre dos fuerzas que han de respetarse si se
quiere llegar a un acuerdo: el líder del PSOE vetó la presencia en el gabinete
del líder de la otra parte. Los motivos de tan extravagante exigencia no se han
explicado. Pero Pablo Iglesias, seguramente para sorpresa de la dirección del
PSOE, deshizo ese obstáculo renunciando a estar en el Gobierno.
A
Unidas Podemos se le fueron negando, sucesivamente, los ministerios “de Estado”
(Defensa, Interior, Exteriores), Economía, Hacienda, Trabajo, Transición
Ecológica, Ciencia… Lo que siguió fue una marea de ofertas y contraofertas que
no es momento de diseccionar, con un sentido constante: las ofertas del PSOE eran
rácanas y poco respetuosas con Unidas Podemos, ofrecía escaso poder ejecutivo.
Y mientras el plazo se iba agotando. Cuando rompiendo las normas de discreción elementales
en estos casos el PSOE filtró a los medios la información-manipulada- que les
interesó, estaba claro que cerraba ya la posibilidad de llegar a un acuerdo, y
de nada sirvieron las últimas propuestas de Unidas Podemos.
Yo
entiendo que finalmente Unidas Podemos, antes de la segunda votación de
investidura y ante la imposibilidad de formar el gobierno de coalición por la
negativa del PSOE, debería hacer permitido el Gobierno de Pedro Sánchez, y
defender los intereses de la mayoría social desde la acción parlamentaria y
desde la movilización social, para cerrar el paso a otra posibilidad más
desfavorable para la mayoría social, que ha quedado ahora abierta: un pacto del
PSOE con las fuerzas conservadoras, por el que van a presionar de manera
formidable los grandes poderes económicos.
Hay
que preguntarse por qué el PSOE ha saboteado la formación de un gobierno de
progreso. Da la impresión de que, como tantas veces ha ocurrido antes, las
posiciones de izquierda que defiende el PSOE cuando está en la oposición en
asuntos claves de política económica y social, se transforman a la hora de
gobernar en posiciones conservadoras, por obra y gracia de plegarse a las
presiones e intereses de los grupos económicos y mediáticos más poderosos. Una
muestra de ello puede ser la negativa a que la cartera de Trabajo fuera asumida
por un miembro de Unidas Podemos, y anteriormente, la no derogación de la
contrarreforma laboral tras la moción de censura.
Las
declaraciones de los ministros en funciones del PSOE no invitan al optimismo. El
PSOE parece haber abandonado definitivamente la opción de un gobierno de coalición
progresista. Si tal cosa no es posible, en última instancia, para evitar males
mayores, Unidas Podemos debería permitir el gobierno del PSOE en solitario,
mediante un pacto programático de legislatura que incluya medidas esenciales
para la mayoría trabajadora de la población.