Vientos de Cambio Justo

martes, 26 de septiembre de 2023

ALIMENTACIÓN Y GOBIERNO


Antonio Aguilera Nieves

26 de septiembre de 2023

El sector de la alimentación, como actividad estratégica global, está regido por patrones de funcionamiento macroeconómico liberales. Desde hace décadas, se han impuesto como verdades económicas las hipótesis de la escuela liberal liderada por Milton Friedman. Su libro más influyente se titula “Libertad para elegir”, toda una declaración de principios. Propugnan la libertad económica, es decir, que las empresas produzcan y vendan lo que les resulte más rentable. Libertad para los consumidores de comprar lo que quieran.

Si otros planos de la libertad (social, política, religiosa, sexual) se enfrentan a la libertad económica, es necesario solventar los problemas. No es de extrañar considerando esto que Friedman y Hayek apoyaran la dictadura de Pinochet en Chile que aplastó las políticas sociales de Salvador Allende. Aún, 50 años después, paga el pueblo chileno las consecuencias de aquel feroz, nocivo y sanguinario golpe de Estado.

Dominado por unos criterios productivistas, utilitaristas y de rentabilidad económica, el sector de la alimentación ha perdido en algunos de sus actores y eslabones de la cadena de valor un rasgo absolutamente esencial de su razón de existir. Parece que ahora no tuviesen la misión de alimentar sino la de vender. El acto esencial de alimentar a la población como derecho básico de vida ha pasado a segundo plano. Las manifestaciones, los resultados de ese efecto perverso podemos encontrarlos en la comida basura, los desplazamientos de alimentos de miles de kilómetros, la reduflación[1] o las campañas agresivas de precios y promociones de 3x2, packs familiares y ofertas temerarias que ofrecen precios de venta a veces por debajo del coste de producción, transformación y comercialización.

Un sistema alimentario en el que la gran distribución, dominada por apenas un puñado de operadores gracias a su tamaño y modelo financiero, acapara gran poder. Son los eslabones más débiles de la cadena, el sector primario y los consumidores, los que sufren las consecuencias.

En este desmesurado poder de la gran distribución y sus intereses financieros se encuentran muchas causas y explicaciones de la difícil situación del sector primario (agrícola, ganadero y pesquero) y la perniciosa e interesada política de precios que se escuda en justificaciones peregrinas para seguir presionando al alza los precios de los alimentos para las familias. El Banco Central Europeo ha alertado de la “presión históricamente excepcional” que los beneficios empresariales, los mayores en décadas, hacen que siga aumentando la inflación, reduciendo el poder adquisitivo de los consumidores.

Lograr ajustar el sistema, conseguir un modelo de abastecimiento de productos básicos, esencialmente de alimentación, que consigan fortalecer la salud, la economía, la gobernanza, la sostenibilidad de todo el proceso y la cadena de valor alimentaria, que permita mejorar la posición de productores y consumidores requiere de la acción de gobierno público. Porque está probado: la cultura y los hábitos son muchos menos poderosos que las políticas a la hora de determinar el comportamiento económico individual y los resultados económicos estatales.

La acción de gobierno público se hace imprescindible para hacer frente a los retos sistémicos, como son el cambio climático provocado por la actividad del hombre y el techo que, de facto, ha alcanzado la globalización. Creer que las personas por decisión propia van a tomar la decisión adecuada y correcta es injusto e ineficaz. Por falta de información, por la presión comercial de un sector hambriento de rentabilidad a corto plazo, por un modelo de vida que ha acabado convenciéndonos de que ir a comprar o cocinar, es perder el tiempo. Son los supermercados de las grandes cadenas los que han asumido la responsabilidad de “alimentarnos bien”, utilizando para ello formatos, campañas y estrategia de posicionamiento, cercanía y precio que evidencian el modelo liberal sobre el que anclan su incesante expansión (hoy, el 86 % de las compras de alimentación las hacemos en estas grandes cadenas).

Tenemos el urgente reto colectivo de sacar la alimentación del hechizo al que la tienen sometido las multinacionales de la distribución. Hay caminos, hay alternativas cuyos beneficios sociales, ambientales y económicos tienen probada su eficacia. Muchas de las soluciones están basadas en la sensatez y la practicidad, con mecanismos tan sencillos y obvios como: producir cerca de donde se consume, eliminar eslabones de la cadena de valor, abaratando el precio final y mejorando la renta que perciben los productores, utilizar técnicas de manejo de cultivo, ganaderas y pesqueras que cuiden el suelo, el territorio, los caladeros, que es lo mismo que cuidar nuestro clima, nuestra agua, nuestro aire.

En una sociedad cada vez más urbana, este ajuste del modelo se hace aún más necesario pues son las ciudades son esencialmente espacios de demanda de productos básicos (alimentación, aire, agua, energía,…) en donde la calidad de vida, cada vez más depende del entorno que les rodea. Si de verdad las ciudades son de, y para las personas, no sólo hay que trabajar la movilidad y la contaminación, un plano esencial es el sistema alimentario.

La Unión Europea está dando pasos en este sentido. Incluidas en el Pacto Verde Europeo, existen dos directivas que marcan el camino e instan a los Estados miembros a trabajar en esta dirección, son: Farm to fork Strategy y Sustainable Development Goals, traducidas al castellano como Estrategia de la Granja a la Mesa y Objetivos de Desarrollo Sostenible. Es posible, es necesario abordar a la vez los objetivos de conseguir una mejor gobernanza en el modelo alimentario, dar viabilidad y fortaleza al sector primario y combatir los efectos del cambio climático.

En esta línea de acción es donde adquiere todo el sentido el concepto europeo de biorregión, que ancla su modelo de funcionamiento en la agroecología y la gobernanza en el sistema alimentario. Iniciativas como el Pacto de Milán, a la que se han sumado más de 210 ciudades, Sevilla y Córdoba entre ellas, alinean y despliegan toda una serie de políticas, estrategias y presupuestos que persiguen la salud de las personas y las ciudades.

Andalucía está entre los territorios del mundo que están siendo más afectados por los efectos del cambio climático: el aumento de las temperaturas medias, las graves distorsiones en los ciclos de lluvia, el alarmante descenso del número de insectos, la seca de los quercus, son algunos ejemplos. Nadie escapa de los efectos: los problemas de suministro de agua de calidad en decenas de pueblos y ciudades, la bajada de la calidad del aire, son algunos efectos evidentes. Además, también se está produciendo el abandono de fincas, la pérdida de variedades locales y razas autóctonas, el olvido de la cocina tradicional y la dieta que tan envidiados nos hacen en el mundo.

Somos lo que comemos y ahora hay que tenerlo más presente que nunca. Por salud individual y colectiva. Una dieta de productos de cercanía, temporada y ecológica es más saludable, para los que comen en primera instancia, pero también para el territorio en el que viven. Porque tener un espacio productivo asociado a las ciudades es una fuente clara de beneficio distributivo y equidad. Porque un cinturón verde productivo en torno a las ciudades es fuente de salud ambiental, pero sobre todo un foco de actividad económica, de fortalecimiento del tejido productivo, un foco de fuerte generación de empleo, haciendo valer las virtudes de la teoría económica de velocidad de circulación del dinero. Y es una fuente también de salud social pues, además se generan espacios de encuentro y socialización, en los que los productos locales reafirman la identidad, la cultura, el sentimiento y orgullo de pertenencia.

El camino es obvio, claramente beneficioso desde el punto de vista económico, social y ambiental. Diseñar e implantar espacios metropolitanos en los que los cinturones verdes sean amplios y además productivos es foco de economía y salud, pero requieren conciencia, convencimiento e incidencia política porque para lograrlo hay que restar poder a los que hoy lo tienen acaparado porque, por ley natural, se resistirán a cederlo. Con todo, son mucho mejores, habitables, sanas y prósperas las ciudades con plazas de abasto que con impersonales supermercados. Hay que hacerlo, aunque sea solo por egoísmo inteligente.



[1] Reduflación: reducir la cantidad de producto que se oferta al consumidor para elevar o mantener su precio.