martes, 4 de febrero de 2025

¿SE DEBEN CONTROLAR LAS REDES SOCIALES?

 



Miguel Toro

4 de febrero de 2025

Este artículo fue publicado originalmente en elDiario.es el 16 de enero de 2025

 

En publicaciones recientes de los medios leemos que Zuckerberg elimina la verificación de hechos en Facebook e Instagram para satisfacer a Trump. El máximo ejecutivo de Meta sostiene que el sistema vigente hasta ahora supone un método de censura y que adoptarán el mismo método que aplica X, donde la desinformación corre a sus anchas. Su decisión va en contra de los medios tradicionales de comunicación que tratan de certificar las informaciones que difunden. Cada vez está más claro que las redes sociales no son neutrales. Siempre han tenido ideología. La prueba más evidente es la irrupción de Musk en Europa apoyando las opciones más ultraderechistas de cada país lo que ha provocado el enfado y nerviosismo en los países afectados, sobre todo Alemania y el Reino Unido. Europa mira con miedo a Elon Musk, pero ¿debería hacerlo o enfrentarse a él y regular la red X, Facebook, Instagram, etc.?

Las redes son un fenómeno relativamente nuevo, pero podemos encontrar algunos de sus orígenes en los años 60 del siglo pasado. Según Innerarity, tras los movimientos contestatarios del 68 la crítica del capitalismo tomó dos direcciones diferentes: una «social», que reivindica una modificación de las relaciones de fuerzas dominantes, y otra «artística», que pretende liberar a los individuos con el fin de hacerlos más auténticos y creativos. Internet ha ofrecido al movimiento un cauce de expansión para la autonomía del individuo, la auto organización y el rechazo de las limitaciones colectivas.

En diversas ocasiones se ha llamado la atención sobre el hecho de que los hippies contestatarios de los setenta, tan aferrados a la autonomía individual, no tuvieran demasiados problemas para aclimatarse a las políticas liberales y de desregulación. Se ha configurado así un nuevo terreno on line de la lucha política presidido por la libertad de información y la desconfianza frente a la autoridad y la centralización. Este movimiento anti institucional ligado al software libre, cercano a la ideología libertaria por una parte y por otra próximo a las políticas liberales y de desregulación, fue el que propició en primer lugar el nacimiento de las redes sociales como un mecanismo descentralizado que ponía al individuo en primer lugar por delante de lo colectivo. Ese movimiento propició ilusiones de democratización. Nos anunciaron la accesibilidad de la información, la eliminación de los secretos y la disolución de las estructuras de poder, de tal modo que parecía inevitable avanzar en la democratización de la sociedad, renovando nuestra democracia. Las posibilidades técnicas de las tecnologías digitales abrieron una nueva utopía social.

Las protestas árabes de 2010-2012, conocidas como «primavera árabe», han inspirado numerosos análisis sobre los efectos de las redes sociales en la constitución de movimientos de protesta anti dictatoriales. El Movimiento 15-M en España a principio de la década de 2010, otros similares en el resto del mundo, más tarde Podemos en 2014, pusieron la redes sociales en el centro de la actividad política.

Las redes sociales se han presentado como una tecnología que empodera, que facilita el acceso al conocimiento y despierta ilusiones de emancipación democrática. El relato anarcoliberal de los fundadores de internet ha contado con seguidores de todo el espectro ideológico, de la izquierda a la derecha. Los activistas de la red han sobrevalorado siempre el efecto democratizador de la libre circulación de información, tal como pareció acreditarse en la caída de los regímenes comunistas. Por otro lado, antiguos hippies acabaron en las universidades y los centros tecnológicos tratando de probar que internet podía proporcionar lo que prometieron los años sesenta: mayor participación democrática, emancipación individual, fortalecimiento de la vida asociativa…

La red lleva años suscitando unas ilusiones de democratización que no se corresponden del todo con los resultados esperados. Los resultados no parecen estar a la altura de lo anunciado y ya se formulan las primeras teorías de dicha desilusión que pretenden desmontar el mito de la democracia digital. Ahora contemplamos estas suposiciones con ironía y desdén, pero en su momento parecían una promesa verosímil.

Ahora nos preguntamos si realmente internet ha aumentado la esfera pública, y hasta qué punto ha hecho posible nuevas formas de participación, ampliando el poder de la gente frente al de las élites. Sin dejar de reconocer las capacidades de la red, podemos ver que la ingenuidad de las promesas del ciberutopismo, esa creencia en la naturaleza inexorablemente emancipatoria de la comunicación on line.

Tras las promesas de los partidarios del software libre, la ilusión hacia las redes creada en el 15M, en la Primavera Árabe, en Podemos, ahora nos encontramos en un mundo donde las redes están controladas en su mayoría por las grandes corporaciones, donde las redes están siendo usadas para difundir falsedades y a partir de ahí conseguir que opciones políticas de extrema derecha se expandan. Las redes sociales, si no las controlamos, se están convirtiendo en una amenaza para la democracia.

En el momento actual los algoritmos de Facebook, YouTube, X, etc. han creado bots de internet, algoritmos informáticos que efectúan automáticamente tareas reiterativas, que adjudican recompensas a determinados instintos básicos de las personas para conseguir mayores beneficios. Esto ha desempeñado un papel muy relevante a la hora de radicalizar a la población. Esos bots son anónimos y buscan que pases el mayor tiempo posible en las redes sociales. Para eso intentan mostrarte “contenido que a ti te gusta". En la mayoría de los casos no hay una persona responsable de las ideas que generan. Pretenden ser personas, pero son personas falsas. Las grandes empresas de internet hacen esto porque es la manera de ganar mucho dinero con los anuncios dirigidos a sectores específicos de la sociedad.

En política los bots se desplegaron para que, a través de la difusión de un gran volumen de mensajes, acabaran por influir en la opinión pública. Se usa el término “filtro burbuja” para indicar los filtros algorítmicos que están creando un entorno artificial en el que la gente sólo oye aquellas voces que coinciden con sus opiniones políticas. Las noticias falsas (fake news) y los mensajes políticos individualizados que dependen de tu opción política son grandes amenazas a la democracia. Aunque son amenazas muy importantes están siendo usadas para ganar elecciones, pero solo pueden usarlas los que tienen muchos recursos económicos y grandes cantidades de datos disponibles: las grandes empresas de internet.

Las redes sociales, aunque controladas por empresas privadas, no son una cuestión privada. Son espacios públicos que condicionan derechos fundamentales de la ciudadanía, entre ellos la libertad de expresión y el derecho fundamental a recibir información veraz, y por ello necesitan de una regulación estatal. Frente a la amenaza que plantean los algoritmos para el debate democrático, las democracias no se hallan indefensas. Pueden y deben tomar medidas para regular el uso de la IA y evitar que esta contamine nuestra vida con personas falsas que se dediquen a propagar noticias falsas. El mismo argumento que impide la falsificación de moneda debe aplicarse a la suplantación de humanos. Si los gobiernos adoptaron medidas decisivas para proteger la confianza en el dinero, tiene sentido que adopten medidas decisivas destinadas a proteger la confianza en los humanos y en las noticias propagadas en las redes.

Cuando lo que se aborda son problemas urgentes e importantes, el debate público, y el que se hace en las redes lo es, debe guiarse según normas aceptadas, y deben existir mecanismos legítimos que ayuden a alcanzar una decisión final, aunque esta no sea del gusto de todos. Las redes sociales deben ser reguladas. No regularlas es comparable a "quitar la policía de las calles“. Regular significa que exista un comité conocido públicamente que, respetando la libertad expresión, pueda dejar fuera de la red a los que no respetan las reglas, a los que propaguen falsedades y delitos de odio, a los que difundan actividades ilegales, etc.

Debemos poner las redes sociales al servicio de la mayoría, al servicio de la democracia y para ello hay que tomar medidas desde el Estado. Aquí proponemos algunas.

Hay que hacer responsables a las empresas de las infracciones de privacidad, decisiones injustas tomadas por sus sistemas inteligentes o noticias falsas propagadas por sus redes sociales. En Europa se ha dado un paso, aunque tímido, en esa dirección. Las empresas deben ser responsables ante la sociedad de regular las conversaciones de sus redes sociales.

Hay que proteger la privacidad y la titularidad sobre los datos de los que se alimentan los algoritmos en internet.

Cada algoritmo, actúe en redes sociales o no, debe tener alguien que se haga responsable de sus acciones y por ello no podemos permitir bots anónimos.

Según Joaquim Bosch, de Jueces para la Democracia, debería regularse un procedimiento judicial específico contra la desinformación y la propagación de noticias falsas bajo control de los tribunales.

Debemos exigir al Gobierno proporcionar servicios digitales básicos gratuitos y financiarlos con nuestros impuestos, del mismo modo que se proporcionan servicios gratuitos de atención sanitaria y educación. La orientación de X para favorecer a Trump en las últimas elecciones americanas ha abierto el debate si salirse o no de X. Algunos están proponiendo cambiarse a Bluesky. Creo que esto es insuficiente. Es necesario una red social pública controlada y regulada por el Parlamento elegido democráticamente.

Las propuestas anteriores pueden parecer imposibles de implementar porque para hacerlo haría falta una acción coordinada a nivel mundial o al menos a nivel de la Unión Europea. Eso es cierto, pero mientras tanto cada país debe ir tomando iniciativas en esta dirección. España debe reclamar su soberanía digital. Las redes sociales deben estar sometidas a las leyes de cada país. Brasil ha abierto un camino al prohibir X. La motivación ha sido el “reiterado incumplimiento de órdenes judiciales” de la plataforma que dirige Elon Musk, que se negó a bloquear perfiles que contribuyen a la “divulgación masiva de discursos nazis, racistas, fascistas, de odio y antidemocráticos”. Europa debe tomar medidas contra la ofensiva de Zuckerberg y Musk y regular X, Facebook e Instagram.

 

Se han tomado ideas de Daniel Innerarity Grau: Un mundo de todos y de nadie.