viernes, 5 de septiembre de 2025

¿POR QUÉ NO AISLAR DEPORTIVAMENTE A ISRAEL?

El aislamiento deportivo a Sudáfrica fue un instrumento muy poderoso para poner fin al apartheid. Lo fue en un momento en que el deporte no tenía, ni de lejos, la importancia que tiene en estos días.


Javier Pérez Royo

5 de septiembre de 2025

Este artículo fue publicado originalmente en elDiario.es el pasado 22 de agosto

 

No permitir que los deportistas, los clubes deportivos y la selección nacional de Israel participen en cualquier evento deportivo fuera de sus fronteras y la prohibición para todos los deportistas de los demás países de participar en ningún evento organizado dentro de Israel, además de exigible por pura decencia, sería, tal vez, la forma más llamativa de hacer ver a los ciudadanos israelíes a donde les ha llevado la política genocida de su gobierno presidido por Benjamín Netanyahu en la franja de Gaza.

El aislamiento deportivo a Sudáfrica fue un instrumento muy poderoso para poner fin al apartheid. Lo fue en un momento en que el deporte no tenía, ni de lejos, la importancia que tiene en estos días. Sentirse rechazados por la comunidad deportiva de fuera de sus fronteras es una forma de estigmatización difícilmente soportable. Pone a toda la población ante el espejo de una manera que te destroza tu propia imagen y te hace avergonzarte de ti mismo.

El deporte es una pieza esencial en la organización de la convivencia. La exclusión de los deportistas de un país de las competiciones internacionales incide no solamente en su autoestima individual, sino en la de toda la sociedad. Es una forma de ostracismo particularmente efectiva.

Se trataría, además, de interiorizar el rechazo a la política genocida de Israel en los ciudadanos de los demás países. Posiblemente, sería la forma más efectiva de movilización de la opinión pública a escala mundial. El deporte debe ser un instrumento para la comunicación pacífica entre todos los países y no es aceptable que puedan participar en dicha comunicación los deportistas de un país que está siendo protagonista de la destrucción planificada de toda la población de Gaza mediante las balas o mediante la hambruna.

En mi opinión, debería ser el propio mundo del deporte el que debería tomar la iniciativa. Por su propia dignidad. Reconocer a los deportistas de Israel como competidores, mientras su ejército mata con balas o de hambre con el bloqueo de la ayuda humanitaria a la población palestina, supone la degradación de la competición deportiva, de la que los deportistas, los clubes y las federaciones deportivas nacionales deberían avergonzarse.

Hace ya tiempo que se debería haber tomado la iniciativa, pero ante la intensificación de la agresión israelí de la que estamos siendo testigos estas últimas semanas, todavía resulta más urgente proceder a dicho aislamiento deportivo.

Sería una manera muy limpia de reaccionar. Precisamente por eso, es por lo que sería muy eficaz. No supondría un acto de agresión contra Israel, sino un acto de defensa de la población palestina, singularmente de la población civil, que, como el propio ejército israelí acaba de reconocer, constituye el 83 % de las víctimas mortales de Gaza.

Ya está bien de aceptar en silencio lo que no puede ser aceptado de ninguna manera. Parafraseando al Thomas Jefferson de la Declaración de Independencia, podríamos decir que “un respeto decente a la opinión pública mundial” debería conducir al aislamiento deportivo de Israel y a la justificación de dicho aislamiento por el mundo del deporte.


martes, 2 de septiembre de 2025

GAZA: GENOCIDIO EN DIRECTO

 


Jose Antonio Bosch. Abogado.

2 de septiembre de 2025

No puedo asumir que la herencia de nuestros hijos e hijas sea un mundo peor que el que en su día logramos tener. No puedo resignarme a ver morir a los palestinos mientras se frivoliza sobre las bondades de transformar Gaza en un resort turístico.

Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana. Así comienza el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (en adelante DUDH) proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948, en su Resolución 217 A, como un ideal común para todos los pueblos y naciones. Tras ser conscientes de la barbarie, el salvajismo, crueldad y capacidad de destrucción de la que era capaz el hombre, las naciones decidieron trabajar por un mundo mejor. Fue una reacción a los actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad.

Los acontecimientos cercanos a la fecha de la DUDH, Primera y Segunda Gran Guerra, con muertos que se contabilizaron por millones y armas de una letalidad diabólica, campos de exterminio con un horror inenarrable, la bomba atómica… empujaron a las naciones a la búsqueda de recursos que evitaran que la Humanidad tuviese que soportar nuevamente experiencias como las vividas, por lo que florecieron los Pactos y Convenios multinacionales, el multilateralismo, las organizaciones multinacionales, las Cortes Internacionales y un sinfín de recursos que perseguían salvar a la humanidad de los horrores padecidos durante la primera mitad del siglo XX, en resumen, intentar lograr un Mundo mejor.

Tras la DUDH vinieron las descolonizaciones, las luchas de los pueblos por lograr su libertad, las luchas feministas y los grandes movimientos por los derechos civiles. Conviene recordar que en países como Suiza o Grecia no se reconoció el derecho al voto de las mujeres hasta el año 1971 y 1952, respectivamente, o que en EE.UU no se consolidó el derecho a voto de los afroamericanos hasta 1965. Así, aparecieron personajes como Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Eleanor Roosevelt, Martin Luther King, Hansa Mehta, Minerva Bernardino, Begum Shaista, Gloria Steinem, Malala Yousafzai y un largo etcétera de hombres y mujeres que nos han dejado una huella imborrable con su lucha por los derechos humanos.

Cierto es que el Mundo no pasó a ser de color de rosa mor de la DUDH, pero se pusieron los cimientos, la base, se dotó a la Humanidad de una especie de Constitución o Carta Magna Universal donde se recogían los derechos de todas las personas sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición, y muchas naciones, pueblos y colectivos se pusieron en la faena de lograr que lo expresado en el “papel” se convirtiera en una realidad cotidiana. En una frase y sin triunfalismo alguno, gran parte de la Humanidad se puso a la tarea de lograr un Mundo Mejor y, ciertamente, se mejoró para millones de personas.

Cuando algún país se quedaba demasiado “rezagado”, cuando la violación de los derechos humanos se hacía absolutamente insoportable en algún Estado, por ejemplo, Sudáfrica y su régimen de apartheid, la resistencia interior de su población y el aislamiento internacional (incluida, por ejemplo, la imposibilidad de participación en pruebas deportivas internacionales) terminaban por poner fin al régimen violador.

Pues todo aquello, probablemente porque no se educa en Derechos Humanos, porque se enseña una historia acomodada a la ideología reaccionaria que nos invade, porque la memoria es frágil o por lo que sea, está cayendo en el olvido. Así, en la actualidad, estamos viviendo en directo (y no digo en vivo porque sólo se nos muestra muerte) cómo un Estado, supuestamente democrático y firmante de la DUDH, Israel, masacra a una población por el sólo hecho de ser palestinos, sin discriminar si son niños, mujeres, inválidos… da igual, se trata de exterminar palestinos. Vemos diariamente cómo utiliza todas aquellas salvajadas penadas por las leyes internaciones, desde la generación de una hambruna hasta el bombardeo de los hospitales, pasando por el “tiro al palestino” en las colas del hambre, todo ello sin cortarse lo más mínimo y, encima, diciendo que se amparan en la legalidad internacional.

Día a día, vemos cómo los guardadores del recuerdo del Holocausto se olvidan del sufrimiento de las víctimas y se acercan más y más a las políticas y medios de los verdugos y, al más puro estilo nazi, utilizan expresiones como “borrar Gaza de la faz de la tierra”, o que “podría ser justificado y moral dejar que Israel haga que 2 millones de civiles mueran de hambre”, o términos como “el Gran Israel”, por señalar algunas de las perlas que nos llegan a diario. Ya nadie (me refiero a demócratas y aquellos que estimamos obligado el respeto a los derechos humanos) duda de que lo que está tratando de hacer Israel es el exterminio total del pueblo palestino (incluidos los habitantes de Cisjordania) o la expulsión de su territorio. Ya nadie duda de que se está cometiendo un genocidio en Gaza. Tampoco genera dudas que el desplazamiento forzado masivo y la destrucción generalizada es un crimen contra la Humanidad y, sin embargo, se le siguen vendiendo armas a Israel, sigue recibiendo apoyo desde gobiernos populistas, se sigue permitiendo que, en representación de un Estado genocida, haya participaciones en competiciones deportivas, musicales, etc.

Lamentablemente, no es que el señor Netanyahu o el señor Trump sean la rencarnación del mal, que lo son, lo malo es que hay sociedades, pueblos, que de forma mayoritaria los votan, los jalean y apoyan precisamente por una política que contribuye abiertamente a que nuestro mundo sea peor. Duele que las manifestaciones en Israel para presionar al gobierno no sean para poner fin a una guerra que asesina a diario a mujeres, niños y ancianos, son solo para pararla hasta que se recuperen los rehenes israelitas, o que cuando algún miembro del ejército se ha opuesto a la ofensiva no sea para frenar la barbarie sino porque considera que el plan militar es poco seguro para Israel.

Nos ha tocado vivir en una época en la que vemos cómo se abandonan o debilitan los organismos internacionales, el multilateralismo, cómo se boicotean las agencias y grandes acuerdos de la ONU, cómo se ningunean las Cortes Internacionales, y todo ello para lograr que unos pocos tengan más a costa de que muchos tengan menos, para que unas determinadas élites acumulen inmensas fortunas jamás conocidas, con la ayuda inestimable y de la mano de personajes que parecen sacados de un mal western que están consiguiendo un mundo peor.

Lo más lamentable es que son los ciudadanos de Israel, de EE.UU, de Hungría, de Argentina y de una larga lista de países los que están, estamos, poniendo al frente de nuestros países a iluminados, a líderes “tocados por la mano de dios” o por la espada de Santiago que carecen del más mínimo respeto por los Derechos Humanos. Personajes con tal carencia de capacidad crítica y tal ceguera que se permiten decir cosas como “podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”; y lo peor es que es cierto.

Mientras escribo estas reflexiones, habrán muerto de hambre varios niños en Gaza, habrán asesinado a varios palestinos por ir a buscar comida para sus familias a las colas del hambre. El ejército israelí, con armas proveídas por países “civilizados”, habrá asesinado a algún periodista por informar, algún médico o enfermera por tratar de curar, alguna madre por tratar de proteger a sus hijos…

No quiero aceptarlo. No puedo asumir que la herencia de nuestros hijos e hijas sea un mundo peor que el que en su día logramos tener. No puedo resignarme a ver morir a los palestinos mientras se frivoliza sobre las bondades de transformar Gaza en un resort turístico. Cada uno de los/as palestinos/as que son asesinados/as tenía un nombre, una familia, unos amigos, un futuro… y unos derechos inalienables cuya violación debe dolernos como propia. Hay que lograr parar el genocidio, hay que gritarlo, hacer todo lo que esté en nuestras manos para ponerle fin y castigar a sus autores. Gaza hoy es el símbolo de nuestra decadencia y regresión. Hay que pararlo. Si no lo hacemos por solidaridad hagámoslo por egoísmo porque ese mundo peor nos afecta a todos y todas.