El debate sobre el cambio climático, en apariencia técnico, termina incorporado a la batalla cultural. Y no solo me refiero a las refriegas entre gobiernos, entre partidos o entre representantes políticos, digamos, por los incendios del verano, o las danas otoñales. La discusión es más profunda: poner bajo la lupa al modo de producción capitalista
Pedro
Andrés González Ruiz, autor del blog Criticonomia
26 de septiembre de 2025
Capital
y cambio climático
Tras más de dos siglos de capitalismo plenamente
establecido, el planeta se está calentando por la acción humana, principalmente
por la emisión de gases de efecto invernadero derivados mayoritariamente de la
combustión fósil.
Entre las evidencias más robustas: aumento de la temperatura media global en 1,5 grados desde la era preindustrial, incremento de la concentración de CO2 en la atmósfera hasta 420 ppm desde los 280, acumulación de calor en los océanos y su acidificación, elevación del nivel del mar, deshielo de los glaciares, y mayor frecuencia de fenómenos extremos (olas de calor, lluvias torrenciales, incendios forestales).
Cambio
climático y ambientalismo
Este panorama ha ido originando una
conciencia climática que ha tomado cuerpo en el movimiento ambientalista.
No sólo han sido las luchas sociales
derivadas de los efectos más inmediatos de este daño ecológico, sino que la
propia clase capitalista empezó a ver una barrera al crecimiento del capital.
Una expresión de esto fue el Club de Roma (1968) que reúne a la economía, la
política y la ciencia para elaborar su informe Los límites del crecimiento (1972).
A partir de ahí, la ONU, lo más parecido a
un gobierno mundial, tomó cartas en el asunto: primera conferencia sobre medio
ambiente en Estocolmo (1972); la primera sobre el clima en Ginebra (1979);
luego Toronto (1988) y la Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro (1992). A
partir de ahí, todos los años, cientos de mandatarios políticos de los
principales países se reúnen en las COPs (cumbres del clima). Ya van casi 30.
Cierto que hay mucho “bla, bla, bla..., tururú”. Pero, también nos indica que
el problema es real, global y difícil de resolver bajo la red capitalista.
Ambientalismo
y ciencia
Una parte del ambientalismo está
constituido por el sector científico (universidades, laboratorios, industrias,
complejos, academias, personalidades independientes).
A lo largo del capitalismo, la ciencia ha
jugado un papel clave: descubrimiento del efecto invernadero a mediados del
XIX, luego el papel de CO2, más tarde el de otros gases (metano, cloro…), hasta
las mediciones (las de gases en atmósfera y océanos, pues las de temperatura
venían de antes) que permitirán, tras el surgimiento de la computación, la
elaboración de modelos predictivos sobre los efectos del calentamiento global.
Ciencia
y negacionismo
De este modo, muy empírico, la comunidad
científica se ha ido posicionando muy mayoritariamente, más del 90 por ciento
de las encuestas, sobre la existencia del cambio climático, su prevalencia
sobre el enfriamiento global (otra teoría científica), y la necesidad de acometer
medidas (reducción global de emisiones).
No obstante, existen minorías
científicas que, aunque introduzcan elementos racionales de crítica,
generalmente están impulsadas o apoyadas por intereses muy particulares (como
la industria fósil y energética). Otro exponente de la subordinación de la
producción científica a los intereses económicos.
Este negacionismo científico, que adopta diversas formas
(niega el fenómeno, niega su origen, niega sus efectos y niega la urgencia de
afrontarlo), no solo protagoniza el debate científico sino que es la base
científica de las luchas ideológicas en torno al clima.
Negacionismo
ambiental y expresiones políticas
Si el negacionismo climático es la
expresión teórica de los intereses económicos de sectores particulares de la
sociedad, entre los que destacan la industria tradicional (fósil, acero,
automoción, entre otros), el consenso científico climático vendría a ser la
posición teórica dominante del capital.
Veamos, grosso modo, las formas políticas
que toman estos intereses sociales y que protagonizan la batalla cultural:
1. Negacionismo climático,
apoyado por corporaciones fósiles y la industria y el transporte tradicionales (capitalistas
y trabajadores):
§ Niegan
o minimizan el problema.
§ Ve las
políticas climáticas como una “agenda ideológica” o imposición de las élites.
§ Propone
reabrir térmicas y nucleares, potenciar hidrocarburos y eliminar impuestos
verdes.
La expresión política de esta posición es
la derecha reaccionaria tradicionalista y la extrema derecha. Destaquemos la hipocresía que se gastan cuando con una mano niegan y con
la otra se preparan contra sus efectos (búnkeres, tecnologías
alternativas, seguridad privada en catástrofes, como Walmart en el huracán
Katrina).
2. Capitalismo verde. La
base social está en el resto de la industria, el sector primario, y los
servicios tradicionales. Se busca compatibilizar crecimiento económico y
reducción de emisiones:
§ Oscila
entre la aceptación tibia y el cuestionamiento parcial.
§ Se
preocupa por los costes económicos y la competitividad.
§ Prefiere
instrumentos de mercado (comercio de emisiones, impuestos al carbono),
innovación tecnológica (hidrógeno, nuclear, CCS o captura de carbono) y un
papel limitado del Estado. Aboga por una transición gradual y “pragmática”.
En este planteamiento convergen la derecha
moderada y parte de la izquierda institucional. Su expresión mayoritaria es la
Agenda 2030 diseñada por la ONU en 2015.
3. Green New Deal (o Nuevo Pacto Verde): contempla inversión
pública masiva, creación de empleo verde y protección social, aunque sin
superar necesariamente la lógica capitalista:
§ Reconoce
el origen humano y desigual del fenómeno (ricos y países más desarrollados, más
culpables).
§ Pone
énfasis en la justicia climática: desigualdades sociales, territoriales y
otras.
§ Propone
una transición justa: regulación estricta, impuestos a sectores contaminantes,
fin de subsidios fósiles, impulso a energías limpias y protección a
trabajadores y regiones afectadas.
Aquí se ubicarían la izquierda
socialdemócrata, progresista y verde e incluso elementos del ecosocialismo,
siendo una de sus expresiones el Pacto Verde Europeo (2019).
Superar
críticamente el ambientalismo
Como se ve, el ecosocialismo más radical o
el ecologismo revolucionario son muy minoritarios. Este es el grado actual de
la conciencia ecológica.
Sin embargo, el ambientalismo mainstrean soporta serias críticas: a
pesar de las reuniones y acuerdos las emisiones aumentan; las leyes y planes
tienen muy en cuenta las necesidades de capitales nacionales y sectoriales; las
empresas que más emiten se apropian el negocio verde, los fondos (Next
Generation) o las subvenciones; se pone el acento en medidas individuales y de
consumidores socavando la conciencia ciudadana; el mix energético con predominio de renovables requiere mejorarse
(apagón); mercantilización de la naturaleza; y tantas y tantas otras.
Pero, más allá de estas críticas, el
ambientalismo mayoritario presupone el capitalismo, lo naturaliza, no se
plantea su superación, por tanto, solo aspira a la gestión capitalista de la
naturaleza: se trata de explotarla hasta que su situación dificulte o encarezca
la reproducción capitalista.
Por ello, las luchas ecologistas son
necesarias; más aún si se vinculan al cuestionamiento del capital como relación
social que subordina todo a la rentabilidad; luchas que han de ser regidas por
una conciencia dialéctica que subsuma a la conciencia ambiental. Aunque el
predominio de la conciencia dialéctica está determinado por el propio
desarrollo capitalista, siempre será más fácil y más indemne si empezamos a
tenerla presente desde ya.