martes, 8 de abril de 2025

GUERRA ENTRE GÁNSTERES Y TRAICIÓN A LA TRAYECTORIA DE DEFENSA DE DERECHOS HUMANOS: TÓPICOS Y AUSENCIA DE INTER-PRETACIÓN


Leandro del Moral, Fundación Nueva Cultura del Agua

8 de abril de 2025

Entre los múltiples componentes y perspectivas que caracterizan la coyuntura histórica que atravesamos hay una a la que sintéticamente quiero dedicar esta entrada, separándome de mis habituales temas sobre política de aguas y de las conexiones a las que ese tema poliédrico remite. Se trata de la simplificación y eliminación de antecedentes y de contextos histórico-geográficos característica de las explicaciones sobre la génesis y situación actual de la guerra de Ucrania.

La estructura de esa explicación simplista contiene, de un lado, la demonización personal de Vladímir Putin, la utilización de la expresión “gánster” como categoría suficiente para explicar y valorar una política de agresión, crimen, violencia injustificada y futuros objetivos aún más perversos y peligrosos; una personificación del mal que, como en otras ocasiones, conduce a su equiparación con “Hitler”, como ya lo fueron Sadam Hussein, Muamar el Gadafi o Bashar al-Ásad. Y, de otro lado, la asimilación de los críticos con ese relato a ingenuos, descontextualizados, prorrusos o herederos de los ‘apaciguadores’ de los Acuerdos de Múnich, con Neville Chamberlain a la cabeza. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta argumentación durante las dos últimas décadas (no solo estos dos o tres últimos años) y con mayor intensidad durante la última media docena de meses? La inconsistencia y el desgaste de estos símiles es tal que da pudor encontrarlos defendidos por personas con alta formación y produce alarma verlos incorporados en la conversación de una mayoría social. Me llama la atención verlos repetidos con insistencia en la mayor parte de los medios por los principales creadores de opinión; me duele verlos incorporados en la lógica de bastantes de los compañeros y amigos con los que comparto tareas laborales o actividades de ocio.

Cualquiera que haya osado intentar contextualizar geográfica e históricamente la guerra en Ucrania, ha tenido que empezar por pedir disculpas y hacer intensas protestas de “antiputanismo”, no fuera a ser que pasara a ser incorporado a la lista de los justificadores del mal. Me parece paradigmático en este sentido el artículo de Juan Luis Cebrián, Nostalgias de paz y proyectos de guerra (12 septiembre 2022) que arranca con la cita de Edgar Morín: “Vosotros no visteis más que el Gulag y no los campos nazis de exterminio, o no visteis más que esos campos y no el Gulag, vosotros no veis más que la agresión rusa bajo el despotismo de Putin e ignoráis la política imperialista de los Estados Unidos; yo no soy uno de vosotros”. Hay que reconocer que Cebrián, tan discutible en otros aspectos (como en lo que se refiere a la política de reconducción del “problema catalán”), ha defendido con continuidad una línea de contextualización y amplitud de la mirada hacia este fenómeno, yendo más allá de una perspectiva atlantista. Por ejemplo, En defensa de Ucrania hasta la muerte… de los ucranios (12 agosto 2023), explica que: La guerra es un conflicto por correspondencia entre la OTAN y Rusia que tiene raíces muy anteriores a la invasión y cuya consecuencia inmediata ha sido el sometimiento del proyecto de la UE a los objetivos de la alianza militar” o en ¡Qué viene los rusos” (19 agosto 2023): La guerra de Ucrania inaugurada por la invasión rusa en 2022 ya había empezado antes […] Gran parte de la historia de nuestro continente se explica por la persistencia de los rusos en querer ser apreciados como europeos y la renuencia de los intelectuales y dirigentes sociales de Occidente a reconocerlos como tal”.

Es importante señalar que estos artículos y otros con la misma orientación de este influyente autor, publicados en el importante medio de comunicación del que fue director, no conmueven, no afectan a la hegemonía de la interpretación dominante en las cúpulas de la formación de la opinión y la decisión: el criminal Putin es el culpable y tras él, se sobreentiende, Rusia. Y no solo hay que mantener la guerra ‘hasta la muerte del ultimo ucraniano’ (y la mayor cantidad posible de rusos) sino que, ahora que la potencia con especial protagonismo en la génesis del conflicto se retira, este hecho no se entiende como una oportunidad para la reconducción del conflicto, en un marco diplomático de negociación, sino como una encrucijada que obliga a lanzar (en el contexto de una remilitarización general) una dinámica de continuación, intensificación y endurecimiento de la guerra.

Me ha interesado el artículo de Jürgen Habermas, titulado Llamamiento a Europa (30 de marzo 2025), en el que sobre los antecedentes, los contextos y las causas de la guerra de Ucrania se expresa de la siguiente manera: “Será necesario que pase el tiempo para que los historiadores puedan emitir un juicio sobre las interpretaciones encontradas de los antecedentes y de la posible evitabilidad de la invasión rusa de Ucrania”. Con estas palabras resuelve Habermas el tema clave referente al proceso que condujo a una situación equiparable a la crisis de los misiles de Cuba en 1962, que generó una amenaza seria de conflagración nuclear, con el ultimátum lanzado por John F. Kennedy y la subsiguiente orden de retirada dada por Nikita Jrushchov, como vuelve a describir Amin Maalouf, entre tantas otras cosas, en su reciente y muy recomendable obra El laberinto de los extraviados. Occidente y sus adversarios. Discutiendo sobre el tema a comienzos de la guerra con un colega geógrafo experto en política territorial, me encontré con la respuesta de “qué importancia tiene la distancia entre Moscú y la frontera de Ucrania tratándose de misiles balísticos”. En el caso de Cuba nadie dudó de que la distancia importaba; en el caso actual incluso para un geógrafo (bien es verdad que inmerso en un marco mental de atlantismo fuera de cuestión) el espacio material, la distancia física, deja de ser relevante. La explicación de este disparate geográfico (con el que me he encontrado más de una vez) es la necesidad de ignorar y excluir de la conversación ese debate clave, “la posible evitabilidad de la invasión rusa de Ucrania”, que Habermas al menos reconoce, aunque deja a la posteridad, cuando ya todo haya acabado, la responsabilidad de aclararlo.

Lo que agrava el problema, que es un problema colectivo, es que la interpretación del proceso está ya razonablemente descrita y bien documentada. Lo describe Cebrián en sus artículos, lo detalla Jeffrey D. Sachs (La geopolítica de la paz, 2 marzo 2025) en sus documentadas conferencias; no lo ignora nadie que no se deje llevar por prejuicios condicionados por sesgos. Es un hecho histórico cierto que en 1990 se llegó a un acuerdo según el cual la OTAN no se movería hacia el este. Fue un acuerdo, aunque verbal, ya que Gorbachov enfatizó ante Estados Unidos y Alemania la importancia del compromiso entre ambos países. Fue explícito y está incluido en numerosos documentos. Como dice Sachs, basta con buscar en el Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington para encontrar docenas de documentos, o en el sitio web llamado “Lo que Gorbachov escuchó sobre la OTAN”. Merece la pena consultar este sitio, porque la documentación que contiene es accesible. Lo que sucedió después de 1991 y se consolidó en 2008 es que Estados Unidos decidió que la unipolaridad significaba que la OTAN se ampliaría hacia el este paso a paso. En 1994 Clinton tomó la decisión de ampliar la OTAN hasta Ucrania. Se trataba de un proyecto a largo plazo que no se debe a una u otra administración. Es un proyecto del gobierno de Estados Unidos que comenzó hace más de 30 años. En 1997, Zbigniew Brzezinski, Consejero de Seguridad Nacional con el presidente Jimmy Carter, escribió El gran tablero de ajedrez, la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos en el que describe detalladamente el proceso.

Hoy nadie discute la provocación de la Explosión del Maine con la que EEUU justificó la intervención en Cuba, el incidente de Tonkin, con el que justificó la entrada en Vietnam o las ‘armas de destrucción masiva’ que justificaron ‘llevar a Irak a la edad de piedra’ (¿Por qué recordar esto es estar ‘descontextualizado’?). ¿Quién va a dudar dentro de 10 o 15 años sobre quién voló, en términos de centro de decisión, los gaseoductos del Mar del Norte, el mayor atentado terrorista del siglo XXI en territorio europeo, que cortó el cordón umbilical energético entre Rusia y Alemania? He hecho un pequeño trabajo de investigación empírica sobre la materia, preguntando a ocho especialistas en política territorial, derecho internacional, cambio climático y otras materias, sobre el tema: casi todos dudan, no saben, o más frecuentemente ignoran el tema, no se han preguntado por él. La verdad funcional, la que hacen suya las mayorías sociales en cada caso, aunque no refleje coherentemente los acontecimientos razonablemente objetivos, no se apoya en la ausencia total de informaciones alternativas bien fundadas (Entrevista exclusiva: el periodista Seymour Hersh explica “cómo Estados Unidos destruyó los gasoductos Nord Stream” | Democracy Now!), sino en la capacidad del poder (el que corresponda en cada caso) de imponer lo que se debe o no se debe saber. Es conocida la expresión que señala que el máximo nivel de incertidumbre es la ignorancia, que consiste en “no saber lo que no se sabe”; pues bien, más allá de ese nivel está “el no saber lo que se sabe” o quizás: “no saber lo que sabemos que no quieren que sepamos”.

Estas líneas son un comentario sobre una de las dimensiones de los acontecimientos que vivimos, que están relacionados con nombres y fenómenos que no se han mencionado (Donald Trump, aranceles, Benjamín Netanyahu, Palestina, China, UE…) que requieren reflexiones integradoras y con intención de interpretación. Termino con una recomendación en ese sentido, que retomaré en la próxima entrada en este blog: el trabajo sobre el concepto de transición sistémica, que se define como un periodo definido por “cambios numerosos, rápidos y/o de gran amplitud, con situaciones de partida y de llegada que no son estables y que abren la puerta al inicio de una nueva etapa, caracterizada por nuevas lógicas de funcionamiento”. El tema se desarrolla en el libro de Ricardo Méndez Tiempos críticos para el capitalismo global. Una perspectiva geoeconómica (web_TIEMPOS-CRITICOS-CAPITALISMO-GLOBAL.pdf). Llevaba tiempo queriendo salir de la mera dialéctica de 'lucha o alianza entre gánsteres', con intervención de 'criminales de guerra', en medio de' hechos caóticos y decisiones desconcertantes', demandando una propuesta de análisis más estructural de los procesos de fondo que ayuden a entender la vorágine. Esta obra aporta un análisis arraigado en una larga tradición de reflexión teórica e investigación aplicada crítica y cuenta con una detallada reseña de Inmaculada Caravaca, que aporta pistas sobre el contenido del libro y anima a leerlo (PDF) Crisis, emergencias y transiciones en el capitalismo global.