Miguel Toro
6 de abril de 2025
Publicado originalmente en elDiario.es el pasado 31 de marzo
El pasado 15 de marzo decenas de
miles de personas llenaron la Piazza del Popolo de Roma en una manifestación en
defensa de los valores europeos. La promovió un intelectual, Michele Serra,
quien propuso una reacción europeísta ante las amenazas de Donald Trump y sus
aliados.
La política dio un paso atrás, entre
otras razones porque las fuerzas progresistas están divididas en torno al ReArm
Europe, el plan de Ursula von der Leyen para reforzar la inversión en
defensa. La Comisión Europea plantea que los hogares europeos deben
estar preparados para subsistir 72 horas sin ayuda externa en caso de
agresión, desastres naturales, pandemias o ciberataques. Contar con reservas de
agua y comida, materiales para calentarse, medicamentos o baterías son las
directrices básicas para afrontar este tipo de crisis, según las guías que
los países nórdicos entregan de forma recurrente a su población sobre cómo
prepararse para una hipotética emergencia o conflicto. El mensaje
subyacente de la iniciativa es claro: la UE se enfrenta a un mundo cada
vez más inestable, particularmente tras la invasión de Rusia a Ucrania y la
creciente incertidumbre en torno al apoyo de Estados Unidos.
Nos tratan de convencer de que no
hay alternativa. Nos presentan como absolutamente indefensos y a merced de
Rusia, pasando de largo sobre el hecho de que si la UE actuara en este terreno
bajo una autoridad única sería la segunda potencia militar del planeta tanto
por efectivos, como por capacidades y por presupuesto. Están generando un
miedo que justifique el rearme, que justifiquen las grandes inversiones en
industrial militar.
¿Es la militarización una tendencia
ya imparable en el seno de la Unión? ¿Es este el camino correcto para dar a luz
la Europa de la Defensa y la autonomía estratégica? ¿Será posible lograrlo en
tan solo cinco años como se sugiere? La UE puede gastarse miles de millones en
armamento, pero la autonomía estratégica solo vendrá de una integración
política que ni está ni se la espera, el rearme es imparable. De hecho,
eso ya viene sucediendo desde hace unos años y ahora la propia Comisión ha
anunciado que espera a finales de abril los planes que los Estados miembros
deben presentar, concretando cómo piensan impulsar la intensificación de su
gasto en defensa, aprovechando las puertas que Bruselas ofrece para recibir
fondos comunitarios y para saltarse los niveles de deuda y de déficit que
establece la disciplina comunitaria.
Aunque los Veintisiete se alineen
en una misma dirección, la dependencia de Washington seguirá siendo una
realidad incuestionable dentro de un lustro, dado que nuestras industrias de
defensa no serán capaces de producir todo lo necesario para sustituir a EE UU.
La pregunta simple, rearme sí o no,
esconde la pregunta central: ¿Que Europa queremos?
Existen muchas reflexiones ya sobre
qué hacer. Ahora queda solamente que la UE elija cuál es la que refleja sus
valores, discursos y políticas. La idea que las izquierdas han tenido de
Europa en el pasado han sido muy diversas: desde unos que han defendido estar
en Europa y en la OTAN a cualquier precio a otros que promulgaban la salida de
Europa y de la OTAN porque entendían que Europa estaba diseñada para proteger
los intereses de las multinacionales europeas. Pero el mundo ha cambiado muy
rápidamente desde la caída del muro de Berlín. Ha aparecido China como la
potencia emergente llamada a ocupar el primer lugar, delante de EEUU, a lo
largo del siglo XXI. Europa está quedando en tercer lugar.
Europa está en construcción, se va cohesionando,
pero lentamente. Muy lentamente. El mercado eléctrico se regula con reglas
europeas, aunque estas reglas no están pensadas para defender al consumidor, el
BCE fija el tipo de interés y otras políticas económicas relevantes, ha habido
una tímida respuesta conjunta a la invasión de Ucrania, etc. ¿Pero queremos más
Europa o menos?
¿Y en esta situación, qué hacer?
Desde mi punto de vista hay que apostar decididamente desde la mayoría social
progresista por el afianzamiento del proyecto europeo. Para poder abordar los
problemas que plantea el mundo actual (eliminar los paraísos fiscales,
controlar el poder de las multinacionales y aumentar los impuestos sobre las
mismas, luchar contra el cambio climático, etc.) necesitamos unidades políticas
de un tamaño europeo. Pero, claramente, el proyecto europeo hay que
reorientarlo, hay que hacerlo viable y orientarlo en beneficio de las mayorías.
Eso implica democratizar las instituciones europeas, acabar con la política de
austeridad, reorientar los objetivos del Banco Central Europeo para que se
preocupe por el desempleo y no solo por la inflación, crear un seguro de
depósitos europeo y los eurobonos, ampliar el presupuesto europeo, etc.
Siempre he creído que España debía
estar en Europa y que debíamos esforzarnos para que las leyes y reglas europeas
se hagan en beneficio de la mayoría de la población y no solamente para el
beneficio de los bancos alemanes. España ha ganado mucho desde que está en la
Unión Europea. Y ha ganado porque nuestro sector empresarial heredado de la
época franquista era muy impresentable. Era un sector empresarial no
competitivo mantenido en muchos casos con las subvenciones públicas. Todavía es
así en muchos casos, pero la entrada en la Unión Europea ha propiciado que los
aires empresariales europeos lleguen a España.
La situación actual muestra con
claridad, según mi punto de vista, la necesidad de más Europa. De una Europa
más autónoma energética, tecnológica y financieramente. Autónoma en la
producción agrícola y en algunas industrias que se han desmantelado por completo.
Autónoma para fijar la entrada y salida de capitales, productos y servicios.
También autónoma militarmente frente a la OTAN y los intereses de EEUU, lo que
debería dar lugar a un ejército europeo que no tendría por qué estar dentro de
la OTAN. Estas ideas chocan con la globalización convencional que se predica y
que pretende disponer de libertad total para el movimiento de capitales.
Necesitamos una Europa autónoma tecnológicamente.
Esto implica un nuevo proyecto universitario que produzca tecnología y no sólo
ciencia. Esto implica el objetivo de querer competir en tecnología como un
tercer bloque con China y EEUU. Esto implica la necesidad de crear empresas
europeas que puedan plantarle cara a las chinas y americanas en los campos
tecnológicamente punteros como el desarrollo de la Inteligencia Artificial.
Necesitamos una Europa autónoma
políticamente que la configure como un tercer polo con capacidad para negociar
con EEUU, pero también con China y Rusia. Con una política internacional
independiente de la americana.
Necesitamos una Europa autónoma en
lo social que desarrolle el Estado del Bienestar en favor de la mayoría.
Necesitamos unos impuestos europeos
que permitan hacer tributar a las grandes fortunas.
Solamente rearmando Europa no
conseguimos el objetivo buscado y además está generando un miedo innecesario en
la población. Y los miedos producen fascismos según nos enseña la historia. Si queremos
un ejército europeo hay que empezar por integrar los existentes.
Necesitamos democratizar las
instituciones europeas y darle competencias para que Europa avance en el camino
que queremos. Desde luego es un proyecto político muy ambicioso pero
ilusionante. Si desde las llamadas nuevas izquierdas no se apuesta
decididamente por este objetivo demostrarán ignorar la realidad que se nos
viene encima.