Antonio
Aguilera Nieves
24 de enero de 2025
La preciada gamba blanca de Huelva se cría al borde de la plataforma continental, a una profundidad de entre 60 y 120 brazas, a más de 20 millas náuticas de la línea de costa. Su captura mediante técnicas de arrastre es una de las actividades pesqueras más duras, que requiere un enorme reto tecnológico y esfuerzo humano.
Para coger gambas hay que levantarse a las dos de
la madrugada, preparar las provisiones y arranchar el barco para soltar amarras
a las tres y poner rumbo a la noche marina. Por delante, una jornada de duro
trabajo de 16-17 horas. Si las condiciones meteorológicas del invierno lo
permiten, cinco días a la semana. En alta mar, cada día, la faena hay que
realizarla a merced de las olas, el viento, la lluvia, el sol. Es, sin duda,
uno de los oficios más duros y penosos que existen. Solo así puede entenderse
el carácter curtido de los marineros. La briega con los artes de redes, los
cabos, el penduleo del barco, la lucha con las jarcias, la humedad que todo lo
invade, el aire cargado de salitre, queda retratado en sus rostros y gestos.
Gente de raza valiente, aseguran que solo los mejores aguantan el tirón. Cuando
conoces de cerca de esa vida, lo entiendes. Pocos aguantan, para la juventud se
ha convertido en trabajo de último recurso. Razonable: durísimo, invisible,
escaso reconocimiento social, mal pagado.
Lo he visto, lo he vivido. Aunque no hagas nada,
el simple hecho de pasar el día en el barco te sacude los huesos y te vuelve
loco el oído interno. En el barco mandan todo el rato el patrón y la faena. El
primero decide el rumbo, el lugar y los tiempos de pesca, la faena todo lo
demás, los ritmos e intensidad de trabajo, las tareas prioritarias, el número
de horas de no levantar cabeza. El descanso, o la hora del bocadillo, puede que
no llegue en todo el día. También pude comprobarlo.
El barco llega a “pesquero” y la actividad, ruda,
comienza con el gigante tintineo de las enormes cadenas al rodar sobre las
poleas mientras el rodillo empieza a soltar cable. El sonido nos lleva hasta la
bajada de los puentes levadizos de los castillos. En realidad, es la red de más
de 40 metros, sus cabos, cadenas, plomos y boyas que se arrastran por cubierta
hasta el foso que es el océano Atlántico.
Los seis hombres que componen la tripulación
tienen siempre tarea. Hoy la faena es en el pesquero del 8, el de profundidad,
la mar de fondo hace exigente el simple hecho de mantenerse en pie. El patrón
tiene que poner toda la atención en el rumbo de la corrida, la marea es fuerte,
la deriva puede traer problemas, el gobierno exige la máxima astucia y atención.
Los desniveles del fondo hacen misión imposible mantener estable la velocidad
adecuada para que el arte, 300 metros atrás de cable del barco, mantenga el
dibujo triangular que permita al mojino (la boca del arte) realizar su misión,
caminar cerca del fondo en el que vive el marisco.
Es alta mar, agua y cielo. Inmensidad que es
soledad. Para combatirla están el radar, la radio, a veces la vista. En la zona
son varios los buques faenando que mantienen contacto para ir siguiendo la
faena, avisar de incidencias, prestarse ayuda mutua en caso de ser necesario.
Un grupo diverso de compañeros, amigos. En la mar cuesta recordar los nombres
oficiales que se ponen en los papeles, el lenguaje allí es propio. Sin contacto
físico, sin verse las caras, saben que los de la Punta, los de la Banda de Fuera,
los de la Manzanilla, son todos hermanos e hijos de las mismas penurias.
En el
barco, más que sentirme polizón, traté de no molestar en las operaciones
delicadas y de ser útil cuando tenía oportunidad. Me acogieron como a un niño,
todos. Estaban atentos, no paraban de repetir, por aquí con cuidado, sin
cortarte, no hay prisa, seguridad ante todo, come algo, café, ahora puedes
subir al puente, bajar a cubierta. Sigo abrumado por un trato exquisito en un
ambiente que parece obligado a ser rudo. También lo son cuando hace falta, en
momentos críticos donde un fallo puede ser un desastre mayúsculo.
Levar el arte desde el fondo es el momento
cumbre. Hace falta pericia, técnica, fuerza, sincronía, que todas las máquinas
y hombres pongan lo mejor de sí. Tras más de cuatro horas de corrida (lance),
que la corona llegue a cubierta con la pesca en el menor tiempo posible y en el
mejor estado es el único objetivo. Recoger los centenares de metros de cable,
asegurar las puertas, poner el rumbo y la velocidad que la red y la marea
exijan. Todo a la mayor velocidad posible para desembolsar el marisco y volver
a echar la red al agua. En cada jornada son dos o tres las corridas que hay que
hacer antes de hacer el último viraje y poner rumbo a puerto para llegar a la
mejor hora posible para la venta. Según los días, hasta la regatita de vuelta
se convierte en una compleja estrategia pues según el pescado y marisco cogido,
interesa llegar a lonja en un momento concreto, lo que hace que, como remate,
el trabajo se convierta en un sprint para toda la tripulación de varias horas
de limpiar, seleccionar marisco, encajar. Todo debe estar en perfecto orden
para la venta, porque después de todo el esfuerzo, el trabajo cada día se
valora mediante subasta en la que los compradores fijan el precio del producto
y por tanto el valor del trabajo de los pescadores.
Atracamos
al “solpuesto”, el solsticio achica los días. Quince horas de navegación, casi
doce de trabajo ininterrumpido. El patrón, sin descanso. En lonja ya, aún
quedaba más de una hora de limpiar y seleccionar marisco, echar nieve, cajear,
arranchar, reponer combustible, revisar el arte…. Porque a las tres de la
mañana hay que volver a salir, si el tiempo lo permite.
Me bajo del barco y tres horas después, en la
ducha, compruebo que el oído interno aún sigue en el vaivén del barco. Al
tiempo, me propongo seguir la pista de las gambas. Son noticia estos días por
su elevado precio. Efectivamente, en las paradas del mercado están subiditas
por aquello de que no pueden faltar en una buena mesa. Las miro en las bandejas
y las veo con otros ojos. Ahora soy más consciente de lo que supone que lleguen
al plato.
Constato que su precio se ha quintuplicado
respecto al que tuvieron en lonja, y eso que el patrón me dijo, “estos días no
son malos de venta”. Con todo, la renta que reciben los armadores, pequeños
empresarios al fin y al cabo, y el sueldo de los marineros está muy por debajo
de las exigencias y riesgos de esta actividad. El sector primario es el más
sacrificado, el más penoso, el más exigente y el más castigado por la cadena de
valor de los alimentos que es, a todas luces, injusta en la distribución de rentas
y márgenes.
La Unión Europea tiene en proceso de revisión las
técnicas de pesca en sus aguas. Es necesario y perfectamente adecuado que se
establezcan requisitos y criterios que permitan la sostenibilidad, la riqueza y
biodiversidad de los fondos marinos. También es absolutamente imprescindible
que se pongan idénticas exigencias para todos los productos marinos que se
importan en la Unión Europea, que se considere que poco tiene que ver la pesca
artesanal, el tamaño de los buques y las técnicas que se utilizan en Andalucía
con los enormes buques factoría que operan en el norte y que la regulación, por
tanto, no puede ser la misma. Sobre todo, deben equipararse las directrices
respecto a otras actividades primarias en las que se ha puesto de manifiesto
que la gobernanza es un objetivo crucial.
En todo ello, los pescadores de Andalucía son
excepcionales: porque conocen a la perfección su oficio, porque son los más
interesados en mantener la sostenibilidad del caladero y así lo vienen
demostrando desde hace años, porque es un sector que genera miles de trabajo
directos, y sobre todo indirectos. Y, sobre todo, porque proporcionan a la
dieta andaluza toda una serie de productos de la máxima frescura y calidad, que
todos apreciamos, agradecemos y disfrutamos. Visto así, afirmo con toda
convicción, ¡qué baratas están las gambas!