viernes, 20 de junio de 2025

LOS ULTRARRICOS, EL SENADO AL MARGEN DE LA HISTORIA

 


Thomas Picketty

20 de junio de 2025

Publicado originalmente el 17 de junio de 2025 en: https://www.lemonde.fr/blog/piketty/2025/06/17/the-senate-beside-the-story/

Al oponerse al impuesto mínimo del 2 % sobre el patrimonio de los 1.800 franceses cuyo patrimonio neto supera los 100 millones de euros, tras la adopción de la medida por la Asamblea Nacional francesa (cámara baja del Parlamento), la cámara alta, el Senado, ha demostrado su desconexión con los problemas de nuestro tiempo. Esto no es nuevo. Entre 1896 y 1914, el Senado bloqueó medidas relacionadas con el impuesto sobre la renta, con argumentos tan falaces como los que se utilizan hoy. Sin embargo, tranquilicémonos: las necesidades de financiación para los retos sociales y climáticos, así como la deuda pública, son tan significativas que esta oposición no resistirá mucho ante las realidades económicas, políticas y ambientales actuales, que muy pronto exigirán medidas redistributivas mucho más radicales.

Analicemos primero los argumentos del Senado y los partidarios del presidente Emmanuel Macron. ¿Se trata de un impuesto confiscatorio? Esa idea carece de sentido. Según la revista Challenges, que no es precisamente un bastión de la izquierda, las 500 mayores fortunas de Francia aumentaron de 200.000 millones de euros a 1,2 billones de euros entre 2010 y 2025, un aumento del 500 %. Con un impuesto anual sobre el patrimonio del 2 %, se necesitaría un siglo para que volvieran a su nivel de 2010. Esto suponiendo que no perciban ingresos mientras tanto, lo cual carecería de sentido, dado que estas fortunas han crecido entre un 7 % y un 8 % anual en los últimos 15 años.

¿Habría exilios fiscales? El proyecto de ley aprobado por la Asamblea Nacional ya prevé un mecanismo inicial para abordar este problema: los multimillonarios seguirían sujetos al impuesto mínimo sobre el patrimonio durante cinco años tras abandonar el país, lo que limita el atractivo de un exilio fiscal. Debemos ir más allá: si uno amasa una fortuna apoyándose en la infraestructura, la educación y los sistemas sanitarios del país, no hay razón para eludir tan fácilmente las obligaciones colectivas que financian estos sistemas. Por ejemplo, podríamos decidir aplicar el impuesto en función del número de años de residencia en Francia. Un contribuyente que haya vivido en Suiza durante un año después de haber pasado 50 años en Francia seguiría pagando el 50 % del impuesto adeudado por un ciudadano francés. Quienes se nieguen a pagar estarían infringiendo la ley y se enfrentarían a las sanciones correspondientes (embargo de bienes, arresto en aeropuertos), como cualquier otra persona.

¿Qué hay del riesgo de que nuestras empresas nacionales emblemáticas sean adquiridas por extranjeros? Una vez más, este argumento no se sostiene. Francia está cubriendo la brecha con sus ahorros. Si algunos multimillonarios no pueden pagar el impuesto del 2 % en efectivo, podrían hacerlo en acciones, que el Estado podría vender a su discreción, por ejemplo, para beneficiar a los empleados interesados. Esto también representaría una oportunidad para otorgar a los empleados franceses el derecho a voto en los consejos de administración que se ha aplicado en Alemania o Suecia desde la posguerra (donde los trabajadores eligen entre un tercio y la mitad de todos los puestos en los consejos de administración, independientemente de su participación en el capital). Estos han arrojado excelentes resultados en ambos países (los más productivos del mundo, por hora trabajada). La riqueza es colectiva: depende de la participación de los empleados, no de un puñado de genios individuales.

¿Sería inconstitucional el impuesto mínimo sobre el patrimonio? Este argumento legal se contradice. En realidad, es el hecho de que las personas más ricas eludan los impuestos legales comunes lo que socava el principio constitucional de igualdad ante los impuestos, y debería haberse denegado hace mucho tiempo. En definitiva, como todos los grandes debates fiscales desde 1789, este es, ante todo, un debate político y democrático. Debe abordarse con argumentos sólidos, no escudándose en justificaciones pseudo legales diseñadas para perpetuar una injusticia flagrante.

Lo sorprendente es la total falta de perspectiva histórica de quienes se oponen al impuesto mínimo sobre el patrimonio. Las necesidades de financiación asociadas a la descarbonización son enormes, al igual que las de los sistemas de salud y educación, junto con la deuda pública que todos conocemos. Es irreal imaginar que la clase trabajadora y la clase media aceptarán tranquilamente impuestos adicionales o recortes del gasto público. Mientras los más ricos paguen impuestos insignificantes en relación con su patrimonio neto, nadie aceptará el más mínimo sacrificio. Al igual que en las décadas anteriores a 1789, la precipitada subida al endeudamiento público continuará mientras los que ostentan el poder se nieguen a realizar la necesaria revolución fiscal.

La historia también nos enseña que una deuda de esta magnitud no se puede eludir con medidas ordinarias. Durante la Revolución, la abolición de los privilegios fiscales de la nobleza (el equivalente al impuesto mínimo del 2 % sobre el patrimonio) fue seguida por una medida aún más radical: la apropiación pública y subasta de los bienes de la Iglesia, que entonces representaban aproximadamente un año de la renta nacional, aproximadamente igual a la deuda pública de la época. Los multimillonarios de 2025 equivalen a los activos de la Iglesia en 1789: sus fortunas tendrán que contribuir, redistribuir la riqueza entre los empleados y reducir la deuda. El aumento de un billón de euros del que se han beneficiado las 500 mayores fortunas desde 2010 tendrá que tributar eventualmente al 30 %, 40 %, 50 % o más, al igual que los contribuyentes comunes. En última instancia, los multimillonarios, y no solo los centimillonarios, tendrán que contribuir. Esto es lo que se hizo en la Alemania de la posguerra con el sistema de Lastenausgleich (“reparto de la carga”), que generó el equivalente al 60 % del PIB alemán en 1952. Es la única manera de reducir una deuda pública de tal magnitud, sin inflación y sin sacrificar inversiones futuras.

En 1914, el Senado finalmente aceptó el impuesto sobre la renta, aunque a regañadientes, con un tipo marginal de tan solo el 2 % para los niveles de renta más altos. Irónicamente, fue el Bloc National (1919-1924), una de las legislaturas más derechistas de la historia de la República Francesa, quien elevó el tipo impositivo al 60 % en 1920 y luego al 75 % en 1923, bajo la presión de la izquierda y los sindicatos. Si los senadores consultaran sus libros de historia con más frecuencia, podrían aprender un poco más.