Vientos de Cambio Justo

lunes, 29 de julio de 2019

PEDRO SÁNCHEZ IMPIDE UN GOBIERNO PROGRESISTA DE COALICIÓN



  • Pedro Sánchez ha ignorado los deseos expresados por las bases socialistas en favor de un gobierno de izquierdas con Unidas Podemos.
  • Un Gobierno de coalición progresista era la opción más favorable para la mayoría social.
  • En última instancia, para evitar males mayores, Unidas Podemos debería permitir el gobierno del PSOE en solitario, mediante un pacto programático de legislatura que incluya medidas esenciales para la mayoría trabajadora de la población.


Juan Manuel Valencia Rodríguez

29 de julio de 2019

Pedro Sánchez no ha logrado sacar adelante su investidura como Presidente del Gobierno. La responsabilidad principal hay que achacársela a él mismo, pues como líder del partido más votado en las elecciones del 28 de Abril había recibido del Jefe del Estado el encargo de gestionar la formación del nuevo Ejecutivo, y no ha sabido conseguir los apoyos necesarios.

Aunque la suma de escaños de PSOE y Unidas Podemos no alcanzaba la mayoría absoluta, la posición inteligente y generosa de Esquerra Republicana de Cataluña de abrir camino con su abstención a un gobierno progresista daba la posibilidad de formar un gobierno que pusiera en marcha una política orientada a mejorar la vida de la mayoría de la población.

Muchos esperaban que tal gobierno podría impulsar medidas como una nueva subida del salario mínimo, la derogación de la contrarreforma laboral iniciada por Zapatero y ampliada con Rajoy, asegurar por ley el sistema público de pensiones, consolidar los derechos y la protección de las mujeres, establecer una fiscalidad más justa y progresiva, limitar el precio de los alquileres y facilitar el acceso a la vivienda, incrementar el gasto social en sanidad y educación públicas y en Dependencia, trabajar por una solución dialogada en el conflicto catalán, impulsar la tan abandonada investigación científica y tecnológica, promover una política migratoria más humanitaria y eficaz, etc.

De primeras, y durante muchos días, Pedro Sánchez declaró su voluntad de formar un gabinete monocolor, exclusivamente con miembros de su partido, algo sorprendente pues contaba solo con una minoría de 123 diputados. Su actitud demuestra que en el PSOE no han tomado aún conciencia cabal de que el bipartidismo ya no existe, y de que el nuevo y complejo panorama político obliga a negociar la formación de gobiernos de coalición. Con tal posición Pedro Sánchez desoía los deseos expresados por las bases socialistas en favor de un gobierno de izquierdas con Unidas Podemos.


A continuación el candidato lanzó mensajes a todos los grupos para que no bloquearan la formación del “único gobierno posible”, socialista, y efectuó un llamamiento en ese sentido a las fuerzas conservadoras para que se abstuvieran. Un objetivo imposible con la cerril derecha española, que ha desestimado incluso las presiones de los poderes económicos y de poderosos grupos de comunicación en favor de un gobierno de coalición PSOE-Ciudadanos que cerrase la opción de un gobierno progresista de izquierdas. De haber tenido éxito esa llamada a las derechas, ¿qué política hubiera podido esperarse del gobierno resultante de tales apoyos? Los titubeos de Pedro Sánchez de hacia dónde enfocar sus alianzas resultan muy significativos. Parecía querer transmitirle a los poderes fácticos: me veo obligado a negociar con Unidas Podemos porque Casado y Rivera no me han dejado otra alternativa.

Como por ese lado no había solución, desde el PSOE se lanzó el eufemismo de “gobierno de cooperación” cuyo significado real nadie supo explicar. Era un último intento de evitar un gobierno de coalición progresista, que finalmente Pedro Sánchez tuvo que contemplar.

Situados ya como única negociación posible ante un gabinete de coalición PSOE-UNIDAS PODEMOS, parecía obvio que lo primero a tratar era qué se propondría hacer, es decir, acordar entre ambas partes un programa de Gobierno, en el que se precisaran los objetivos y líneas principales de actuación, como un compromiso claro y público ante la ciudadanía. Que yo sepa y para mi perplejidad, tal discusión sobre el programa de gobierno no se ha producido.

Naturalmente, el programa no lo es todo. Hay que asegurarse de su cumplimiento, y en eso tenía razón Unidas Podemos: la experiencia tras la moción de censura anterior les llevaba a pensar que únicamente formando parte del Ejecutivo podían asegurar el cumplimiento del programa pactado; que, pese a sus riesgos, estar en el Gobierno permite mayor capacidad de producir cambios significativos que solo con la mera acción parlamentaria. A tal fin, pedían una representación equiparable a los 3,7 millones de votos obtenidos respecto a los 7,4 millones conseguidos por el PSOE. Esta negociación sobre el reparto de responsabilidades de gobierno sí se ha efectuado, con el fracaso que ya conocemos.

Un gobierno de coalición supone que ambas partes han de llegar a un compromiso consensuado que después es preciso respetar con lealtad. No se trata de que el PSOE hiciera más o menos “concesiones”, porque hasta lograr la investidura Pedro Sánchez no tiene nada que dar, de manera que el requisito imprescindible para gobernar es ponerse de acuerdo y sumar los apoyos necesarios en la Cámara.

La discusión sobre el gobierno de coalición tuvo un inicio insólito para lo que se supone que es una negociación entre dos fuerzas que han de respetarse si se quiere llegar a un acuerdo: el líder del PSOE vetó la presencia en el gabinete del líder de la otra parte. Los motivos de tan extravagante exigencia no se han explicado. Pero Pablo Iglesias, seguramente para sorpresa de la dirección del PSOE, deshizo ese obstáculo renunciando a estar en el Gobierno.

A Unidas Podemos se le fueron negando, sucesivamente, los ministerios “de Estado” (Defensa, Interior, Exteriores), Economía, Hacienda, Trabajo, Transición Ecológica, Ciencia… Lo que siguió fue una marea de ofertas y contraofertas que no es momento de diseccionar, con un sentido constante: las ofertas del PSOE eran rácanas y poco respetuosas con Unidas Podemos, ofrecía escaso poder ejecutivo. Y mientras el plazo se iba agotando. Cuando rompiendo las normas de discreción elementales en estos casos el PSOE filtró a los medios la información-manipulada- que les interesó, estaba claro que cerraba ya la posibilidad de llegar a un acuerdo, y de nada sirvieron las últimas propuestas de Unidas Podemos.

Yo entiendo que finalmente Unidas Podemos, antes de la segunda votación de investidura y ante la imposibilidad de formar el gobierno de coalición por la negativa del PSOE, debería hacer permitido el Gobierno de Pedro Sánchez, y defender los intereses de la mayoría social desde la acción parlamentaria y desde la movilización social, para cerrar el paso a otra posibilidad más desfavorable para la mayoría social, que ha quedado ahora abierta: un pacto del PSOE con las fuerzas conservadoras, por el que van a presionar de manera formidable los grandes poderes económicos.

Hay que preguntarse por qué el PSOE ha saboteado la formación de un gobierno de progreso. Da la impresión de que, como tantas veces ha ocurrido antes, las posiciones de izquierda que defiende el PSOE cuando está en la oposición en asuntos claves de política económica y social, se transforman a la hora de gobernar en posiciones conservadoras, por obra y gracia de plegarse a las presiones e intereses de los grupos económicos y mediáticos más poderosos. Una muestra de ello puede ser la negativa a que la cartera de Trabajo fuera asumida por un miembro de Unidas Podemos, y anteriormente, la no derogación de la contrarreforma laboral tras la moción de censura.

Las declaraciones de los ministros en funciones del PSOE no invitan al optimismo. El PSOE parece haber abandonado definitivamente la opción de un gobierno de coalición progresista. Si tal cosa no es posible, en última instancia, para evitar males mayores, Unidas Podemos debería permitir el gobierno del PSOE en solitario, mediante un pacto programático de legislatura que incluya medidas esenciales para la mayoría trabajadora de la población.

Unas nuevas elecciones serían un gran fracaso, porque el electorado progresista no tendría ninguna razón para ilusionarse tras el espectáculo ofrecido.