Escena
de 2001 Odisea en el espacio
Enrique Cobo
17 de enero de 2023
Esta
forma de estar en el mundo, esta forma de relacionarse el “homo sapiens” con
sus iguales, es manifiestamente mejorable.
La satisfacción
de nuestras necesidades nos ha agudizado el ingenio hasta límites inimaginables
y parece que vamos a poder hacer lo necesario para poder vivir bien, para que
todos y cada uno vivamos bien una vida cada vez más larga y de más calidad. Para
ello no es necesario aumentar la producción ni hacer crecer el PIB, local,
nacional o mundial, sino que menos de lo que se produce se reparta hasta
satisfacer las necesidades de todo el mundo, solo se trata de repartir mejor.
También
hemos evolucionado hacia una mayor capacidad de destruirnos totalmente a
nosotros mismos, cuestión imposible hasta hace poco pero que objetivamente cada
día que pasa tenemos más capacidad de matarnos a todos incluso para destruir la
tierra en la que vivimos.
Nos
hemos cuidado y nos hemos matado.
Somos capaces de organizar la producción de alimentos, de medicamentos, de que puedan llegar a cualquier ser humano en muy poco tiempo. Somos capaces de compartir conocimientos, de intercambiar instrumentos y saberes útiles para que nuestras vidas puedan ser cada vez más largas y mejores. Creamos belleza, bienes, servicios continuamente, aumentamos nuestros conocimientos tanto individual como colectivamente a una velocidad que hoy nos sorprende y que nos seguirá alucinando. Y a la vez nos ocultan cosas que saben solo algunos y que nos vendría bien compartir en forma de patentes, por ejemplo, pero de otras mil formas, hacen armas cada vez más letales y cada día investigan, gastan y producen armas para matar y destruirnos.
Sabemos
hacerlo bien, muy bien y saben hacerlo mal, muy mal.
¿Es
inevitable que coincidamos en ser cada vez más capaces de cuidarnos y cada vez
más capaces de matarnos? ¿Esa es nuestra ineludible forma de estar? ¿Eso es lo
que hay?
Es
necesario conocer las causas para un comportamiento tan contradictorio; las
causas subjetivas y las objetivas. Si el miedo a la carencia, o a la
insignificancia social; si la necesidad de ser valorados y tenidos en cuenta
nos lleva a la convicción de que tener de sobra nos da para consumir y para
poder ser considerados socialmente; si de esa forma se justifican los medios
para alcanzar lo que deseamos, hemos de tratar esos procesos mentales como
enfermedades personales y como necesidades que entre todos tenemos que proveer:
tanto las carencias como los miedos.
Si
nuestro fin es desarrollar nuestro poder y nuestra capacidad de consumo por
encima de lo que individualmente o grupalmente deseamos, hemos de tratar esa
actitud como una enfermedad individual o grupal e impedir que se desarrolle
para bien de los individuos, del grupo y en bien de la comunidad.
Si esa
forma de estar en el mundo tan miedosa, tan soberbia, tan enferma evita el
progreso, provoca sufrimiento y genera destrucción, hemos de combatirla en
nombre del bien común.
Por otra parte, si la violencia pretende ser
sustituida por la colaboración en esa carrera desenfrenada y absurda hacia el
tener sin límite; si la carrera guerrera tiene la lógica que de manera
magistral definió este rey de España diciendo que “la guerra de Ucrania ha hecho
evidente la importancia de invertir en defensa”; si la dirección en la que
vamos es en la de tener cuanta más capacidad destructiva mejor, incluso a costa
de pactar con el diablo, y cada una de las partes llamadas a competir sigue la
misma lógica, el final será que aumentemos hasta el infinito nuestras
capacidades destructivas de nosotros mismos y que, algún día algún personaje
que tiene acceso al “botón rojo”, un tal Biden, o Putin, o Macrón o Xi Jipping,
o Rishu Sunak, o ese tal Netanyahu... o cualquier otro personaje o personajillo
del estilo de los anteriores, se le cruzan los cables y considera que ha
llegado la hora de defender a la patria o de hacerse valer o de frenar al
enemigo o de dar la batalla final, o simplemente piensa que la alternativa es
la victoria o la muerte o luchar hasta conseguir vencer o morir, pues llegado
el momento –que siempre es posible que llegue- pues…se acabó la historia. Tan
terrible es el presagio: es posible que se acabe la historia, nuestra historia.
Es necesario salir de este bucle de
violencia, producción sin reparto y propiedades sin límites, de violencia
defensiva y ofensiva a la vez porque la mejor defensa algunos consideran que es
un buen ataque, porque seguir avanzando hacia ese nuevo orden mundial que algunos
describen es terrible, tenemos que darle la vuelta a esta inercia compulsiva,
irracional y cruel.
Si la propiedad sin límites y la violencia
sin límites son el problema, están claras las alternativas: limitar la
propiedad y la violencia hasta los límites en que sea creíble la justicia y la
paz.
Nadie ha de poseer por encima de sus
capacidades de consumo y ninguna persona o país ha de poder tener o usar armas
contra otros.
Dado que lo que es imposible es que si
seguimos por donde vamos alcancemos la paz y menos aún la justicia, tenemos que
apostar a un orden mundial en el que la paz y la justicia estén en el horizonte
y ese, a mi entender, es que no haya ningún ejército en el mundo que dependa de
una sola persona, de un solo país, de un solo bloque, y que haya un acuerdo
global para que nadie en el mundo tenga por encima de lo que pueda consumir,
que no se pueda acumular personalmente o en grupo dinero para invertir, que el
dinero no pueda ganar dinero, que a ninguna persona humana le falte lo que
necesita para vivir dignamente.
Esta es una alternativa al poder de unos
cuantos miedosos y agresivos, enfermos de miedo; una alternativa que es
fácilmente compartible por el 100 % de la humanidad, incluidos los enfermos de
miedo, si conseguimos curarles.
A pesar de que todo el poder no ha sido para los soviets, a pesar de que lo de la soberanía popular no ha pasado de ser un sueño de los pueblos, a pesar de que en la democracia solo cree el “demos” pero ninguno de los “cratas”, autollamados demócratas, a pesar de todo, la esperanza de un nuevo orden mundial está en los pueblos.