Antonia
Corona Aguilar
9 de abril de 2024
¿Es
la soledad no deseada un invento del neoliberalismo?
Desde que hace unos meses
nos llegó el encargo de una empresa para hacer un estudio sobre la soledad no
deseada, me viene rondando esta pregunta por la cabeza. No me gusta ir con
ideas preconcebidas cuando hago investigaciones. Soy más de lo inductivo que de
lo deductivo, por eso entro en el proyecto dispuesta a escuchar a toda la gente
implicada. Conforme más escucho más cerca siento las tendencias neoliberales.
En 2012 tuve contacto por
primera vez, en Inglaterra, con este fenómeno social. Me fui encontrando con
muchas personas mayores, la mayoría de ellas con familiares de primera línea de
consanguineidad, que vivían en centros residenciales. Centros de diversas
categorías, pero siempre privados. Se les veía tristes, aislados, con poca
comunicación…, como dejándose morir. Estaban además fuera de sus entornos
habituales… Me llamó mucho la atención, pues no respondía al modelo más
habitual de nuestra Andalucía. Las residencias aquí existían, pero no se solían
utilizar como primer recurso, nuestras prácticas más habituales son mantener lo
máximo posible a las personas mayores vinculadas a sus familias y a sus territorios.
De ahí que nuestro modelo de políticas de bienestar social se denomine Familiarista o Mediterráneo (Moreno, 2000)[i].
Me preocupa cómo la tendencia británica se está extendiendo por estos lares y nos vamos acercando a un modelo social que se está agrietando hacia unos contextos menos inclusivos, menos comunitarios, menos humanos, basado más en los comportamientos individualistas, que busca soluciones en la medicalización más que en la comunicación y en la comunidad. Nos estamos olvidando de los vínculos. La soledad se incrementa cuando hay una desconexión entre el individuo y el mundo, una desconexión característica del neoliberalismo, que nos quieran hacer ver que es inevitable. Esa cultura del individualismo se ha visto alimentada durante muchos años por la Dama de hierro, cuando se jactaba de decir que no somos seres sociales, que somos seres individuales, y por ende, competitivos, individualistas, mercantilizados….
Somos seres sociales y
necesitamos y queremos relacionarnos con otras personas, pero el grado en que
nos relacionemos es elección propia. El problema, sin duda, no es la soledad, a
la que no podemos demonizar, sino la soledad no deseada. O lo que es lo mismo,
el no tener la posibilidad (por número de relaciones o por la calidad de la
mismas) de buscar vínculos, apoyo y relaciones con otras personas en función de
nuestras propias elecciones. El problema es además el aislamiento al que nos
puede llevar esta soledad que no deseamos.
Según The Economist, la soledad se ha convertido en una “epidemia” en el
siglo XXI y tiene una biografía propia que va mutando, en función de las
particularidades a las que se va adaptando, fluctuando de acuerdo con el
género, la clase o la etnia, entre otros factores. Algunos estudios reconocen
que entre el 30 % y el 50 % de las personas encuestadas en Gran Bretaña y
Norteamérica se sienten solas. De hecho, la cuna del Brexit ha sido calificada como la «capital de la soledad de Europa».
En nuestra comunidad, ¿queremos
seguir transitando hacia este modelo? Yo, no. La soledad no deseada, además, tiene
profundas consecuencias para la salud mental, constituye uno de los grandes
retos a los que deberemos hacer frente. Después del COVID se ha convertido en
una plaga devastadora para la salud pública, el equivalente emocional de la
lepra. Al igual que esta enfermedad, se da a entender que la soledad es
contagiosa y debilitante, algo que hay que temer y evitar a toda costa. También
es aparentemente universal. Las criaturas más chicas se sienten solas, la
juventud se siente sola; las madres jóvenes, las personas divorciadas, viudas,
mayores, las que han perdido a un ser querido… Hay quien afirma que estamos en
pleno estallido de pánico moral.
Junto con la ideología neoliberal
y neoconservadora que impulsa modelos individualistas y egoicos, otros cambios profundos
se están produciendo desde el punto de vista social, económico y político que
han colocado a la soledad en primera línea de la conciencia popular y
gubernamental, y que incluyen el aumento del coste de la vivienda, la
inflación, la inmigración y el cambio de las estructuras socio familiares, así
como la política de laissez-faire. Ya
hemos comentado cómo Margaret Thatcher en los ochenta abandonó gradualmente las
ideas de sociedad y comunidad en favor de la de individuo. Al neoliberalismo se
le han achacado muchas cosas, entre ellas el rechazo de los valores colectivos
y la búsqueda —a cualquier precio— del engrandecimiento individual.
En este contexto de transformación
socioeconómica y política, existe un gran interés político por el coste
financiero de la enfermedad. La soledad se percibe como una carga nacional y
económica porque da lugar a una amplia gama de enfermedades emocionales y
físicas. El modelo neoliberal nos incita para que cada quien solucione sus
problemas por sí mismo. El sistema educativo se hace más brutalmente
competitivo año tras año. La inserción laboral es una batalla campal en la que
se enfrentan miles de personas hiper preparadas por un número cada vez menor de
puestos de trabajo. Los nuevos carceleros de la gente pobre atribuyen una culpa
individual a las circunstancias económicas y los interminables concursos
televisivos y las redes sociales alimentan unas esperanzas imposibles y nos
incitan al postureo y al retoque, como de manera muy inteligente y divertida diría
la gran Maui de Utrera[ii].
Si la soledad no deseada es
la epidemia del siglo XXI, frenar su propagación depende de la erradicación de
las condiciones que han permitido que arraigara. ¿Queremos seguir teniendo como
modelo social el de Inglaterra o de Estados Unidos? Hoy por hoy son los
referentes del modelo social neoliberal. El encargo es en Andalucía, que ya
existe un protocolo en la Junta de Andalucía de soledad no deseada[iii]. Algo se está moviendo
en nuestro modelo social mediterráneo y familiarista y me da la impresión de
que no vamos a un modelo nórdico o igualitario.
Ya Forges nos hablaba de la
era del “miedoceno”, una época en la que se destruyen los espacios colectivos,
los espacios de apoyo mutuo, tiempos de individuos aislados que compiten entre sí
convirtiéndose en islas, personas centradas en sus propias y exclusivas
circunstancias que ponen en juego actuaciones competitivas ligadas al “sálvese
quien pueda”, en una suerte de neoliberalismo que cada vez se va agrandando más.
Para Monbiot (2016)[iv], si la ruptura social no
se trata tan seriamente como los huesos rotos, es porque no podemos verla. En
los seres el contacto social reduce el dolor físico. Por eso nos abrazamos. El
afecto es un poderoso analgésico. Es por eso que hay que fomentar vínculos
sociales, relaciones con calidad que rompan la tendencia al individualismo y al
aislamiento. Necesitamos reconstruir espacios colectivos, reconstruir la buena
vecindad, la ciudadanía, fomentar el apoyo social y el apoyo mutuo como
dimensiones fundamentales y desarrollar programas de intervención social
adaptados y centrados en las personas.
Entiendo que imitar el
modelo anglosajón no es la solución, necesitamos propuestas más globales, más
revolucionarias, vientos de cambio que abracen. De todos los mandatos que el
sistema dominante nos va imponiendo, quizás éste es el más absurdo y peligroso.
O permanecemos juntas y juntos o nos hundiremos desde la soledad más indeseada.
Referencias:
Observatorio estatal de Soledad no Deseada: https://www.soledades.es/la-soledad-no-deseada
Referencia al libro “Una biografía de la Soledad”: https://wmagazin.com/relatos/por-que-la-soledad-no-deseada-se-ha-convertido-en-una-epidemia-en-todas-las-edades-y-como-combatirla/#una-biograf%c3%ada-de-la-soledad
[iii]
Protocolo sobre detección de soledad no deseada de la Junta de Andalucía:
https://www.juntadeandalucia.es/sites/default/files/2022-05/PROTOCOLO%20SOLEDAD%20NO%20DESEADA-1.pdf