Enrique Cobo
9 de febrero de 2021
Estamos en un momento especialmente difícil en el que están en juego muchos derechos individuales y colectivos, en el que nos estamos jugando que el futuro que construyamos solucione los problemas que la crisis financiera, económica, social y política del 2008, y la pandemia ahora, han puesto de manifiesto, o que por el contrario los agrave y profundice, que los dogmas del mercado-proveedor de bienestar se queden y sigan destruyéndonos, o que los sustituyamos por la cooperación y la corresponsabilidad internacional.
A grandes problemas es necesario oponer grandes soluciones, como dicen los autores del artículo titulado “Cooperación multilateral para la recuperación global”, cuyas firmas encabezan Merkel y Macron, “porque necesitamos una recuperación mundial que llegue a todos”, aseguran los firmantes, o para que “nadie quede atrás”, como dice nuestro gobierno. Es necesario tomar “las decisiones más ambiciosas para definir el futuro”, es necesario recuperar el espíritu y la letra de la Declaración del Milenio, de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, concretar y cumplir los compromisos universales del Acelerador del acceso a las herramientas contra la COVID-19, una plataforma internacional lanzada por la Organización Mundial de la Salud y el G20 en abril pasado. Es necesario sentar las bases para que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 26, noviembre de 2021, Glasgow) sea un cambio de modelo de gestión de la economía, respetuosa con nuestro medio vital y con la justa distribución de la riqueza. Debemos hacer realidad la promesa de proveer educación universal, organizar las relaciones internacionales basadas en la cooperación, el Estado de derecho y la acción colectiva, haciendo uso de los ámbitos de diálogo y oportunidades disponibles para avanzar con ideas claras hacia la solución de tan importantes desafíos como ahora afrontamos, consecuencia sobre todo de décadas de capitalismo y globalización, de las salvajadas del dios Mercado.
Estos objetivos, que pretenden construir otro sistema de producción y de reparto de la riqueza, en el que la internacionalización de las soluciones desde la cooperación sustituya a la competición salvaje a la que nos ha traído la dictadura de los mercados, es imprescindible que los compartamos, los reforcemos, los persigamos, para poder conseguir un mundo mejor tras esta importantísima crisis financiera, sanitaria, económica, social y política.
Pero mientras trabajamos por ayudamos a superar la peor recesión desde 1945, es necesario estar pendiente de los detalles más pequeños, de la satisfacción de derechos individuales y colectivos más cercanos, cuya satisfacción no depende solo de la llegada de grandes soluciones sino de cambios pequeños, factibles aquí, en España y ahora, cuando tenemos un gobierno progresista.
Voy a fijar la mirada en unos cuantos objetivos de dimensión apropiada para enfrentarlos aquí y ahora, sin pretensión omnicomprensiva pero a modo de ejemplos.
Por un lado vemos con perplejidad qué atención se da a los derechos de minorías que están “fuera del mercado”, como gitanos, discapacitados, ancianos, niños de cero a tres años, hambrientos, desnudos, desahuciados. Vemos con escandalo cómo los servicios que les damos son gestionados desde la iniciativa privada de iniciativas públicas, como por asunción de las que debieran ser prestaciones públicas. Tenemos que acabar de una vez con la gestión y la titularidad privada de los derechos más básicos de las minorías. Las instituciones públicas deben contar con residencias para todos los ancianos que las necesiten y sustituir a las privadas, concertadas o no; debemos contar con organismos públicos que sustituyan de manera permanente y eficaz a los “bancos de alimentos”, para que el derecho a alimentarse esté garantizado. ¡Que menos! Los servicios a prestar en los barrios marginales, mejor dicho marginados, no pueden seguir en manos privadas; los gitanos han de ser discriminados positivamente desde la acción específica y directa de las administraciones públicas y con el protagonismo de sus representantes, con el fin de su inserción total, del disfrute real de sus derechos incluido el derecho a la diferencia. Asimismo los niños de 0 a 3 años han de ser servidos en su proceso educativo desde colegios infantiles públicos y gratuitos.
Más pequeño aún: todos tienen que tener derecho a la salud buco-dental, y a los problemas de audición. Porque ahora solo podemos cuidarnos la boca y la sordera los que podemos pagarnos limpieza, implantes y puentes en nuestra dentadura y la audiometría y…¡ los audífonos!, que son fruta prohibida para casi todo el mundo. Hay que incluirlos en las prestaciones de la Seguridad Social.
Otro día hablaremos del derecho a la vivienda, al trabajo, de terminar con la discriminación de la mujer, de que la educación pública universal y gratuita haga prescindibles los conciertos con entidades privadas en la enseñanza y en la sanidad, del derecho de todos a la construcción de la ciudad, de la comarcalización y el municipalismo, del poder judicial, de la monarquía, de las clases de religión en las escuelas…, de otros asuntillos que tenemos pendientes. Siempre con propuestas, partiendo del suelo para alzar el vuelo.
A modo de base de la que partir: los servicios públicos, desde las instituciones públicas; y el pueblo, único soberano.
Lo pequeño es hermoso y el gran objetivo de cambiar la competición por la cooperación, los nacionalismos por la solidaridad internacional, son objetivos que tienen que caminar en paralelo.
Con una mano hacia el cielo y la otra en el suelo.