Enrique Cobo
23
de noviembre de 2021
¿Es sustento esencial de la democracia que el valor del voto de cada persona sea el mismo?
Me decía un alcalde de Motril que había muchos asuntos sobre los que podríamos coincidir, muchos más de lo que yo podría imaginar, pero que no creía posible que yo pensara que mi voto valiera lo mismo que el de un Lazarillo de Motril cualquiera.
Y el otro día, conversando con una amiga, trabajadora, culta y militante de una organización de izquierda, me decía que yo, si era sincero, no podía afirmar que el voto de un discapacitado debía tener el mismo valor que el mío.
Ahora me vuelvo a preguntar si en esta "democracia madura" lo que dice el artículo 1 de nuestra Constitución de que "La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado" es una afirmación retórica o una profunda convicción entre nosotros.
Sabemos que en entidades “de derecho público” como, por ejemplo, son las Comunidades de Regantes, cada uno de sus comuneros puede votar, pero que el peso del voto será proporcional a la superficie de tierras que riegue. En el mundo de la empresa las decisiones se toman dando por supuesto que es bueno que sean unos pocos, los propietarios, los que decidan. En las fuerzas armadas, en las policías, y en otras muchas instancias públicas y privadas, la democracia es un peligro a evitar. Asumido, socialmente asumido.
También es hoy cuando se nos predica que el Poder Judicial ha de proceder del estamento de los jueces, y sustraerlo tanto a la soberanía popular directa como a la derivada. Hoy, cuando damos por hecho que otros poderes reales que no son llamados “del Estado” pero que actúan en este y todos los Estados, como son el económico, el militar, el de la Iglesia o el de los “medios de comunicación”, han de tener independencia respecto a la soberanía popular que la Constitución afirma como sustento de nuestra democracia.
Hoy cualquier actuación democrática, popular, institucional, sobre “el mercado” es delito de “lesa humanidad”, un atentado a las libertades individuales, porque es el mercado el que ha de ser verdaderamente libre, pero ni tampoco los individuos cuyo conjunto formamos el pueblo soberano. En esas estamos.
En estas fechas estamos asistiendo a numerosos “cónclaves”, congresos les llamamos, de los partidos políticos en España, en los que estas organizaciones deciden cuáles hayan de ser sus objetivos a proponer y quiénes hayan de responsabilizarse en llevarlos a buen término - órganos de gobierno, ejecutivas o “comités” les llamamos.
Vemos con normalidad que tanto los contenidos programáticos como la composición de los órganos de gobierno son el resultado de la acción de unos pocos. El 99 % de los afiliados lo ignoran, incluso un porcentaje similar de los “delegados”. Nos explican que es “normal” e incluso deseable que así sea. La suma de las propuestas individuales, de las opiniones de cada uno de los afiliados, no son las que conforman los resultados finales. Y nos va pareciendo que es bueno porque es más efectivo, dado que, en realidad, lo de “una persona, un voto”, “un afiliado, un voto” no es un buen método.
No te digo el conocimiento que los ciudadanos tienen de lo que se ”somete a debate” o de las personas que se presentan a desempeñar responsabilidades en ”listas cerradas”, y para qué hablar de los caminos que se les facilitan para su participación activa.
En los partidos políticos no hay limitación de mandatos, ni en las instituciones ni en las responsabilidades internas. Tampoco hay incompatibilidades entre las funciones que un mismo individuo haya de desempeñar en la organización y en las instituciones públicas. De esta forma los partidos llegan a ser instrumentos al servicio de los gobiernos en lugar de ser los cauces por los que el pueblo soberano canaliza el ejercicio de algunos de sus poderes constitucionales.
Sabemos todos que en los partidos políticos en realidad las cosas no suceden como nos las cuentan. La realidad es que en el proceso de participación, tanto en la elaboración de las propuestas como en la selección de los candidatos a formar los órganos de dirección de TODOS LOS PARTIDOS, las cosas son decididas por unos pocos y nos las cuentan “como si” fueran decisiones basadas en la suma de las voluntades individuales e iguales de los afiliados. Lo que quiero destacar es que en su funcionamiento interno los partidos no consideran que sea un valor el ejercicio de la democracia por los militantes, que sea un objetivo que el poder resida en sus afiliados y, mucho menos, en el pueblo al que decimos servir. Por ejemplo: sería muy fácil votar telemáticamente, individualmente y en secreto para que el voto individual no estuviera condicionado, pero se sigue votando por delegación en “otros”, se opta por el voto de los delegados.
Todos los partidos políticos nos presentan la unidad en torno al líder como objetivo supremo para lo que, nos dicen, es poco aconsejable la democracia interna como expresión libre, individual y secreta, de las voluntades individuales. Se empeñan en presentar los procesos congresuales como transparentes y democráticos porque aún “queda bien” distanciarse del voto estamental, que es el que realmente se ejerce.
Los ciudadanos, al menos yo, estamos convencidos de que lo que pasa en los partidos son juegos de poder por ver qué grupo de personas “manda”, por las consecuencias que en los componentes tendrá, con lo que la confianza en la democracia sufre otro golpe duro.
De ahí que vamos restringiendo el principio general constitucional de la soberanía popular a circunscribir nuestra participación individual a votar a quienes “de aquella manera” nos proponen los aparatos de los partidos. Otro golpe.
Me parece que para cimentar sólidamente nuestra convivencia es imprescindible avanzar en la expresión libre de las voluntades individuales, también en los partidos políticos, para que la democracia de “una persona un voto” sea el sostén de nuestra comunidad.
Puedo comprender que a determinados estamentos de nuestra sociedad les parezca que lo de la soberanía popular sea un problema a combatir, pero también tengo la convicción de que para la mayoría de los ciudadanos la principal fuerza para construir el futuro es el ejercicio de la soberanía popular como resultado de la suma, no solo aritmética, de la voluntad expresada de cada persona.
Hoy es objetivo principal conseguir una mayor y mejor democracia. Tenemos que hacer valer el hecho de que nuestra principal fuerza para convivir en paz y progresando es la que se expresa con el igual valor por cada voto individual emitido libremente y en secreto.
Si bien es cierto que esa forma de expresión de la voluntad de un pueblo es predicable en muchas situaciones y en todos los grupos humanos en los que se haya de conformar un mismo objetivo, es imprescindible interiorizar como un valor principal la democracia interna en los partidos políticos progresistas, y es imprescindible y urgente su formalización más auténtica. Estamos viendo que lo que ocurre es que se prioriza la unidad, uniformada si fuera posible, sobre la democracia, en todos los partidos políticos, en España y fuera de España, y me parece que es de donde quizá provenga gran parte de sus debilidades.
Podíamos empezar por instaurar el voto individual y secreto para todo tipo de decisiones partidarias, las incompatibilidades entre responsabilidades institucionales y orgánicas y la limitación de mandatos en unas y otras responsabilidades, para evitar el inmovilismo, la instalación de individuos o grupos de individuos en los poderes reales, como forma de hacer valer con sinceridad lo de que la democracia empieza y se sustenta en que un voto emitido libremente por una persona tiene el mismo valor del que emita cualquiera otra.
Llego tarde, seguro. Como siempre.