Miguel Campillo Ortiz
12 de diciembre de 2023
Se hacen panegíricos sobre
el origen griego de la democracia (demos=pueblo
y kratos=poder) obviando que el demos no era más que esas capas privilegiadas
de la polis que tenían poder de
decisión (ciudadanos varones libres, propietarios... y elegibles para cargos
públicos. El demos formaba parte del laos, que designaba a toda la población
como unidad indivisible, indiferenciada social, económica, cultural e
ideológicamente, de la que también formaban parte las mujeres, los metecos (extranjeros), los menores de
edad, los esclavos, los campesinos pobres no propietarios, que no tenían
derecho a participar de la vida política. Del campo semántico del vocablo laos derivan laicismo y laicidad (éste
del francés laïcité).
La primavera de 2011 trajo a
España vientos de cambio justo. La población, el laos, especialmente la juventud, se echó a las calles y plazas
reclamando "¡Democracia Real YA!". “Nuestros sueños no caben en
vuestras urnas”, "No nos representan", "No somos mercancía de
políticos y banqueros", "Los políticos nos mean, los medios dicen que
llueve", "Lo llaman democracia y no lo es",
"¡Indígnate!" fueron algunos lemas de aquel movimiento social
denominado 15M. Y con aquellos vientos llegaron unas expectativas, quizá, tan
halagüeñas como tras la muerte del dictador Franco.
Si el epicentro de aquel movimiento en Madrid estaba en la Puerta del Sol, en Sevilla fue Las Setas (Pza. de la Encarnación) el lugar de reuniones y acampadas. Reuniones en las que se debatían los muy diversos temas que preocupaban a la población, entre los cuales rara vez se trataba la forma de Estado monárquica o republicana o la laicidad del mismo. Uno de aquellos días en Las Setas presencié un desagradable incidente: unos jóvenes increparon a un viejo luchador que portaba una bandera tricolor; si se proclamaba que “No nos representan” o que “Lo llaman democracia y no lo es", me parecía coherente que se rechazara la simbología de partidos y sindicatos, pero no la bandera republicana; entendí que tal actitud se explicaba, entre otras razones, porque identificaban dicha bandera con determinado partido e ideología. Incluso entre viejos republicanos, independientemente de la ideología partidaria de cada cual, es frecuente dicha identificación, como si el movimiento republicano laico hubiera surgido en 1931. De igual manera persiste aún (también entre republicanos) la errónea identificación entre laicismo y ateísmo. En aquella actitud del 15M está la motivación original para la organización del “Febrero Republicano. De la I a la III”.
Durante el verano de 2011
fui contactando con posibles conferenciantes y músicos, explicándoles la
“filosofía” de la iniciativa.
La asociación Europa Laica,
en la que estoy inscrito desde febrero de 2009, había decidido celebrar su
jornada anual, la VIII, en Sevilla. Para planificarla, Francisco Delgado Ruiz y
Manuel Navarro Lamolda, a la sazón presidente y vicepresidente de la
asociación, vinieron en octubre o noviembre a reunirse con el grupo local
Sevilla Laica. El acto se celebraría en la Facultad de Ciencias de la
Información de Sevilla el sábado 4 de febrero de 2012, donde el filósofo hispano-francés
Henri Peña-Ruiz, hijo de exiliados republicanos, escritor, catedrático del
Instituto de Estudios Políticos de París, que había sido miembro de la Comisión
Stasi para la aplicación del principio de laicidad en Francia, pronunciaría la
conferencia inaugural.
Pensé que sería interesante
que ese acto fuera el inicio de unas jornadas universitarias, y en aquella
reunión propuse que continuara el lunes 6 con un homenaje al republicanismo
laico del siglo XIX representado en el busto de Emilio Castelar (redactor del
proyecto de Constitución laica de la I República) situado en la calle Luis
Cernuda de los jardines de Cristina. Seguidamente, en la cercana Facultad de
Geografía e Historia empezarían dichas jornadas hasta el viernes 10 de febrero.
Como colofón, una fiesta en el parque del Alamillo, que comenzaría con una
marcha precedida de una batucada desde la Glorieta del general Riego hasta el
lugar del escenario. A aquella reunión llevé la relación de conferenciantes y
músicos que me habían confirmado su participación: César Tejedor de la Iglesia,
profesor de Filosofía y responsable de Formación de Europa Laica; el actor Francisco
Algora; Pura Sánchez Sánchez, profesora de Lengua y Literatura, escritora;
Francisco Espinosa Maestre, historiador; Dolores Pantoja Guerrero, crítica de
flamenco; José Luis Serrano, catedrático de Derecho Constitucional de la UGR;
Alfonso del Valle, cantautor; Manuel Gerena, Carmen Lara Trío, cantaora con un
curioso acompañamiento de guitarra y viola da gamba… Sevilla Laica contaba
entonces con un número exiguo de miembros, y la organización de la VIII Jornada
laicista anual y posterior asamblea de Europa Laica les tenía saturados de
trabajo. Además algunas personas no comprendían la relación
laicismo-republicanismo (¡!), por lo que declinaron su implicación en el
evento.
Alguien escribió: “Se lucha
por lo que se ama y se ama lo que se conoce”. El objetivo era llevar los
valores del laicismo republicano a los jóvenes universitarios y también republicanizar
a los laicistas y laicizar a los republicanos.
Hoy constatamos que la
instauración de la III República laica española o está ausente en los programas
electorales o, en algún caso, figura como un lejano objetivo a largo plazo. No
constituye una prioridad en las formaciones políticas con presencia
parlamentaria. Si es así es porque sólo una mínima parte de la población la
reclama, aunque una corta mayoría de los españoles (51 %) se declara partidaria
de un referéndum para decidir entre monarquía y república1. Cuarenta
años de franquismo nacional-católico genocida de republicanos y republicanas y
otros tantos de anestesiante restauración borbónica han convertido a la población
(súbditos) española si no en casi analfabeta política, sí en acomodaticios
votantes acríticos con la forma de Estado. Décadas inoculando sobre todo a
través de los medios de comunicación y del sistema de enseñanza perversas
asociaciones de ideas como república/quema
de iglesias; república/guerra civil;
república/caos; república/comunismo; laicismo/ateísmo,
etc., han sumido a la población (¿ciudadanía?) en el actual estado de apatía en
lo que a cuestionamiento de la forma de Estado se refiere. A ello ha
contribuido también, lamentablemente, una parte importante de la izquierda, patrimonializando
para sí los símbolos republicanos; utilizando a veces de forma oportunista para
sus fines partidistas al fragmentado y, por tanto, débil movimiento
republicano; hablando más de “la República” (la segunda), nostálgicamente, que
de republicanismo. Ser antifranquista no implica necesariamente ser republicano.
Se desprende de lo anterior
que el movimiento republicano tiene una tarea fundamental si quiere romper esas
nefastas asociaciones de ideas “causa/efecto”: la pedagógica. Dar a conocer los
valores, principios, historia e hitos del republicanismo laico español
(libertad; igualdad; fraternidad; derechos humanos; la universalidad de la
acción pública o, dicho de otra manera, el bien común como razón de ser del Estado;
la solidaridad; el pacifismo; el civismo, el respeto y cuidado del medio
natural…) tanto en sus aspectos teóricos como en sus plasmaciones prácticas
llevadas a cabo desde el siglo XIX por personas laicistas, y por tanto republicanas.
Porque no sólo no podemos olvidar, sino que debemos recordar y difundir que si
la Constitución (republicana y laica, no atea) de nuestra II República fue la
más avanzada en términos de Derechos Humanos, adelantándose en 17 años a la
legislación internacional, en gran medida se debe a la breve experiencia de la
I República y a republicanos y republicanas del siglo XIX como Francisco Giner
de los Ríos, Nicolás Salmerón, Emilio Castelar, Amalia Domingo Soler, Belén
Sárraga, Ángeles López de Ayala, Juan Ramón Jiménez, los Antonio Machado,
Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós…
Aunque esta lenta tarea de
“siembra” va dirigida a toda la ciudadanía, es a la juventud a la que debemos
dedicar mayor atención. Por eso era tan importante entrar en la universidad.