17
de mayo de 2024
Este
artículo fue publicado originalmente en el diario Público el 16 de mayo de 2024
El uso partidista que hace el Estado sionista de Israel del término antisemitismo es una estrategia rentable para seguir utilizando el victimismo como arma que censura cualquier mínima crítica a la barbarie que comete desde hace más de setenta años contra los palestinos inocentes, así como para chantajear a los sistemas políticos occidentales subyugados a las órdenes del gobierno de Tel-Aviv. Es el refugio que garantiza la cobertura jurídica y política para liquidar cualquier argumento que cuestiona su narrativa referente a la historia del pueblo judío, al sionismo o al Estado de Israel. Y al amparo del dominio del lobby sionista en Occidente el término se usa para proteger a Israel de cualquier responsabilidad y esconder la cruel ocupación de los territorios de Palestina, así como para justificar el genocidio de Gaza que se está llevando a cabo desde el mes de octubre de 2023. En definitiva, el antisemitismo se ha convertido en una espada amenazante en el cuello de los intelectuales, la prensa y los gobiernos para someterlos a la voluntad del sionismo.
Curiosamente, el concepto de antisemitismo no se conocía hasta finales del siglo XVIII, cuando por primera vez lo usa el historiador alemán August Ludwing Achlözer en 1781 en un estudio sobre los caldeos. Llama semitas a los pueblos del suroeste de Asia: acadios, babilonios, asirios, amoritas, arameos, cananeos, árabes y hebreos. La idea se toma del Antiguo Testamento que dice «Esta es la descendencia de los hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, a quienes les nacieron hijos después del diluvio» (Génesis, 10).
Si aceptamos esta clasificación, los árabes representarían una
amplia mayoría de los semitas y los hebreos -que no los judíos, una
simple minoría-. Difícilmente se puede considerar semitas, por lo tanto, a los
judíos europeos y estadounidenses, que se supone son de lengua hebrea, pues,
según su propia narrativa, fueron expulsados de Palestina en el año 70 d.C. por
los romanos. Durante estos largos siglos habrán perdido sus características
semíticas adquiriendo peculiaridades europeas por efectos geográficos,
ambientales, por mezclarse con los pueblos autóctonos y por convertirse
voluntaria u obligatoriamente a otras religiones. En consecuencia, no podemos
considerar a los judíos que actualmente ocupan Palestina semitas, porque son
ciudadanos de diferentes partes del mundo —Etiopía, Polonia, Argentina— que
fueron a esta tierra para colonizarla y expulsar a los autóctonos que habían
vivido allí desde hacía miles de años.
Más tarde, el historiador y orientalista Gottfried Eichhorn (1752-1827), también
alemán, difunde el vocablo en sus estudios e investigaciones. Los movimientos
nacionales judeo-sionistas se apoderaron del término semita pese a formar una pequeña
minoría de los grupos anteriormente mencionados. Se trata, por lo tanto,
de una manipulación histórica y geográfica porque la persecución de
los judíos no tiene lugar en las sociedades orientales donde se encuentra
Israel, sino en Occidente por el nazismo y por los reinos medievales en Europa.
En cambio, los judíos siempre gozaron de plenos derechos durante los
sucesivos gobiernos musulmanes y árabes. A finales del siglo XIII miles de judíos
europeos se vieron obligados a escapar de Europa por su persecución,
encontrando refugio en los países dominados por el Imperio Otomano. Fueron
recibidos en las ciudades turcas de Estambul y Esmirna, entre otras. Y cuando
los Reyes Católicos expulsaron en 1492 a los judíos de la Península Ibérica, la
mayoría se fueron a los países del Norte de África, como Marruecos y Túnez.
Y de nuevo, a raíz del ataque
de Hamas a Israel el 7 de octubre de 2023, los líderes israelíes vuelven a
insistir en su retahíla de mezclar los conceptos antisemitismo y anti-sionismo
para cerrar las bocas de los que rechazan la salvaje campaña militar contra
Gaza y el crimen de genocidio que está cometiendo asesinando a más de 35.000
palestinos. En este sentido, el Congreso estadounidense publicó un decreto que
afirma que el antisionismo es lo mismo que el antisemitismo.
Lo semítico, como se ha visto antes, se
refiere a un grupo de lenguas, entre ellas el árabe y el hebreo, no apuntando hacia
ninguna fe, ninguna religión, ni el judaísmo ni el islam. Esta confusión, creada de
forma deliberada, beneficia al Estado de Israel y sus aliados, que han decretado normas y
leyes persiguiendo y castigando a cualquiera que critique al Estado de Israel
con el falaz argumento del antisemitismo. Es de sobra conocido el caso del
filósofo y político francés Roger Garudy, que tras publicar Los mitos fundadores de la política
israelí en 1995 fue acusado de antisemita y condenado por la justicia
francesa a seis meses de cárcel que no llegó a cumplir por su avanzada edad. En
Europa y en Estados Unidos cientos de periodistas han sido llevados a los tribunales con la
misma acusación por cuestionar la política de Israel hacia los
palestinos.
El genocidio que el Estado de Israel está
cometiendo en Gaza y la violación de los derechos políticos, económicos,
sociales y culturales de los palestinos está minando lo conseguido durante
décadas de victimismo judeo-sionista. El nuevo marco de movilizaciones populares en todo el mundo está dejando al descubierto la
verdadera agenda de Israel pese a su propaganda, que pretende acusar a los palestinos de
terroristas, y pese a sus grandes aparatos mediáticos desplegados en Europa y
en Estados Unidos. Los israelíes no consiguen convencer a la opinión pública de
que ellos tienen derecho a defenderse porque las víctimas de la masacre
cometida hasta ahora son varias decenas de miles de civiles de inocentes, la
mayoría de ellos son mujeres y niños.
Según muchos políticos y la
mayoría de los medios de información occidentales, los universitarios que están
protestando por el genocidio de Gaza se posicionan en favor del antisemitismo.
Tal chantaje es empleado por Israel desde hace ocho décadas para justificar su
racismo, sus crímenes y su discriminación hacia los palestinos. El gran
beneficiario de esta situación es el gobierno ultraconservador de Israel y su
líder, Netanyahu. Las protestas estudiantiles reivindican tres cosas: detener
el genocidio de Gaza, suspender la colaboración militar y económica con el
gobierno israelí, incluida la colaboración con las universidades de este país,
y, por último, la creación y el reconocimiento del Estado palestino. Ninguna de las exigencias anteriores
pide el desmantelamiento o el final del Estado de Israel, como
pretenden algunos de los líderes israelíes. Una encuesta de opinión realizada
por Brookings en Washington en noviembre de 2023 demuestra que existe una clara
diferencia entre los encuestados según sus edades en cuanto a la visión que
tienen sobre Israel y Palestina. Los mayores tienden a apoyar a Israel, frente
a la postura de los jóvenes nacidos a finales del pasado milenio y la
generación Z, que apoyan mayoritariamente a Palestina.
Conviene saber que el sionismo como ideología
política internacional fundada por Herzl a finales del siglo XIX y consideraba
al ser judío un elemento de inquietud y rebeldía dentro de las sociedades
europeas, incapaz de vivir con otros pueblos. El fundador de sionismo expresó
estas opiniones en sus cartas a los gobernantes europeos para convencerlos de
la creación de un Estado judío no necesariamente en Palestina, ya que proponía
también Guinea (colonia inglesa del momento) en África y la Patagonia en
Argentina.
Israel y sus aliados deben comprender que
reclamar un Estado palestino, exigir libertad y dignidad para pueblo palestino
y pedir responsabilidad jurídica
y política a los líderes israelíes no es un acto de odio a los judíos, y no deben caer en la falsa
tesis del antisemitismo, sino que se trata de un acto de justicia que está
tardando en llegar. El concepto de antisemitismo es una burla a la inteligencia
humana que pretende desviar la atención de la opinión pública de la política
inmoral y criminal de Israel en Palestina. Exigir a Israel que cumpla las
disposiciones de la ONU en cuanto al derecho internacional es parte esencial de
la libertad de expresión y no representa en caso alguno ningún odio hacia
ningún pueblo; la narrativa israelí del antisemitismo solo puede convencer a
los malintencionados.