Pedro Ándrés González Ruiz, autor del blog Criticonomia
22
de noviembre de 2024
Desde
hace años, en los países capitalistas, más concretamente en España, se viene
hablando de la crisis de la izquierda. Hasta el punto de cuestionarse la propia
identidad.
Si
queremos enfrentar con garantías la situación en la práctica de la izquierda no
tenemos más remedio que pensarlo, expresarlo y discutirlo; volver a la teoría.
Y dejar de elaborar apretados calendarios de movilizaciones o actos, por no
hablar de estrujar el potencial electoral mediante coaliciones, que pongan
nuestra atención donde no está el problema.
Numerosas
son las formas que adquiere esta crisis: fraccionamiento en partidos, escasas
adhesión de la ciudadanía, separación de la clase obrera, vaivén electoral, la
errática política de alianzas, malas soluciones de las discrepancias internas y
externas, las incoherencias personales, incluso en lo programático la cosa no
está bien, y un largo etcétera.
La
cuestión, más allá de las formas, es ver las causas, descubrir el contenido. En
esto contamos con la ayuda de Marx; hay que partir de la reproducción del
capital y la conciencia que de ella emana.
Así,
bajo la forma de la acumulación y la valorización, la reproducción capitalista
implica el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo en la sociedad;
expandiéndose la producción, el consumo, el cambio, la ciencia, la técnica,
entre otras formas de aquellas fuerzas.
Aquellas
formas del proceso de vida social (la expansión sin límites del valor que se
valoriza) se expresa como una particular manera de organización en las cabezas
de los órganos individuales del cuerpo social (los individuos), la conciencia
libremente enajenada en el capital. Esta conciencia enajenada bajo la forma de
la libertad (individual), la igualdad (mercantil), la propiedad (privada) y la
utilidad (egoísmo), que dirá Marx, naturaliza y eterniza el orden social
capitalista.
Sin
embargo, la reproducción capitalista, a la vez que desarrolla incesantemente
las fuerzas productivas del trabajo, conlleva el antagonismo de las clases
(capitalista y obrera) y su lucha, que se expresa de diversas formas: guerras,
desastres ecológicos, explotación laboral, desigualdades sociales y un largo
etcétera de contradicciones. Estos “problemas”, consustanciales a la sociedad
capitalista, son la base material de una voluntad de cambio que puede alcanzar
una mayor o menor conciencia de que ello termina pasando por la superación del
propio capitalismo. La expresión política de esta voluntad de cambio es a lo
que denomino izquierda.
Para
superar esta contradicción, de modo que la acción de la izquierda conduzca a la
realización plena de la conciencia transformadora, es requisito desarrollar su
contenido crítico.
La
crítica debe pasar de ser una crítica de las formas (formal) a ser una crítica
de los contenidos (radical). Esto, en las sociedades capitalistas, significa
vincular los fenómenos al movimiento del capital; por tanto, empezar a mirar
los fenómenos, todos (los de fuera y los de dentro, de la izquierda) siguiendo
la senda de la Crítica de la Economía Política, que inaugurara Karl Marx.
Un
ejemplo, por si aclara lo que pretendo decir. Denunciar la pobreza en el
capitalismo sin plantearse salir del capitalismo, no solo es una tarea sisífica,
sino que termina convirtiendo la pretendida redistribución capitalista de la
riqueza en caridad; y da igual que intervenga el Estado, bajo la pretensión de
un derecho y un deber ciudadanos, sería caridad estatal o imposición, según el
punto de vista. Es más, con ser un avance la intervención del Estado, si ésta
se ve como solución definitiva (renunciando a una sociedad donde se resuelva la
pobreza), convertimos al Estado en un fetiche, y la conciencia sigue enajenada,
ahora no en el capital sino en el Estado (que en el capitalismo es una forma
del capital). La crítica radical implica vincular la pobreza al capitalismo y
la solución definitiva a la superación del modo de producción capitalista, y
ello no excluye las formas intermedias de avanzar.
En
cualquier caso, trascender de la crítica de las formas a la crítica de la raíz
nos remite al conocimiento objetivo y al método de conocimiento.
La
izquierda, para desarrollar su carácter crítico, necesita pasar del
conocimiento de las formas al conocimiento de los contenidos; debe mirar más
allá de la apariencia y descubrir la esencia, o sea dotarse del conocimiento
objetivo de la realidad. Por ello, ha de cuestionar y someter a crítica los
saberes, a veces pretendidamente científicos, que se quedan en las formas y
niegan sus contenidos, justificando el orden existente, negando su
transformación y abocando a la izquierda a la incapacidad para realizar su
conciencia transformadora, o sea condenándola al fracaso.
Pero
la obtención de este conocimiento objetivo requiere un método. La crítica
radical implica descubrir el contenido tras la forma en que se presenta la
realidad. En consecuencia, el método que hace posible tal crítica ha de
distinguir la forma del contenido, en primer lugar, y no identificarlos como
hace la lógica. En segundo lugar, el método ha de explicar la transformación,
cuestión que niega, en su afán inmovilista, la lógica. En otro lado, véase mi
blog Criticonomia, me he referido a
la diferencia entre los métodos lógico y dialéctico.
Tal
método, hasta donde conozco, es la dialéctica materialista que permite
apropiarse idealmente la realidad mediante la reproducción en el pensamiento de
su necesidad (contenido). Así, la dialéctica, proporciona el conocimiento de
las causas de la realidad, el conocimiento objetivo.
A
partir de ahí, en mi opinión, apalancando la voluntad de cambio con el
conocimiento objetivo que proporciona el método dialéctico, la izquierda debe
plantearse qué conciencia portada por qué sujeto ha de regir qué acción como
forma necesaria de la superación del capitalismo.