Vientos de Cambio Justo

domingo, 7 de enero de 2024

RESTAURAR


Antonio Aguilera Nieves

9 de enero de 2024

Hace demasiado tiempo que el verbo conservar, aplicado a los ecosistemas naturales, no es suficiente. La incesante presión demográfica, orgánica, económica, ha convertido la red de espacios protegidos en islas acorraladas que van exprimiéndose a ritmo acelerado. Lo que queda fuera de la protección legal está siendo dañado sin posibilidad de reversión en demasiados casos. Véase que el territorio asociado al manejo agrario es el que mayor deterioro global y pérdida de biodiversidad ha tenido en los últimos años.

La sensación de inacción es palpable. Los resultados de las investigaciones lo constatan, las reclamaciones y denuncias sociales son reiteradas. La presión sobre el medio sigue aumentando su intensidad, la salud de nuestra tierra, que es la nuestra, empeora a un ritmo demasiado rápido. No debemos engañarnos, en el caso de Doñana, el gobierno andaluz no hubiese reaccionado de no haber sido por la presión social e internacional, sin el aporte de dinero llegado desde el Estado. Aún quedan muchas dudas de que logremos encontrar soluciones a largo plazo para esta emblemática comarca.

En otros casos, la inacción llega a la categoría de omisión de la responsabilidad pública de salvaguardar el patrimonio público. Es el caso, por ejemplo, de La Janda. El gobierno andaluz, más allá de ponerse de lado, no asume la responsabilidad de reclamar como propio un espacio que es público y que se encuentra ahora, ilegítimamente, en manos privadas. En su último informe, el ejecutivo andaluz protege a los que están haciendo un uso privativo del suelo público, haciendo caso omiso de los llamamientos, las denuncias, las pruebas.

Es de justicia que se recupere La Laguna de La Janda, el humedal interior más importante de la Península Ibérica. Sería un hito mayúsculo la recuperación de este espacio del sur de Cádiz, que realizaría una función crucial en toda la dinámica de vida que conecta el Paleártico superior con el continente africano. Su ubicación estratégica en el paso migratorio, el clima benigno, la riqueza del suelo hizo que siempre fuese un enclave privilegiado, valiosísimo. Así lo constata la historia hasta la fatal decisión que llevó a su desecación hace unos sesenta años.

Recuperar la Laguna de La Janda es posible, es viable, es rentable, es necesario. La Unión Europea ha dedicado esta década a la restauración de ecosistemas, conscientes de que es el único camino para recuperar los equilibrios naturales, es la única opción para garantizar la calidad de vida, que es la nuestra propia, en los próximos lustros. Europa lleva cuatro años poniendo el énfasis en la necesidad de restaurar y la noticia parece no haber llegado a los despachos del gobierno andaluz.

En materia de conservación se hizo un gran trabajo normativo en la década de los ochenta que se consolidó en los noventa, pero de todo aquello hacen ya la friolera de treinta años. Ha pasado toda una vida de aquellos planteamientos. La realidad hoy es muy distinta. Están constatados los efectos negativos del cambio climático en Andalucía. Estamos modificando nuestro sistema energético, abordando una ineludible transición hídrica. El despoblamiento del interior de Andalucia es una grave enfermedad que se está viendo agravada por la industrialización de la agricultura y la ganadería. En la costa, suenan tambores de reconversión pesquera, nuestro valioso litoral requiere atención.

Todo esto pasa, y parece que los que tienen la responsabilidad no se enteran. A remolque, poniendo parches y estrujándose la cabeza cada año para ver qué titular puede encontrarse para la obligada visita a la cumbre del clima. Se siente una honda tristeza cuando el cortoplacismo y la miopía ocupan lugares preferentes en la acción de gobierno. Ahoga la preocupación cuando se siente que estamos cometiendo una gravísima irresponsabilidad intergeneracional.

Lo cierto es que no estamos haciendo nada. Más aún, en los últimos años se ha hecho desaparecer la Consejería de Medio Ambiente, se han arrinconado los órganos de trabajo y los presupuestos dedicados a la mitigación y adaptación al cambio climático, no se declara la emergencia climática, se hace boca ancha con la urbanización, los macroproyectos energéticos, la minería, la agricultura y ganadería industrial. Y mientras tanto, echamos las culpas a entes abstractos de los incendios, la sequía, la desaparición de especies, la desecación de humedales.

Tenemos que refrescar el verbo conservar, hacerlo transitivo y ligarlo a la restauración. Entender que es válido, fuerte y consistente el concepto de One Health, de Salud Global. Que, en la medida en que el espacio en el que vivamos esté fuerte y saludable, nos hará bien y será fuente de nuestra propia salud.

Nunca como hasta ahora hemos tenido tanta información, tanto conocimiento ni tanta preparación. Debemos utilizarla para comprender las señales, entender los síntomas: más no es mejor. El crecimiento es una carrera sin final feliz. La polarización del poder y la riqueza genera una desigualdad que acaba enseñando sus efectos nocivos donde menos los esperamos. Dice Mike Lynch-White, físico teórico, miembro de Scientist Rebellion encarcelado en el centro penitenciario HMP Lewes en Sussex del Este por sus protestas contra la inacción climática: “Lo que más me preocupa del cambio climático es LA COMIDA. No los fenómenos meteorológicos extremos, las inundaciones ni las olas de calor. Lo malo es cuando no tengamos comida, ahí se pondrá muy feo. Estamos viendo claramente el inicio de eso. La gente piensa que esto va a pasar de forma gradual, pero no funciona así. Cuanto peor se ponga la situación, empeorará más rápidamente”.

Así es. Sabemos, todos tenemos entendido, que el sistema está globalmente conectado. En la medida en que formamos parte de este, todos somos agravantes o mitigadores, parte del problema o de la solución. Es la hora de sacar a Andalucía del rincón de la conservación, de calmar la conciencia simplemente con una nueva declaración de espacio natural protegido.

El tiempo juega en contra si no hacemos nada. Ha llegado el momento de desplegar auténticas medidas de gestión del territorio que pasan por un manejo sostenible del espacio agrario, asumiendo que será necesario disminuir el número de hectáreas de regadío, recuperar la ganadería extensiva, la pesca artesanal en el litoral, aplicar técnicas sostenibles mediante una decidida ampliación de la agricultura y ganadería ecológica. Y que pasan, no por atrincherar los espacios naturales, sino expandirlos, abordando la restauración de ecosistemas mediante la acción pública y la colaboración público-privada con técnicas como la custodia del territorio.

En un mundo de iconos y símbolos es muy importante poner hitos. Empecemos en 2024 por restaurar la Laguna de La Janda. Se convertiría sin duda en una referencia, en un punto de inflexión. El indicador que diría a los cuatro vientos que estamos entendiendo la realidad en la que estamos inmersos.