Pedro Moreno Aguilar
22 de octubre de 2024
Los grandes crímenes contra la humanidad
se han sustentado desde siempre sobre tres pilares que son los que los hacen
posibles: la impunidad que les confiere la situación
internacional (el apoyo incondicional de las antiguas potencias coloniales
europeas al régimen genocida del momento); la apariencia de legalidad (de
ahí la insistencia de todos los gobiernos cómplices en un supuesto derecho a
defenderse del régimen israelí); y la indiferencia moral de
grandes sectores de la población.
Una campaña insidiosa de desinformación
intenta que la opinión pública andaluza perciba el mayor crimen de masas
contemporáneo como un suceso brutal pero ajeno y lejano. Lo que en los juicios
de Núremberg se llamó «la desconexión moral» de la población.
Se trata de una apariencia falsa. Las
operaciones de exterminio masivo nos conciernen a todos, nos afectan a todos y
no solo por razones humanitarias.
Parte de la munición que se está disparando en estos momentos contra la población civil de la Franja de Gaza, y también en Cisjordania y en el Líbano, está fabricada en suelo español a través de la empresa alemana Rheinmetall que ha comprado desde el inicio del genocidio varias empresas en nuestro país (para dificultar probablemente la trazabilidad del comercio de armas). Y el Ministerio de Defensa, sin ir más lejos, formalizó dos acuerdos con empresas contratistas del Ejército de Israel durante el mes de agosto pasado. A estas alturas del genocidio cabe preguntarse cuál es nuestra responsabilidad en el asesinato de tantos niños y de cuánto sufrimiento somos en parte responsables.
También nos afecta en la pérdida paulatina
de libertades. Como en otras ocasiones históricas, similares a esta, las élites
dirigentes involucradas en el crimen están inclinándose por imponer regímenes
autoritarios en sus propios países, incapaces de controlar una opinión pública
cada vez más crítica con las políticas belicistas en curso. Como dijo un actor
teatral, si el empresario no ve suficientemente rentables las representaciones
apaga las luces y un día cualquiera se lleva las butacas, otro las cortinas, y
por fin el telón, dejando ver al desnudo el muro de ladrillos agujereados que
ocultaba el escenario. Así con la democracia.
Las invasiones y los crímenes en masa de
nuestra época no los podemos considerar como catástrofes naturales. En las
operaciones militares, en los bombardeos, en las masacres, hay siempre
responsables, colaboradores y cómplices. Y nuestro país tiene sus
responsabilidades. Sus dirigentes por supuesto, pero también la sociedad civil.
El primer pilar. La impunidad.
Las numerosas manifestaciones habidas
hasta ahora no han logrado forzar a nuestras instituciones a adoptar medidas
eficaces para romper la impunidad («el primer pilar») con la que se está
cometiendo el genocidio. No han conseguido forzar al gobierno a romper las
relaciones económicas, diplomáticas y de comercio de armas con el régimen
israelí. Aunque sin duda alguna es la presión popular en las calles la que ha
forzado las recientes declaraciones del presidente del Gobierno (apoyado por
Irlanda y Portugal) a favor de denunciar las relaciones preferentes de la UE
con Israel para lograr un alto el fuego en Gaza.
El segundo pilar. La apariencia de
legalidad.
Pero creemos que sí, que han conseguido
debilitar la pretensión de nuestros gobernantes de convencernos de la
existencia de un supuesto derecho a la defensa del régimen genocida («el
segundo pilar»), de que consideremos el genocidio como una respuesta
desproporcionada pero legítima del régimen israelí. De desmontar la campaña para
dotar de apariencia de legalidad internacional lo que es tan sólo un monstruoso
crimen de masas. Pensamos que a estas alturas la población tiene claro que sólo
los oprimidos y los pueblos ocupados tienen derecho a defenderse según el
derecho internacional (y el sentido común) y que los ocupantes lo que tienen es
la obligación de retirarse.
Junto a las manifestaciones, pensamos que
las numerosas conferencias, mesas redondas y actos informativos que se han ido
organizando han logrado aclarar la naturaleza del conflicto a pesar de una
propaganda de decenios de ocultamiento de la verdadera naturaleza colonial del
experimento israelí. De un proyecto anglosajón (u «occidental» como se dice
ahora), de creación de una colonia de sustitución de población en el corazón
del mundo árabe. Un proyecto colonial de limpieza étnica y repoblación de la
zona con colonos europeos.
O para decirlo con palabras de Alexandre
Haig, ministro de Exteriores (ellos dicen «Secretario de Estado») de Ronald
Reagan, allá por los años ochenta: «Israel es el más grande de los portaaviones
estadounidenses, es insumergible, no lleva ningún soldado americano y está
situado en una región crucial para la seguridad nacional de los EEUU». El ideal
por tanto del intervencionismo colonial.
El genocidio por etapas
Durante decenios el movimiento
internacional de solidaridad con Palestina y los propios palestinos no
utilizaron la palabra genocidio para describir la política de terror, de
limpieza étnica y de asesinatos del régimen israelí. Les parecía que hubiera
supuesto una banalización de la palabra utilizada en más de una ocasión
inadecuadamente en los medios de comunicación para describir asesinatos múltiples
o masacres cometidas en otros lugares. La palabra genocidio debía reservarse
para ser empleada con precisión para describir la intencionalidad de hacer
desaparecer un grupo humano o su cultura (todo genocidio lleva implícito un
etnocidio cultural) independientemente del número de muertos. Fue precisamente
un historiador israelí, Ilan Pappé, actualmente autoexiliado en Inglaterra, el
primero que la utilizó para referirse a la política colonial israelí
describiéndola como un «genocidio por etapas».
El «genocidio por etapas» no sólo se
refiere a la intención de exterminar a todo un pueblo, sino también a su
planificación progresiva desde hace muchos años y llevada a la práctica por
fases estudiadas con antelación. Exactamente desde la ocupación militar inglesa.
Palestina lleva bajo ocupación militar
desde 1918, desde que las tropas del general Allenby ocuparan las ciudades de
Gaza, Jaffa (actual Tel Aviv), Haifa y Jerusalén (en diciembre de 1917). Y
desde entonces han ido sucediéndose episodios de matanzas, expulsiones
forzadas, y colonización con judíos europeos en un proceso continuo en el que
pueden destacarse algunos momentos en los que el «genocidio por etapas» alcanzó
su máxima intensidad.
El primero fue en 1936, como respuesta a
una huelga general convocada en toda Palestina en protesta por la llegada
continua de colonos, y su instalación en tierras de cultivo de donde echaban a
los agricultores autóctonos. El ejército británico reprimió el movimiento de
protesta con miles de asesinatos y arrestos de dirigentes palestinos. De
entonces viene la presencia de grandes núcleos de exiliados durante los años
treinta en el extranjero, y especialmente en América Latina.
La segunda etapa fue la previa a la
declaración del Estado israelí en 1948, que fue precedida por la expulsión de
cerca de los dos tercios de la población palestina de aquellos años. Expulsión
conseguida mediante el terror y los asesinatos de masa en pueblos y aldeas de
lo que hoy es Israel.
La tercera etapa, en 1956, coincidió con
la «crisis del canal de Suez», cuando Francia e Inglaterra le pidieron a Israel
que participara en la «reconquista» del canal recién nacionalizado por Nasser,
ocupando militarmente la orilla derecha del canal. El régimen aprovechó la
crisis para entrar en Gaza, entonces bajo soberanía egipcia, y matar a miles de
palestinos desplazados allí desde 1948.
La cuarta etapa es la conocida como
«guerra de los seis días», en 1967. Tras la destrucción en pocos minutos de la
aviación egipcia, la continuación de la guerra parecía innecesaria. Podría
haberse llamado la guerra de los treinta minutos, que fueron los que duró el
bombardeo por sorpresa de las pistas donde estaban alineados los aviones
egipcios (que no tenían hangares ni búnkeres para resguardarlos). Si duró seis
días es porque fue el tiempo que necesitaron los israelíes para ocupar y
desplazar a toda la población del valle del Jordán (350.000 personas, salvo los
habitantes de dos ciudades del sur, Hebrón y Jericó, convertidas en guetos
palestinos).Y la ocupación militar de Cisjordania, Gaza, la península del Sinaí
y los Altos del Golán sirio.
La quinta etapa es conocida como «primera
intifada», el amotinamiento de la población ocupada de Cisjordania, desesperada
por los ultrajes del ejército de ocupación, a la que siguió una represión
feroz.
Vino luego la represión de la «segunda
intifada», el fin de los acuerdos de Oslo con los bombardeos de las
infraestructuras de la recién creada autoridad palestina, el sitio y muerte de
Arafat en la Mukata, el sitio medieval por tierra, mar y aire de la franja de
Gaza tras la victoria electoral del partido político Hamás, los sucesivos
bombardeos sobre la ciudad de Gaza y los campos de refugiados aledaños de 2009,
2012, 2014, etc., hasta la decisión final de «terminar la tarea» emprendida en
1918, y terminar con toda la población autóctona, que es la etapa «final», la
que estamos viviendo.
Por medio quedan las sucesivas invasiones
del sur del Líbano (hasta Beirut), y las matanzas y desplazamientos forzados de
los campos de refugiados palestinos y de población libanesa musulmana (solo la
musulmana, no a los drusos ni a los cristianos maronitas).
Todo esto pensamos que va quedando claro y
que la población rechaza cada vez más explicaciones surrealistas como las de
los dos pueblos condenados a no entenderse por aspirar al mismo territorio, o
por supuestas maldiciones bíblicas de los descendientes de Jacob y de sus
hermanos, y zarandajas por el estilo.
El tercer pilar. La desconexión moral.
Queda la lucha por desmontar la perfidia
del tercer pilar, de impedir que ganen la batalla por el control de las mentes,
que logren convencernos de la lejanía de unos hechos luctuosos, pero de
consecuencias ajenas a nuestra vida diaria. De cloroformizar a la gente, de
neutralizar su indignación. De desconectarla moralmente de los acontecimientos
en Oriente Próximo.
La eficacia de los mecanismos utilizados,
la instrumentalización de prácticamente todos los medios de comunicación, las
técnicas de control mental y psicológicas experimentadas en los últimos
decenios, son un desafío a nuestra capacidad de imaginar la manera de librarnos
de esta amenaza totalitaria.
Es una apariencia falsa y paralizante. La
cantidad de instrumentos, de técnicas, de mecanismos, de dinero puestos en
juego demuestran precisamente su debilidad en este terreno y su temor a
perderlo. La irrupción paulatina en las movilizaciones contra el genocidio de
otros movimientos sociales y de sindicatos hasta ahora callados, como la
reciente convocatoria de una huelga general contra el genocidio, presagian la
creciente generalización entre la población de un movimiento contra la
participación en las guerras neocoloniales de los EEUU y sus países satélites y
de defensa de los pueblos oprimidos.