Enrique Cobo
25 de
febrero de 2025
En este inmenso escenario en
que hemos convertido a La Tierra se representa la vida real, que no tiene por
qué parecerse a la vida narrada. Sucede al revés que se nos ha dicho: que la
vida es lo real vivido y que la obra de teatro es una verdad fingida. Pero en
este escenario del día a día lo que nos decimos es la ficción y lo que vivimos
es la realidad.
Escribimos Declaraciones
Universales de Derechos Humanos como si fueran nuestra esencia, nuestra
realidad más radical. Y la vida, la realidad, se nos muestra como el envés de
lo que escribimos, como todo lo contrario.
Decimos, por ejemplo, que cada persona nace libre, que la libertad forma parte de la esencia de todas y cada una de las personas, pero la vida nos muestra con total nitidez que unos desde que nacen tienen derecho a casi todo y otros a casi nada.
Se nos dice, se escribe, que
somos una sola humanidad, un solo pueblo, que nuestro destino es común, igual
para todos, y que la democracia es la capacidad de ese pueblo para decidir lo
que desea y lo que quiere hacer para conseguirlo; se nos dice que las gentes de
ese conjunto se organizan para conseguirlo en comunidades pequeñas que solemos
llamar Estados en los que se concretan los pasos a seguir para hacer realidad
el disfrute de las aspiraciones comunes con otros pueblos. Se nos dice que la humanidad es una sola pero
la realidad es que la humanidad no existe como sujeto activo de su historia,
aunque sí soporte las decisiones de unos pocos.
Se escribe, se nos cuenta lo
que no existe, se representa lo fingido. La democracia es una ficción, es lo
que se nos cuenta. La realidad, la vida, es que quienes deciden sobre la vida
de toda la humanidad son unos pocos. La democracia se nos cuenta, se representa;
la tiranía es la vida real.
Un escenario: EE.UU. Un país
prototipo de un sistema en que la libertad se vive como la capacidad de cada
persona para conseguir lo que quiere y puede. Querer y poder es un todo indivisible, es la definición de libertad.
La ficción consiste en decirnos que todos tienen la misma libertad desde su
nacimiento hasta su muerte. Derechos y capacidad para ejercerlos es la
definición de la realidad. Pero los derechos sin capacidad para ejercerlos es
una ficción, es un teatro.
En el gran teatro del mundo se
representa una tragicomedia. En uno de sus episodios más famosos se expresa lo
que ha venido en llamarse Declaración
Universal de los Derechos Humanos. En la ficción, en el texto de la gran
obra que se representa en el Gran Teatro del Mundo, se dice una y otra vez que
la democracia es el caldo de cultivo para el ejercicio de todos los derechos de
todos los seres humanos. En la realidad,
en la experiencia de cada día, se puede contemplar que los alimentos, los
productos naturales, los minerales, las gentes, vamos y venimos dentro y fuera
de nuestro país porque alguien impone que así sea y ese alguien nunca es
alguien que hayamos elegido, sobre el que tengamos poder. La realidad es que la
satisfacción de los deseos o necesidades más básicos de los ciudadanos está a
expensas de lo que hagan o digan otras personas distintas a sus representantes
elegidos. La ficción, el texto de la obra teatral, siempre dice que su país es
un país democrático y así vamos aprendiendo experimentalmente que democracia no
significa soberanía popular, que democracia no es sinónimo de acordar en comunidad
hacer realidad la satisfacción de los derechos llamados de todos y de cada uno.
Democracia y libertad es un conjunto, se nos dice, pero todos sabemos que la
realidad es otra. Lo sabemos, pero nos gusta el teatro, fingir para poder soñar
y además hemos aprendido que ellos quieren que confundamos la realidad con lo
que escribimos. Pero nosotros ya sabemos que no se parecen en nada. Donde ellos
dicen libertad nosotros decimos justicia, donde ellos dicen paz nosotros
decimos libertad. Hemos aprendido que para vivir no tenemos que confundir lo
vivo con lo pintado, pero que tenemos que soñar y decirnos lo soñado para poder
llegar a que se parezcan.
Vamos sabiendo que querer y poder no es un
asunto puramente individual y que el Estado está para posibilitar ese ejercicio
individual de libertad que cada cual consiga tener, pero no para hacer realidad
el ejercicio de los derechos universales. La realidad es un Estado de la libertad para
todos los que pueden “ser libres” y esclavizante para todos los que no les da
la vida para ejercer de personas.
La realidad es que tener es
mejor que no tener, es que para conseguir algo de lo necesario hay que sacrificarlo
todo. Tener cosas, tener armas, tener poder para usarlas, tener capacidad para
condicionar la conducta de los otros es mejor que sufrir las consecuencias de
no tener cosas, armas, poder y moral. Todo ha de subordinarse a tener el máximo
de libertad personal caiga lo que tenga que caer y quien tenga que caer.
La ficción, el sueño, la gran
obra a representar en el gran teatro del mundo es escenificar cómo sería la
vida si el disfrute de los llamados derechos humanos fuera una realidad, de
cómo sería un mundo sin armas, de cómo la alegría surgiría del cooperar y de
compartir, de cómo la libertad se disfruta más ligero de equipaje, semidesnudo,
de cómo disfrutaríamos de las relaciones con los otros si sabemos que pueden
disfrutar los mismos derechos que nosotros, de cómo serían unas relaciones con
el otro si pudiéramos disfrutar de caminar juntos.
Por otra parte, no estaría mal escribir como
ficción lo que en la realidad ocurre. Una obra de teatro en que los diálogos,
el guion, se dieran en un lenguaje atrevido, sin complejos, directo y sumamente
expresivo, tanto cuando los personajes describen lo que quieren como cuando
expresan los medios que van a usar. Un lenguaje que cualquiera entienda:
directo y sin complejos. Sin usar los eufemismos que se usan a diario con el
fin de ocultar la realidad, de confundir al espectador. Los actores tienen una
indudable certeza de su posibilidad de decir claramente lo que quieren, lo que
es prioritario para ellos y lo que están dispuestos a hacer para conseguir sus
objetivos. Es un lenguaje claro, sin eufemismos, sin concesiones a las buenas formas,
de tal manera que las formas no oculten la realidad, sino que la expresen.
Nos ha sorprendido la realidad en que las
escenas que se representan en el escenario de unos Estados que se nos decían ”luz
del mundo”, en los que la voluntad colectiva se decía que se sometía a la
voluntad mayoritaria de sus ciudadanos, en un escenario que se conocía como
“cuna de la democracia” porque pensábamos que la representación iba a suceder
en un país en el que sus habitantes eran los más libres del planeta.
Nos ha sorprendido que la
farsa no continuara con las claves anunciadas desde que sabemos de esta obra de
teatro. Ya no se insiste en que ese Estado pretende la libertad del mundo, ser
el faro que alumbra a la humanidad en el camino hacia la libertad. Se ha
cambiado por entero la técnica porque de lo que se trata ahora es de que ese Estado
quiere cerrarse en sí mismo y salir al exterior para conseguir lo que sus
ciudadanos deseen en cada momento. Ahora se trata de un Estado cerrado en un
mundo caótico que no tiene más sentido que ser sometido a las necesidades de
ellos.
Es tremendamente eficiente
esta representación en su propósito de hacer visible una realidad que nos
negábamos a ver. Es tremendamente eficaz en cuanto a su capacidad para
mostrarnos con nitidez el verdadero rostro de un actor que llevamos viendo
desde hace mucho tiempo en el escenario del mundo.
“América, lo primero”
sustituye a “EE. UU, constructor de la justicia y la libertad en el mundo”.
Democracia no significa
soberanía de los pueblos sino ejercicio de las libertades individuales, cada
cual en la media en la que puede decidir y alcanzar lo que decide.
El orden público ya no es el
resultado de un acuerdo entre los ciudadanos sino la consecuencia del ejercicio
de las libertades individuales o agrupadas para poder imponerlas a aquellos que
solo pueden decidir libremente sobrevivir.
El texto de la obra que se
está representando cada vez se parece más a la realidad. El guion que se desarrolla,
los diálogos, son mucho más fiel expresión de la realidad. Así, se muestra
claramente que la libertad no es un derecho universal, no es un derecho de
todas las personas, sino que cada individuo tiene la libertad que puede, que en
realidad no hay una serie de derechos universales como se nos había dicho, sino
libertades personales o grupales en virtud de la fuerza para poder imponer a otros,
que la meta de cada cual ha de fijarse en conseguir individualmente el mayor
poder posible o compartirlo con otros para conseguir poder imponerme. Se
muestra claramente que, en este mundo que se pretende, colaborar no puede ser
sino una táctica para sumar la fuerza necesaria para hacerse respetar y, en el
mejor de los casos, someter a los otros. “América lo primero”, “China lo primero”,
“Europa lo primero”, “España lo primero”, “Argentina lo primero”, “Alemania lo
primero”, “Israel lo primero”, … Lo mío lo primero y…. sálvese el que pueda.
Por fin lo vivo se parece a lo pintado.
Esa consecuencia de que todo
el mundo tiene que tener armas suficientes para “hacerse respetar” si es que no
puede alcanzar las suficientes para vencer al otro parece imponerse como la
única alternativa posible; y en todo caso, unirse con alguien que haga más
fuerte nuestra defensa y, si es posible, más temible nuestro ataque.
Permanecer en la OTAN es optar por aliarnos
con quien pretende que su libertad sea nuestra sumisión, que nuestro objetivo
expresado con absoluta nitidez sea el suyo, que América sea lo primero o hacer que EUROPA, o al menos la mayor
parte posible de ella, sea fuerte y temida. Otras alternativas, como compartir
con otros la violencia defensiva o, en su caso, ofensiva, el empeñarnos en ser
fuertes sin hacernos súbditos, parecen impensables. Todas ellas conllevan un
denominador común: el único futuro posible es hacernos fuertes y temibles
porque podemos vencer y nadie nos podría vencer.
El camino de hacerse temibles
se nos presenta como insoslayable a nosotros y a los otros. La carrera hacia un
mundo súper armado, súper capaz de destruirse varias veces a sí mismo, el
señuelo de que el final sea solo que “venzamos los nuestros y sometamos a los
otros”, se nos presenta como el único camino a recorrer y TODO LO DEMÁS HA DE
SOMETERSE A ESE GRANDISIMO OBJETIVO DE SER INVENCIBLEMENTE VENCEDORES.
Es una perspectiva sin pies ni
cabeza. Por ese camino solo se puede llegar a una paz amenazada constantemente
por una interminable carrera para fabricar armas y estrategias cada vez más
eficaces para imponerse, en la que participaremos unos y otros, carrera en la
que cada individuo, cada persona lo que pueden esperar es que se pueda
escabullir de la obligación de matar y tener la suerte de no ser muerto; su libertad,
la libertad de cada uno de nosotros, no la podremos ejercer. Están empezando
por aumentar el gasto en armas de matar, el siguiente paso será HACER LA MILI
OBLIGATORIA PARA HOMBRES Y MUJERES Y CONVERTIR EN UNA OBLIGACIÓN CONSTITUCIONAL
EL DEBER DE COMBATIR.
Visto lo visto, vivido lo
vivido, contemplando esta realidad, de los resultados que estamos viendo,
convencidos por la evidencia del aumento de la capacidad de matar, viendo a dónde
nos lleva el camino de defender la libertad entendida como que el que pueda
haga y el que no pueda que se joda, vemos que el camino es hacer imposible la
guerra, las guerras, reinventarnos la ONU y la Declaración Universal de los Derechos
del Hombre y el Tribunal Penal Internacional. No es utópico. Utópico (en el sentido
de improbable) en que si quieres la paz prepares la guerra.
La realidad se expresa ahora con más verdad,
con menos “arte literario”, con menos ficción, el lenguaje de los poderosos, de
la realidad, se parece menos al lenguaje propositivo. Cada vez el lenguaje que
expresa la realidad se parece más a ella. Procurar que la propuesta no se confunda con
la descripción de la realidad es uno de los esfuerzos más titánicos a realizar.
No deberíamos decir libertad y
democracia para describir la realidad y deberíamos decirlas cuando queramos
expresar un deseo, un objetivo, un sueño… quizá realizable.