Miguel Toro
Actualmente nos encontramos en un momento
histórico en el que se están produciendo una gran cantidad de cambios,
equiparables, dadas sus dimensiones e impacto, a aquellos cambios que se
produjeron entre los siglos XVIII y XIX y que hoy llamamos Revolución
Industrial.
Vivimos en un momento en que, con un simple
teléfono móvil, conectado a internet, con unos cuantos toques podamos hacer la
compra online y que nos la lleven a casa en 2 horas. En breve vamos a tener automóviles
que se conduzcan solos, y además lo hagan de forma más segura y con menos
accidentes. La automatización derivada de la Inteligencia Artificial está
permitiendo, además, en ciertas tareas, como reconocimiento de imágenes
(describir qué hay en una foto), las máquinas ya hayan igualado a las personas.
Algunas innovaciones están llevando la computación inteligente a los dominios
de profesiones como la medicina, las finanzas o el servicio de atención al
cliente, los servicios de traducción automáticos, etc.
Por otra parte, se están conectando miles de millones
de sensores a diversos recursos, almacenes, sistemas viarios, cadenas de
producción, redes de distribución eléctrica, oficinas, hogares, tiendas y
vehículos que supervisan continuamente su estado y su funcionamiento. Es el
denominado Internet de las cosas. El
Internet de las cosas permitirá supervisar el consumo de electricidad,
optimizar la eficiencia energética y compartir la electricidad verde sobrante. La
convergencia del Internet de las comunicaciones con un Internet de la energía y
un Internet del transporte y la logística todavía incipientes está creando una
nueva infraestructura tecnológica para la sociedad que cambiará de una manera
radical la economía global en los próximos decenios.
Pero cada vez está más claro que los
impresionantes avances que se han producido en la tecnología de computación
-desde la robótica industrial, hasta los servicios de traducción automáticos-
son responsables en gran medida del lento crecimiento del empleo mundial en los
últimos 10 o 15 años. En los años
posteriores a la Segunda Guerra Mundial el aumento de puestos de trabajo
correspondía a aumentos en la productividad. El patrón quedaba claro: según las
empresas generaban más valor gracias a sus trabajadores, todo el país se hacía
más rico, lo que impulsaba una mayor actividad económica y creaba aún más
puestos de trabajo. Pero a partir del año 2000, productividad y empleo empiezan
a divergir; la productividad sigue creciendo con fuerza, pero el empleo decrece
de repente. En estos momentos, a nivel mundial, la productividad está en
niveles récord, la innovación nunca ha sido más rápida, pero al mismo tiempo
tenemos unos ingresos medios decrecientes y tenemos menos puestos de trabajo.
Por lo menos desde la década de 1980, los ordenadores han ido ocupando tareas
como la contabilidad, el trabajo administrativo y los trabajos repetitivos en
la fabricación. Todos ellos suponían ingresos de la clase media. Al mismo
tiempo han proliferado los empleos con sueldos mayores que exigen creatividad y habilidad para resolver
problemas, a menudo auxiliados por ordenadores. También lo han hecho los
trabajos para la mano de obra no cualificada: la demanda ha aumentado en el
campo de la restauración, el mantenimiento, la asistencia domiciliaria y otros
servicios que son más difíciles de automatizar. El resultado, está siendo la polarización de la fuerza de trabajo y
un vaciado de la clase media, algo
que ha sucedido en numerosos países industrializados a lo largo de las últimas
décadas. La rápida aceleración del progreso tecnológico ha ampliado mucho más la
brecha entre los ganadores y los perdedores económicos, la desigualdad en los
ingresos entre unos y otros.
Ya en el siglo XIX, el movimiento ludita, encabezado por artesanos
ingleses, protestó entre los años 1811 y 1816 contra las nuevas máquinas
que destruían el empleo. Los telares industriales, la máquina de hilar industrial y el telar industrial
introducidos durante la Revolución Industrial amenazaban con reemplazar a los artesanos con trabajadores
menos cualificados y que cobraban salarios más bajos, dejándoles sin trabajo. El
movimiento ludita se oponía al cambio
tecnológico que interpretaba como la causa de la desaparición del empleo.
Actualmente también hay movimientos que se oponen al desarrollo tecnológico.
Nosotros pensamos que, claramente, la
tecnología sirve para aumentar la productividad y la riqueza de las sociedades,
pero también tiene un lado oscuro: el progreso tecnológico está eliminando la
necesidad de muchos tipos de trabajos y dejando al trabajador medio en peor
situación que antes.
El progreso tecnológico sirve para hacer crecer
la economía y crear riqueza, pero no existe ninguna ley económica que afirme
que todo el mundo se beneficiará de ello. Más bien lo contrario: el progreso
tecnológico, dejado a la arbitrariedad de los mercados, está produciendo y
producirá cada vez más desigualdad económica si no lo remediamos. Además, las
tecnologías necesitan de inversión de capital y, según todas las evidencias, la
concentración de capital está siendo cada vez mayor. Esto hace que los
beneficios proporcionados por el cambio tecnológico se concentren cada vez en
menos manos. La polarización del trabajo, además, será cada vez más visible
entre países, incluso entre regiones dentro de un país. Los países que
controlen las innovaciones concentrarán la mayor parte de los beneficios y
tendrán empleo para los trabajadores cualificados que ganan más. Los países que no controlen las innovaciones
se quedarán con los empleos para trabajadores no cualificados: turismo,
atención domiciliaria, etc.
Ante esta perspectiva de cambios, cabe
preguntarse qué va a ocurrir con todas las personas cuyos trabajos actuales van
a desaparecer. O peleamos duro o nos dirigimos hacia un mundo sin trabajo: la
lógica nos lo señala. Además, será un mundo dual: pocos trabajos muy bien
remunerados y una gran cantidad de infra trabajos o desempleo. Esta dualidad se
reproducirá por países, y posiblemente, por regiones dentro de un mismo país.
Pero también debemos ser conscientes de que los
ganadores de la revolución tecnológica no van a repartir de buena gana los
beneficios obtenidos, ni el trabajo disponible se va a repartir de buena gana
entre todos para que todos tengan trabajo y el progreso tecnológico nos permita
trabajar menos a cada uno. Esto es una batalla política que se libra en una
escala cada vez más global. Como mínimo del tamaño de la Unión Europea. Y como
en todas las batallas políticas hacen falta instrumentos políticos: partidos
políticos que defiendan estas causas, que comprendan como el desarrollo
tecnológico dejado libremente nos aboca a una desigualdad creciente. Una
desigualdad en términos de personas y de países. Partidos políticos que
conquisten mayorías en los parlamentos nacionales y europeo y de esta forma
puedan formar gobiernos que legislen a favor del reparto del trabajo cada vez
más escaso y del reparto de los beneficios que produce el desarrollo
tecnológico.
Como dijimos arriba: o peleamos duro y creamos
los instrumentos políticos necesarios o nos dirigimos hacia un mundo sin
trabajo y con una desigualdad cada vez mayor.